Crisis en nuestras aguas, ¿qué sucede con la Fuerza Aérea?

Nuestra otrora orgullosa aviación de combate no es más que un puñado de cuadrillas o escuadrones disminuidos, muchos de ellos de aparatos turbohélice, sostenidos por un sistema logístico desgastado e ineficiente

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Es curioso que los titulares de los diarios argentinos insistan en la decisión del Gobierno nacional de descabezar las Fuerzas Armadas. ¿Pensarán de verdad que hay ahí un camino cierto o al menos probable para terminar con la ignominia que viven hace 40 años los militares? Ellos son verdaderos ciudadanos de segunda clase en una democracia que, en una típica actitud argentina, los eligió como únicos culpables de un pasado trágico y les asignó una cuenta a pagar que nadie sabe cuándo terminará, cuánto le costará a la nación y qué se ignora. Además, si no tendrá gravísimas consecuencias ante cualquier eventualidad que nos pudiera poner por delante el avieso destino, mañana o dentro de 20 años.

El emblemático caso de nuestra agobiada Fuerza Aérea pareciera necesitar bastante más que el maquillaje de un cambio de comandante. De aquella orgullosa fuerza que el 1º de mayo de 1982 hizo su bautismo de fuego en un acto glorioso, allí donde 14 héroes ofrendaron su vida y que provocó no sólo la admiración del enemigo de entonces, sino que hizo que posteriormente se estudiaran en todo el mundo las técnicas utilizadas por aquellos pilotos notables. Ellos, con sus capacidades y su adiestramiento, disimularon las diferencias tecnológicas y de equipamiento con el enemigo y provocaron, con su accionar, daños que jamás pudo imaginarse la Armada británica. Sólo para que quienes son ajenos a la milicia lo registren, esto decía el almirante británico Sandy Woodward, ex combatiente en la guerra de Malvinas y autor del libro Los cien días, sobre su experiencia en el Atlántico sur: "Los pilotos argentinos fueron muy valientes. Los veíamos aparecer a ras del agua. Jamás hubiéramos imaginado eso". ¿Da orgullo, no? Bueno, de ello no queda nada o casi nada.

Aun después de la guerra, la Argentina contaba con 14 escuadrones de combate de 12 aviones cada uno. Luego de 35 años, los aviones Mirage fueron desprogramados y nuestro país perdió su capacidad de interceptación supersónica, con lo que seguramente les entregaremos a países amigos la custodia de nuestro cielo soberano, ante las complejas responsabilidades que tendremos como país anfitrión de importantes citas internacionales en el 2018. Citamos el caso del G20, pero también puede ocurrir cualquier asunto que requiera de verdad un servicio activo y eficiente. Lo cierto es que hasta que los aviones no explotan en el aire o los submarinos no se hunden en nuestro litoral marítimo, esto le interesa poco o nada al mundo de la política. Ellos solamente reaccionan cuando la opinión pública pone sus ojos sensibles ante la tragedia y los deudos, pero la verdad es que los sistemas de nuestra Fuerza Aérea atrasan más de 30 años.

Nuestra otrora orgullosa aviación de combate no es más que un puñado de cuadrillas o escuadrones disminuidos, muchos de ellos de aparatos turbohélice, sostenidos por un sistema logístico desgastado e ineficiente. No hace falta ser un genio, ni un técnico, ni un ingeniero, ni un especialista, para entender lo que en estos 30 años se agregó en materia tecnológica a la aviación en general y a la aviación militar en particular. Es más, es bien sabido que, en general, es de los avances militares de donde se nutre la aviación comercial.

¿Dónde está realmente la Argentina con su Fuerza Aérea? ¿Qué tenemos? ¿Cuál es nuestro futuro? Nadie lo sabe bien, porque esto que citamos sobre la aviación de combate podría extenderse a la situación de la aviación de transporte, que se encuentra igual o peor que la que detallamos. Este y otros aspectos vinculados con la fuerza en general aburrirían al lector, quien sin embargo no debería dejar de registrar que:

-Durante estos años se ha realizado el máximo nivel de canibalización de la historia, sólo para que algunas pocas naves pudieran volar.

La obsolescencia de los sistemas es total y la calidad del adiestramiento, del que alguna vez supimos alardear, es sinceramente triste. Como dato objetivo basta solamente saber que se vuela apenas una quinta parte de las horas que se empleaban en entrenamiento previo a 1982.

-La grave situación ha traído como consecuencia la desmoralización del personal, con las consecuencias quizás más irrecuperables, como son su pérdida y la captación que de ellos realizan los medios aéreos comerciales y las compañías privadas de aeronavegación. El Estado argentino los entrena e invierte millones en pilotos que, sin expectativas y con salarios ruines y que además no pueden cumplir con su vocación de volar —sea por ausencia de máquinas, de combustible o de repuestos—, abandonan su vocación, la mayor parte de las veces con lágrimas en los ojos.

¿Entonces? Esas primeras planas de relevos y cambios importantes… ¿Vienen acompañadas del equipamiento necesario? ¿Vienen acompañadas del combustible necesario para el entrenamiento? ¿Acompañan sueldos acordes con las capacidades de esos pilotos? ¿Vienen acompañadas del respeto profesional necesario?

Si todo eso fuera así, bienvenidos sean los cambios. Si no, simplemente no nos mintamos y esperemos, angustiados, al próximo ARA San Juan.

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