Domingo por la noche. En una emisión que llegó a cada rincón del planeta, decenas de mujeres famosas vestidas de negro en una alfombra roja y ardiente le hablaron al mundo, a un mundo que ya sabe que vivimos un momento histórico. Anoche la emoción llegó desde las pantallas, una emoción vibrante, la que genera toda demostración de una causa justa. Podemos decir que asistimos a la revolución de las mujeres, la mayor que podríamos haber imaginado nunca. Y, ¿saben qué?: esta revolución llegó para quedarse.
Esta vez, desde Argentina lo que vemos no nos sorprende. En este país, las mujeres -y también los hombres que quieren escuchar, como dijo Oprah Winfrey en un discurso perfecto, aquellos hombres que nos acompañan en este reclamo de justicia- comenzamos a despertar masivamente en 2015, cuando cientos de miles de personas de todas las edades, credos religiosos e ideas políticas llenamos las plazas del país para exigir al poder político y judicial "Basta de femicidios". Desde ese momento, "Ni una menos" dejó de ser una consigna para pasar a convertirse en un antecedente inevitable para todos y cada uno de los movimientos que en diferentes lugares del mundo buscan terminar con el machismo y se proponen equiparar los derechos de hombres y mujeres en todas las áreas y disciplinas.
Fueron esas plazas colmadas las que le abrieron la puerta a la Historia y fue también ese movimiento imparable el que les permitió abrir la boca a millones de mujeres que callaron por años porque el silencio era para ellas la única manera de poder seguir adelante en una sociedad que miraba para otro lado y prefería no ver ni escuchar la violencia contra las mujeres en todas sus formas, una violencia que en el borde último de la impunidad y la indiferencia, conduce a la muerte.
Lo que comenzó como un reclamo de justicia por la ola de femicidios condujo a una reflexión general sobre la falta de equidad y los abusos a los que son sometidas las mujeres en términos domésticos y en los diferentes espacios públicos: desde el trabajo en todas sus formas hasta la Academia, desde los medios hasta la política y la Justicia. Lo que hasta hace unos años era tema de estudio y de lucha de movimientos valiosos pero más restringidos, se convirtió en una ola masiva e imparable. La palabra femicidio dejó de ser terminología de ghetto, los crímenes dejaron de aparecer en las páginas de Policiales y empezaron a ser temas y preocupaciones habituales de las secciones de Sociedad de todos los medios. La expresión "crimen pasional" comenzó a ser objeto de repudio masivo.
De pronto dejamos de naturalizar lo que venía impuesto y chicos y grandes empezamos a entender que no es normal que los hombres les peguen a las mujeres, las acosen en el transporte público o en la calle, las hostiguen porque los rechazan o las discriminen laboral e intelectualmente. Los derechos de las mujeres comenzaron a ser tenidos en cuenta y no se trató de una concesión, nada de lo que ocurre llega porque somos madres, hijas, esposas o hermanas sino porque somos seres humanos, algo tan sencillo y elemental como eso. Y porque las mujeres pudimos advertir que si nos proponíamos poner adelante aquello que nos une y nos equipara, podíamos también hacernos oír a través de un gran grito colectivo, poderoso e imbatible.
Es cierto que en este camino en el que vamos tirando abajo prejuicios de siglos se cometen excesos e injusticias, pero en toda revolución hay episodios injustos, es imposible contener la totalidad de los desbordes que pueden tener lugar durante la búsqueda de una reparación histórica. Este es un movimiento en el que no hay líderes visibles, no hay nadie que de órdenes ni indicaciones, lo que hay es apenas la mitad de la humanidad poniéndose de pie para exigir por sus derechos por primera vez al unísono.
Durante todo este tiempo marchamos, gritamos, paramos, nos vestimos de negro. Escribimos, hablamos cada vez que podemos, creamos arte, debatimos en las redes sociales, leemos discursos y documentos. Todo esto ocurrió y ocurre acá, en Argentina, y también en el resto del mundo. Hollywood lo hace seguramente más bonito, producido e impactante. Hollywood siempre sabe hacernos emocionar y en los últimos meses, para sorpresa de muchos, se animaron a voltear vacas sagradas de manera valiente y admirable. Lo hicieron las mujeres pero también muchos hombres que acompañan un reclamo que consideran justo.
En lo personal, no me genera ninguna contradicción que las que piden por mis derechos lo hagan vestidas de encaje, con maquillajes espectaculares, mostrando las piernas y con escotes de vértigo. Tampoco creo, como leí en las redes, que ir de negro haya sido la expresión de un uniforme (el colmo del horror y el desatino para muchos liberales) sino que lo entiendo como una consigna general y una manera ostensible de hacer llegar un mensaje claro y contundente. Acá estamos, de negro porque nos duele lo que nos hicieron durante todos estos siglos.
Por último: no necesito que nadie hable de patriarcado o de sororidad para sentir que se trata de un discurso serio, riguroso y profundo o para sentir que formo parte orgullosa de este movimiento histórico que está terminando con las raíces más malsanas del machismo. Con que la misma señora que hace años recomienda libros y hace leer a multitudes me diga que un nuevo día está asomando y que nuestras hijas no van a tener que pasar por lo que pasamos nosotras, me alcanza, al menos hoy, para sentirme inmensamente feliz y satisfecha.
Lo mejor está por llegar.