La verdad de Silvia que enfurece a los K y a la izquierda

Este es el momento de decidir: ¿sucumbo ante la tentación de escribir una columna que pueda ser leída en voz alta frente a un grupo de progres con OSDE de Palermo o cuento la historia que tengo en la cabeza? Me voy a portar bien porque Infobae es uno de los medios más leídos de la región, así que contaré una historia antipática que tengo en mente.

El ajuste previsional, que era negado en campaña por los políticos del Pro, finalmente se presentó en el Senado adonde fue aprobado luego del acuerdo de compromiso fiscal que firmó el Ejecutivo con los gobernadores. En Diputados la cosa se puso más áspera y el Gobierno empezó por cerrar filas con la oficialista más crítica, Lilita Carrió, y terminó por rejuntar votos para intentar darle un tratamiento rápido al proyecto. Si todo salía como se esperaba, ayer se habría convertido en ley la reforma que, entre otras cosas, propone un cambio en el cálculo de las subas de los haberes de jubilaciones, pensiones y asignaciones universales. Esa modificación provocaría que alrededor de 17 millones de argentinos dispongan de un poco menos que lo poco con lo que se mantienen en la indigencia o con suerte en la pobreza. Hasta ahí todos estamos más o menos de acuerdo con que es una mala medida recortar por los que no tienen lobby ni plata para movilizar ni para torcerle la firma al Estado.

¿Qué hizo la oposición con esta medida? Intentar impedir que el Congreso sesione con una movilización que terminó siendo manejada por un grupo de violentos que enfrentó a gendarmes y policías a los piedrazos (estos respondieron con balas de goma a mansalva) y con una serie de patoteadas dentro del recinto que frustró la sesión especial.

Entre los que patoteaban al presidente de la Cámara, Emilio Monzó, estaba el aguerrido Máximo Kirchner, procesado por no poder justificar su incalculable fortuna dado que el único oficio que se le conoce es el de administrar la fortuna de sus padres que se enriquecieron mientras servían a la patria y luchaban –sin éxito- para que los jubilados ganen un sueldo digno.

Agustín Rossi habla con Emilio Monzó, presidente de la Cámara de Diputados

Nada de sesionar, debatir o rearmar alianzas con los que dudaban en apoyar la medida, nada de presentar un proyecto superador: lograr que se caiga la sesión les bastó a los diputados de Unidad Ciudadana -el nuevo sello del partido que gobernó los últimos 12 años el país dejando más de un 30% de pobres pese a que atravesó un período inigualable de crecimiento de la economía- para salir cantando y matándose de risa del Congreso probablemente a comerse una pizza y disfrutar el triunfo.

Mientras todas estas interesantes cosas suceden en la alta política argentina, yo me detuve en una historia.

Sucedió el miércoles, en una cola de seis cuadras del colectivo que va hacia La Plata y se toma en Retiro. Mi fuente es Silvia, la señora que trabaja en casa. En la fila se debatía bastante. El debate no era si Macri era un neoliberal oligarca o si Cristina podía salvarlos. "¿Vos sabés por qué había tanto quilombo, María Julia? No sabés la mugre que habían dejado, piedras y comida tirada por todos lados, la gente decía que eran los piqueteros pero dos hombres de traje que iban para el mismo lado que yo, dos hombres bien, dijeron que todo el quilombo pasaba porque la gente de plata cobraba jubilaciones en vez de dejar esa plata para los más pobres. Al escuchar esto, otro hombre saltó y dijo que él cobraba 20 mil, pesos más o menos, pero que él no era como los de plata porque no usaba ni PAMI ni los descuentos que le correspondían porque él podía pagar lo suyo y no era como esos de plata que igual piden descuento. Decía que esos son los peores".

Ese día, Silvia tardó seis horas en regresar a su casa, tres en llegar a la mía adonde estuvo cinco horas. Ante su pregunta, le conté del recorte de jubilaciones y me retrucó seria: "¿Vos sabés qué andaban ofreciendo en el barrio para ir a la plaza?".

—¿Cuándo, ahora o en las elecciones?—, le pregunté.
—Ayer (por el miércoles)—, me contestó.
—No sé, no anduve por los barrios.
—Te ofrecían 400 pesos, una bolsa de mercadería, llevarte a capital y ahí te daban un choripán y una coca y te traían. Sabés, los que iban con 7 hijos se hacían la plata… Mi cuñada me dijo 'venite, no vayás a limpiar. Y yo le dije 'nooo, yo me voy a trabajar'.

Silvia es calladísima pero si abre la boca te dice sin anestesia lo que piensa. Siempre anda con un rodete predispuesta a trabajar y es una dulce con mi nene. Es especial con los chicos.

Si se enoja, se queda muda y no le sacás nada ni con mis preguntas. Tenemos las dos 42 años, pero ella tuvo el primero de sus siete hijos a los 19. Tiene más polenta y ganas de laburar que un colectivo lleno a las 5 de la mañana.

¿Que cómo sé? Porque cuando empezó en casa venía solo dos veces y yo pensé que no iba a estar por mucho tiempo: yo vivo en San Isidro y ella en Lobos. Nadie aguanta viajar seis horas por día y trabajar ocho, pensé. Pero me equivoqué. Silvia me pidió si tenía más días para ella y, apenas pude, le propuse venir de lunes a viernes. No solo no faltó ni un día sino que los sábados va a otra casa a Capital. Por tener siete hijos cobra una pensión y además son todos grandes, o sea que podría trabajar menos. Pero es madraza, leona y débil si se trata de la nena más chiquita que es la única que vive con ella: Ámbar, de 7 años.

