Hace un año, la élite económica mundial y también muchas celebridades intelectuales, académicas y políticas se asombraron cuando el presidente de China, Xi Jinping, se presentó en el Foro de Davos para defender la globalización, la apertura de los mercados y la firma de tratados de libre comercio.
En ese mismo momento, mientras el presidente del país comunista más grande del mundo predicaba a favor de un sistema mucho más parecido al capitalismo que al marxismo, el presidente del país más capitalista del mundo asumía el poder sosteniendo que el libre comercio, la integración económica y la globalización eran la misma encarnación del mal, por lo que los Estados Unidos levantarían el eslogan de America First como su bandera militante.
Esta extraordinaria contradicción, que desafía toda lógica académica y profesional, solo tiene una explicación que parece razonable y es que el presidente de China es una mente privilegiada y ha estudiado en profundidad cómo realmente funciona la economía mundial, cómo funciona el capitalismo competitivo, cómo funciona la innovación tecnológica en el desarrollo de las naciones.
Nada de esto parece suceder con Trump, que accedió a la presidencia llevando consigo la mentalidad de un hombre de negocios, que considera que todo va bien cuando los ingresos superan a los egresos, lo que no es equivocado, pero sí lo es llevar esta idea nada menos que al plano internacional, estimando que el país está mal porque las importaciones superan a las exportaciones de productos.
Trump decidió ir a Davos para alabar su reforma tributaria, por la cual las empresas pagarán 21% de impuesto a las ganancias contra el 35% que pagaban, y la repatriación que empresas de los Estados Unidos tenían en el exterior por 2 billones de dólares pagarán 14% en lugar del 35% que tenían que pagar.
Esta reforma ha sido aclamada por los empresarios y con razón, pero tiene su contrapartida también, como todo cuanto sucede en el mundo, dado que la Unión Europea, China y Japón consideran que es una medida de dumping tributario que será objeto de algún tipo de represalia. China ya ha sometido a una severa restricción la repatriación de ganancias de firmas estadounidenses que operan en el país, ofreciendo mayores incentivos para anular o limitar esa salida de fondos.
Sin duda habrá controversias marcadas entre los asistentes con lo que diga Trump, pero el objetivo del presidente estadounidense no es convencer de la verdad de lo que está afirmando, sino seguir dirigiéndose a su base electoral en los Estados Unidos, aquella que lo llevó al poder y entre la cual sigue siendo muy popular. Cuando regrese a su país, dirá que su mensaje de un nacionalismo económico ha sido difundido al mundo entero.
Trump sostendrá su tesis fundamental en materia de relaciones económicas internacionales: estas deben ser justas, recíprocas, bilaterales, nunca multilaterales, porque esto implica una entrega de la soberanía nacional y, en ese horizonte, negociar mano a mano con países de menor dimensión económica le permitiría extraer muchas más ventajas que las que pueda otorgar.
Ninguno de los tres grandes espacios económicos fuera de los Estados Unidos, como China, la Unión Europea y Japón, sigue los pasos de Trump. Por el contrario, se han apresurado a firmar acuerdos de libre comercio con los países que puedan, incluso Japón, tratando de revivir la Asociación Transpacífico luego de que Trump abandonó. Las grandes potencias van a pasar de largo, y los Estados Unidos pueden ser castigados en los mercados que compraban sus productos en la misma medida en que Trump castigue sus exportaciones.
China también profesa el nacionalismo económico y tiene medidas proteccionistas de su mercado interno, pero descubrió a tiempo una ley fundamental del desarrollo que pasa por la expansión sistemática de sus exportaciones, tomando conciencia de que cuanto más exporta un país, más necesita importar, por lo cual la imposición de tarifas a las importaciones penaliza las exportaciones y, por ende, la expansión económica. Esta ley profunda es la que parece ignorar Trump, y Estados Unidos ya lo está pagando muy caro. Este costo aumentará en la dimensión en que el nacionalismo cerrado siga imperando como línea directriz de la política comercial internacional de su país.