Francisco es un político, no un cura de parroquia

Sergio Capozzi

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Hace ya un tiempo que escucho a muchos amigos e incluso a personas que no conozco quejarse sobre distintas actitudes del papa Francisco. Que no recibe al Presidente, que, en cambio, sí recibe a piqueteros o a personas que están procesadas en la Argentina, que se encuentra identificado con un sector de la sociedad, que contribuye a mantener la grieta.

Todo esto se agravó con la visita de Su Santidad a Chile, donde grupos pertenecientes a organizaciones sociales tendrán lugar destacado en las audiencias, mientras que a Mauricio Macri ni siquiera lo recibirá. Ni hablemos de su decisión de no visitar la Argentina en los próximos años.

Aquí llega la pregunta. ¿Es el Papa un representante de Dios en la Tierra que debe enfocar su ministerio en conducir a su rebaño en temas espirituales o, por el contrario, le cabe inmiscuirse en temas terrenales, políticos?

Recuerdo perfectamente dónde estaba el 13 de marzo de 2013. Regresaba desde el aeropuerto de Bariloche, ciudad donde resido. Había ido a buscar a un amigo y camino a casa escuché por la radio, en directo, al periodista que muy emocionado informaba que Jorge Bergoglio había sido electo Papa.

La primera reacción fue sorpresa y, luego, orgullo. Sorpresa porque no conocía que tenía tantas chances de coronarse y orgullo porque habían elegido a un argentino, al primer no europeo, a un latinoamericano que desde su inicio en las distintas magistraturas había demostrado compromiso social, incluso siendo muy crítico con el anterior Gobierno nacional que, varias veces, había realizado el Tedeum del 9 de julio en Tucumán para no tener que "soportar" a Bergoglio en la catedral metropolitana.

Aquí me detengo y trato de hacer un poco de retrospectiva. Si nos atenemos a lo que dicen las sagradas escrituras: "Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios". Esto no fue así no por asomo.

No hablemos de otras religiones, centrémonos en el cristianismo. En el siglo XVI comenzaron los grandes cismas, Lutero en un sentido si se quiere más espiritual, como crítico profundo y despiadado sobre los excesos y los desvíos del Vaticano y, por otro lado, Enrique VIII y la creación de la Iglesia Anglicana, que podríamos resumir con una frase: "Ah, el Papa no me deja casar, bueno, entonces creo mi propia iglesia y me nombro jefe".

Saltemos al siglo XX, más precisamente a los años 40. Muchas fueron las sospechas sobre la colaboración del Vaticano a favor del régimen nazi. En la década del 60, en los países latinoamericanos aparecieron dos vertientes, los curas tercermundistas y su teología de la liberación, enfrentados con los conservadores. Recordamos las encíclicas y los concilios de esos años. Los 70 encuentran la misma división en la Iglesia argentina; a Carlos Mugica le costó la vida.

Sin duda la participación moderna más extraordinaria de un Papa sobre la vida política mundial fue la de Juan Pablo II, Karol Wojtyla, el primer Papa no italiano en 455 años. Filósofo, actor, estadista, luego de haber tenido una vida mundana llegó a ser Papa pese a la férrea oposición de los países comunistas. Tenían razón, en menos de 15 años logró la caída del muro de Berlín, el fin del comunismo en Polonia, el nacimiento del sindicalismo libre en su país con Solidaridad y finalmente la desaparición de la Unión Soviética. No solo eso, fue el primero en visitar Jerusalén, rezar en el Muro de los Lamentos y pedir disculpas por las atrocidades cometidas en nombre de Jesús.

Ahora volvamos a Jorge Bergoglio. Francisco nunca escondió su simpatía y su participación en Guardia de Hierro, facción combativa de derecha del peronismo. Desde allí tuvo intensa actividad dentro de la curia y fuera de ella. Ser cardenal, arzobispo de Buenos Aires y superior provincial de los jesuitas, rama especialmente política de la curia católica, lo catapultó a nivel internacional. El resultado está a la vista.

Dije que estaba orgulloso porque Francisco es argentino. Error. Francisco es ecuménico. Los equivocados son aquellos que pensaban que su gestión iba a ser pastoral solamente. Bergoglio-Francisco es eminentemente político y utiliza esa herramienta para cerrar el círculo que comenzó hace cincuenta años.

Un escritor estadounidense dijo: "La Iglesia Católica predica para los pobres y los pobres se van con los evangelistas". Esto se aplica a la Argentina, donde basta recorrer los barrios populares para ver la ausencia de la acción católica y la fortísima presencia de los evangelistas. No fue casual, no basta con tener Caritas y una vez al año hacer la colecta Más por Menos.

No será fácil su tarea, va a estar tentado, y así lo demuestra día a día, a recurrir a caminos fáciles que utiliza el populismo. Por eso apoya por omisión a Nicolás Maduro y, más explícitamente, a las economías populares argentinas, sin importarle que entre ellas haya trotskistas enemigos históricos de la Iglesia y de cualquier religión. Por eso visitó Ecuador, Bolivia, Paraguay, Brasil, Sri Lanka, Turquía y ahora llega a Perú y Chile.

Esto no es casual. En cada uno de estos países debió y deberá pedir perdón por los genocidios, por las alianzas con los poderosos, por los crímenes de una Iglesia. Aunque en su prédica en nombre de los pobres se alíe con quienes los siguen manteniendo en la pobreza, perpetuando ese círculo vicioso que durante siglos alimentó al poder político y religioso.

Entonces, a mis amigos que se sienten defraudados por Francisco les digo que no lo estén. Él no les prometió nada, un Papa no es un cura de parroquia, es un Homo Politicus, un líder mundial que tiene un objetivo y lo quiere cumplir aunque para con ello tenga que pactar con el diablo, con dirigentes de ultra-izquierda que consideran a las religiones el opio de los pueblos y afirman que la historia se escribe con la violencia.

Ahora Francisco llega a Chile y lo espera un país dividido, igual que el nuestro, pero con un agravante, dentro del grupo que él espera que lo reciba con los brazos abiertos ya quemaron seis iglesias y advirtieron que el próximo fuego "será en tu sotana". Siembra vientos y cosecharás tempestades, o los riesgos de jugar al límite.

El autor es abogado, profesor universitario. Presidente de la Fundación Pensar Río Negro.

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