Nota escrita en colaboración con Leandro Moro
Desde antes de su asunción, los luego funcionarios de Cambiemos han venido evangelizando sobre la posibles soluciones a los problemas históricos de la Argentina, producto todos o la mayoría de ellos, de acuerdo con el discurso oficial, del exceso de cortoplacismo, materializado en políticas populistas, a las que, según planteaban, venían a darle un final definitivo.
Así, en su discurso de finales de octubre, luego de la victoria en las elecciones legislativas, el presidente Mauricio Macri parecía haber hecho el diagnóstico correcto sobre las fuentes de los problemas del desarrollo, haciendo hincapié en algunos ejes pasibles del análisis económico.
El más grande de los problemas, se deduce, es el fiscal y su correlato en variables de impacto social. Ahora bien, las soluciones propuestas responden, desde lo discursivo, a medidas que pregonan la austeridad, el cierre de la brecha fiscal, la compatibilización de incentivos, la trasparencia institucional y la disciplina monetaria como eje de estabilización.
Si se analizan uno por uno estos postulados, nos encontramos con que, en la realidad, la política económica se aleja mucho del discurso oficial.
La tasa de expansión de la masa monetaria de acerca al 30%, lo que en términos de impuesto inflacionario, con una meta de inflación del 17% como máximo, la cual en realidad cerrará el año en torno al 24%-25%, y un crecimiento estimado del 3%, implica un 10% de emisión excedente (3%-2% si se consideran los datos que se estiman que finalizarán el año).
Este exceso de emisión se debe a que el constante financiamiento externo requiere de la emisión de pesos para la compra de dólares, lo que pone de relieve que el monetarismo ha quedado supeditado a la deuda externa.
En consecuencia, el tema de la deuda es paradigmático en el presente análisis. Por un lado, es el resultado de la brecha fiscal creciente, y al mismo tiempo, como un problema de endogeneidad, genera un déficit financiero que se eleva a niveles significativos, en torno al 7% del PBI.
De la misma manera, la política de tasas de interés altas para frenar el aluvión de pesos al mercado, sumado a la gran cantidad de dólares que ingresan para el carry trade, nos deja una apreciación cambiaria que deja fuera de combate a los productos nacionales en el exterior, lo que se evidencia al analizar los datos del sector externo: la economía presenta un déficit comercial récord histórico y, en este escenario, una apertura a los mercados del mundo podría tener impactos negativos sobre la producción doméstica.
En este contexto, con un nivel de actividad per cápita que apenas se asemeja a niveles de principio de década, la presión impositiva sigue poniéndole el pie sobre la cabeza del sector generador de riqueza. La reforma impositiva tiene aroma a muy poco, más aún si partimos del supuesto de que bajando el nivel de impuestos podría mejorar la recaudación al mismo tiempo que el nivel de actividad, tal como sugiere la curva de Laffer.
Ahora bien, el Congreso se dispone a llevar adelante una reforma previsional restrictiva, al mismo tiempo que incurren en gastos extraordinarios para adquirir pines de oro para los legisladores. Esto, más allá del análisis económico (2,5 millones es una cifra insignificante comparado con los 3.500 millones de presupuesto de Diputados), deja sin autoridad moral para defender tales reformas.
Por lo tanto, la grieta parece ser la del discurso con la realidad, de manera tal que para retomar el sendero del desarrollo debería considerarse la aplicación de verdaderas medidas opuestas al populismo cool, para dejar atrás el desempeño endeble de la economía.