Días pasados me tocó compartir escenario con colegas en un encuentro de profesionales y empresarios interesados en el tema medio ambiente y sustentabilidad. Con buen tino, la moderadora del panel decidió abrir nuestro diálogo preguntando qué entendíamos por 'educación'. ¿Educar, en el fondo, de qué trata? Si bien su intención era generar un marco conceptual teórico dentro del cual luego abordar el tema específico que nos convocaba, a mí me resultó la pregunta más trascendente. Es que, de tanto que hablamos de alumnos, cohortes, aprendizajes, docentes, didácticas de enseñanza, currículas, exámenes estandarizados, sobreedad, jurisdicciones educativas, tecnologías, formatos escolares, reformas educativas, ministros, gremios, salarios, toma de escuelas y demás yerbas, solemos relegar la reflexión sobre cuestiones esenciales, filosóficamente más profundas. De tanto que pensamos en la escuela como convención y en la escolaridad como política pública, muchas veces descuidamos dimensiones fundamentales del debate educativo, lo cual es riesgoso. Institucionalizar en la práctica esa falta de atención o interés hacia cuestiones fundantes del sistema educativo desdibuja la conexión íntima que existe entre este y la base filosófica y pedagógica de la educación. Cuando perdemos esa referencia, el debate se vuelve confuso, las propuestas de reforma se perciben como cortas de visión integral y conceptualmente poco voluminosas, y los chicos, inexorablemente y en consecuencia, llegan mal preparados para desplegar un proyecto la vida adulta responsable, pleno, armonioso.
Veamos primero la base etimológica del término. La palabra 'educación' proviene del latín y tiene por lo menos dos étimos: educere y educare, siendo el segundo una derivación del primero. Educere hace referencia a sacar o extraer lo que existe en potencialidad en el sujeto de educación o educando, mientras que educare significa 'formar', 'instruir' y 'guiar' en una dirección determinada. Si bien históricamente la práctica educativa formal en todo el mundo se ocupó más de la transmisión y la guía que de la explotación o la extracción (perdón por los términos…) de las potencialidades intelectuales, culturales, morales, estéticas del educando, ello de ninguna manera resta tensión a la propia base etimológica del término ni a su práctica. Si definimos a la educación como un proceso multidireccional y multiformato a través del cual se transmiten conocimientos, valores, costumbres y formas de actuar; o de vinculación y concientización cultural, moral y conductual; o de socialización formal de los individuos de una sociedad, en realidad lo único que estamos describiendo es, hasta ahora, cómo se resolvió esa tensión en líneas generales: mucho educare y poco educere.
Si bien esta explicación clarifica, anticipando parte del conflicto y la tensión que actualmente viven el sistema educativo y sus actores, por motivos que desconozco no logra movilizar un cambio. Es por ello que, durante el encuentro de referencia, propuse una definición que aquí les comparto: la educación es la actividad que mayor potencial ofrece de transformar la conciencia del ser humano. Educar transforma conciencias. Educar es el acto de transformar conciencias. Educar es transformarse íntimamente, es modificar la conciencia que uno posee sobre uno mismo, sobre el entorno que a uno lo rodea, y sobre las posibilidades que esa combinación de uno y ent0rno ofrecen de cara hacia el futuro, hacia la incertidumbre, hacia lo que aún no existe. Domingo F. Sarmiento solía mencionar que el que no posee educación no la reclama. ¿Por qué motivo será así? Pues por simple ausencia del fortalecimiento y la activación de su conciencia íntima y profunda.
Ser objeto de educación, aceptar recibir educación o abrirse a ser "desorganizado" en sus creencias (yo creía esto, pero resultó aquello…), sea dentro o fuera de una institución formal de educación, sea de niño o a cualquier edad, supone adentrarse en un proceso interno de transformación que incluye mirarse y reflexionarse íntimamente, explorarse y aceptarse, aprendiendo a modelar apetitos e impulsos, a desarrollar creencias y convicciones, a embeberse de una arquitectura de valores y principios, además de desarrollar las tan mencionadas habilidades del siglo XXI. Note que las habilidades de referencia son casi de lo único que hablamos cuando mencionamos la educación y de reforma del sistema y, a mi juicio, tienen un papel secundario en la discusión pedagógica y filosófica profunda. ¿Acaso aspiramos a desarrollar adultos hábiles e idóneos, alfabetizados digitalmente e integrados a una cultura digital, pero carentes de conciencia?
El fortalecimiento y el desarrollo de nuestra conciencia nos habilitan a entendernos y dominarnos mejor, a entender con más precisión las causas de la tensión que siempre ejerce la época sobre la coyuntura y la cultura, y a proyectarnos con mayor entusiasmo y optimismo en ese mundo imaginario de contornos borrosos. Esta conciencia que nos hace más seguros de nosotros mismos, más confiados, confiables y resilientes, posee un estrecho vínculo con la vocación personal de cada uno. Y la vocación personal, que transciende por mucho aquella de un sacerdote, un médico o un docente, conecta con naturalidad con el étimo educere.
Como puede ver, conciencia y vocación son, a mi juicio, las bases filosóficas permanentes del acto educativo. Donde existe transformación de la conciencia, necesariamente se tocan fibras íntimas y personales vinculadas con querencias, apetitos y deseos. Dicho proceso exploratorio habilita novedosas metaformas de conocimiento y comprensión, el cerebro se activa y despliega conexiones de una manera particular, y el mundo inmediato y lejano, actual y futuro, adquiere un significado propio, incuestionablemente trascendente para cada ser humano.
Una pregunta tan sencilla, "¿qué es la educación?", de pronto nos hace reflexionar de otra manera sobre lo que observamos durante 2017 en Argentina. Entre elecciones, reformas, datos de aprendizajes, paros, tomas de escuelas, cambios de comando y golpeada de pecho frente a las cámaras, me pregunto cuánto nos cambió verdaderamente la conciencia sobre el problema, sus actores y el futuro. ¿Al final del día, habremos aprendido algo? ¿La crisis educativa y la forma torpe en la que la estamos enfrentando nos habrán educado, aunque sea un poco?
El autor es consultor, experto en innovación educativa. Autor del libro "Yo qué sé (#YQS), la educación argentina en la encrucijada".