La persistencia de un amplio set de precios regulados, no sólo en el caso de las tarifas de los servicios públicos, los cuales si bien tienen un sendero de recorte de los subsidios con aumentos periódicos del valor final hasta cubrir el costo de producción, transporte y distribución, seguirán atados a la decisión del Gobierno de turno, sino también de diversos bienes y servicios privados, como la medicina prepaga, matrículas educativas, cigarrillos, combustibles, entre otros, afecta el objetivo pleno del Banco Central de cumplir con la meta de inflación, porque cuando toca el ajuste, siempre termina superando lo esperado y de ese modo altera las expectativas.
Se sabe que la estrategia elegida de regular los mercados con la tasa de interés ha sido parcialmente efectiva; porque si bien por segundo año consecutivo las metas techo de inflación del 25% en 2016 y 17% en 2017 fueron ampliamente superadas, al ubicarse en 40% y poco más de 24%, respectivamente; y también se proyecta la continuidad de semejante desvío en 2018; frente a 10% más menos dos puntos porcentuales el consenso de los analistas pronostica un rango de 15% a 17% al cierre del año; está claro que frente a un impulso inicial se ingresó en una clara senda descendente.
La estrategia elegida de regular los mercados con la tasa de interés ha sido parcialmente efectiva
Por eso la autoridad monetaria no abandona sus objetivos y convicciones, y lo manifiesta en una inquietante suba de las tasas de interés de referencia, la cual arrastra al principal instrumento que llega a los inversores, como la renta de las Lebac que treparon esta semana a más de 30% anual para el plazo corto de hasta 15 días, y más del 29% para el plazo de un mes; un nivel que supera en casi tres veces a la meta de inflación a un año.
Es inquietante, no sólo porque cada vez son más los economistas que alertan sobre la inconsistencia entre la exigente meta que se fija para cada año el Banco Central y el gradualismo que se propuso el ministro de Hacienda para reducir el déficit fiscal, primario, y más lento aún el financiero, porque se ve afectado por la suba del costo del dinero; y lo expresan al propio Banco Central cada mes en la suba de sus proyecciones de inflación; sino porque ha comenzado a derivar en un aumento del costo del dinero no ya para desalentar la dolarización de la economía, sino para los nuevos créditos hipotecarios.
De ahí que un instrumento que había comenzado a revertir un largo período de letargo, ahora que había ganado impulso y despertado la construcción de viviendas por parte de desarrolladores privados para acomodar la oferta a la nueva demanda de unidades a estrenar lo amenaza con desalentarlo, porque el efecto del aumento de la tasa real de 4% o 5% anual, a más de 7%, sobre la cuota mensual a pagar la vuelve a alejar del valor medio del alquiler de un inmueble similar al que se aspiraba a comprar.
Los créditos hipotecarios ajustables por UVA tuvieron un singular impulso, y ahora con la suba de tasas amenazan con debilitarse
Otras implicancias de la suba de las tasas de interés
El impacto negativo del aumento del costo del dinero no sólo se manifestará en el mercado de consumo durable de largo plazo, como es la vivienda; sino también sobre la producción y los proyectos de inversión de empresas que operan centralmente con el mercado interno.
Día a día se suman voces de preocupación en los CEO de empresas, que alertan que la enorme brecha positiva entre la tasa de inflación, esto es de lo que pueden aumentar los precios, y las tasas de interés exigidas por el mercado de capitales para colocar deuda no sólo para capital de trabajo, sino para inversión en transformación productiva, lleva a demorar los proyectos.
Mientras que a esta altura no es novedad que también las altas tasas de interés incentivan el rezago del tipo de cambio respecto de la inflación, y de ese modo promueve las importaciones y contrae las exportaciones, al punto de provocar un giro del superávit comercial de casi USD 2.000 millones en los primeros 10 meses de 2016 a un déficit de más de USD 6.000 millones, un año después.
Y ni que hablar del efecto sobre el denominado déficit fiscal y cuasi fiscal, el primero por los intereses de la deuda pública a tasa variable del conjunto de los estados nacional, provincial y municipal; y el segundo, por el costo que mes a mes debe enfrentar el propio Banco Central, sea pagando más intereses, sea ampliando la emisión de esos títulos a niveles que podrían tornarse impagables, como ha sido recurrente en la historia argentina; o canjeados por otros instrumentos.
Semejante escenario, en un contexto en el que no se perciben claras señales de reducción del gasto público, más allá de la relación con el PBI, siempre que se pueda cumplir la meta de crecimiento, y en el freno de la ejecución de la obra pública, por el exceso de erogaciones pre electorales, ya ha comenzado a afectar los pronósticos de algunas consultoras en materia de actividad para el año próximo; independientemente de que el Gobierno logre que se aprueben sin grandes cambios los proyectos de ley de reformas tributaria, laboral, previsional, responsabilidad y pacto fiscal.
Revertir ese cuadro requerirá no sólo de ajustes en la política fiscal, para tornarla consistente con la monetaria, sino también que los próximos aumentos de tarifas y de los precios regulados estén alineados con las expectativas, y tiendan a liberarse.
Por el contrario, si se fuerza al Banco Central a que flexibilice la política de tasas, para abaratar el crédito y deje que el tipo de cambio libre flote, no sólo a la baja, para que cambie el curso del comercio exterior, puede correr el riesgo de que se acelere la inflación si Hacienda no endurece su plan de gasto, incluido en las postergadas obras públicas.
De ahí que en los últimos meses se verificara un punto de freno en la desaceleración de la inflación por segundo año consecutivo, pero se aceleró respecto de la tasa anual que había llegado a caer al 21,6% en julio, se fue intensificando hasta superar el 23% en la actualidad.