Los demás están en Corrientes. Dos estudian terciario y los otros terminaron la secundaria.

Tiene un solo hijo varón que la joroba diciendo: 'No tengas ningún hijo más que yo soy tu único nene'. Ámbar la tiene loca. Es una lectora empedernida que habla hasta por los codos e inventa historias llenas de flores, sol y pinturas. Cuando le presté El principito se lo devoró en una semana y es el orgullo de Silvia.

—¿Sabés cómo aprendí a lavar la ropa yo? —me preguntó un día que yo le elogiaba lo blanco que deja el blanco— Cuando tenía ocho años, un matrimonio de Buenos Aires le propuso a mi mamá (que tenía ocho hijos y los mantenía ella sola) traerme acá para mandarme a la escuela. Mi mamá me mandó, pero en vez de estudiar me tenían limpiando con el frío en una casita de González Catán y, si lavaba mal, la señora me pegaba y me tiraba la ropa al barro para que la lave de nuevo. (Con el patrón pasaron cosas peores que solo suman sufrimiento).

Silvia logró contar algo a una vecina que la llevó a una comisaría y una mujer policía se puso el caso al hombro y se la mandó de vuelta a Corrientes junto a su madre. Ella volvió en tren a Corrientes sin soltarle la mano a la mujer policía que le hacía de escolta y cuando la vio a la madre la abrazó hasta dejarle los dedos marcados en el cuello.

De grande estudió y terminó el bachiller. Pero siguió limpiando casas. Ya estaban sus hijos y solo estaba segura de lo que había aprendido a fuerza de dolor: su oficio de limpieza. Por eso se le quiebra la voz de bronca si alguien le dice que tal cosa no quedó bien limpia. Yo dejo el alma en lo que hago, María Julia, y me duele si me decís que algo no quedó bien, me dijo un día que le observé una cosa. Bueno, pero es una pavada, tranquila, no es para que te preocupes. Yo estoy contenta con vos, reculé porque sin querer le había tocado la fibra.

Silvia me contó la historia de los que viven de la política en el barrio también durante la campaña. "Me cargan a mí porque no trabajo en eso. No voy a las marchas", me dijo en plena campaña electoral cuando también se repartía plata para repartir folletos de Unidad Ciudadana (estoy contando lo que me contó ella y la oferta había venido de ahí).

Entonces, lo que hizo Silvia fue ir a cortar el pasto a las quintas de la zona porque los changarines se habían ido a repartir boletas casa por casa. Les daban 500 por día y no tenían que estar podando bajo el sol cretino.
Cuando escribí lo que me contó Silvia en las redes sociales, me insultaron, me acusaron de macrista, oligarca y no sé cuántas cosas más. El portal de Roberto Navarro me volvió a dedicar una nota diciendo que yo decía que se pagó para ir a la plaza. Navarro –que vive a pocas cuadras de mi casa, en San Isidro- también dijo que yo lo reemplazaría en C5N por pedido de Macri para acallar su voz y porque yo soy de esos periodistas libretados por Durán Barba y no sé cuántas cosas más porque me da fiaca leer boludeces.

El punto, y gracias por la paciencia si llegaron hasta acá, es que yo no sé si pagan o no para movilizarse. Yo sé que cuando una movilización pacífica se pudre mal es porque de pronto bajan de micros pagos por estructuras políticas un grupo de personas con bolsas con piedras. ¿Cómo lo sé? Porque cubrí miles de movilizaciones que se pudrieron. La más famosa es sin lugar a dudas el 20 de diciembre de 2001, el día que nos marcaría para siempre y en el que cumplí 27 años. Ese día trabajé de 6 de la mañana a 22 y salí al aire en Día D, de Jorge Lanata, por América.

Y lo de que se ofrecía plata en los barrios me lo contó Silvia que es real como la Argentina, y avanza paro tras paro para llegar a casa sin plantearse quedarse a "trabajar" en la política. Porque cobra un plan pero trabaja como si no lo cobrase porque quiere que Ámbar tenga su notebook y comprar una cocina nueva y unas zapatillas con lucecitas que le pidió su nena.
Quiere mandar plata a Corrientes y ayudar a su viejita que tiene que comprar remedios y no le alcanza con la jubilación.

Les cuento sobre Silvia porque ella y millones de ella son los que hacen mover el motor del país. Y porque Máximo Kirchner sabe tanto de Silvia como yo de jueguitos de Playstation o sea, nada.

Putéenme, progres con OSDE, yo no quiero esta reforma jubilatoria y me parece infame recortar a los jubilados, pero no me digan cómo pensar ni me presenten salvadores con cuentas en Suiza ni a mí, ni a Silvia porque nosotras, cada una desde su lugar, tenemos algo claro: que lo que queremos para estar mejor se consigue con esfuerzo, con escuela y con trabajo. Y el trabajo no te toca el timbre en tu casa ni te lleva a la capital en micro.

En este país jodido adonde hay poco laburo, los tirapiedras y los rompesesiones son –como le escuché decir en Intratables al ex juez Julio Cruciani- solo una minoría bulliciosa que jode a una mayoría silenciosa.

Pero un día de estos esa minoría va a ser cada vez más chica y los millones que avanzan a pesar de los metrodelegados, los sindicalistas millonarios que movilizan, los políticos millonarios que financian cortes, los de izquierda funcionales o los progres con OSDE que nunca vivieron en un barrio como el de Silvia, van a copar la parada y el país va a empezar a caminar de nuevo.

*Directora de Border Periodismo