Lo que dejaron las elecciones presidenciales en Chile

La primera vuelta de los comicios para elegir al sucesor de Michelle Bachelet ofreció más sorpresas que confirmaciones

Sebastián Piñera deposita su voto durante las elecciones del pasado domingo (Reuters)

Ante todo y una vez más, las encuestas tuvieron desaciertos notables. A Sebastián Piñera el prestigioso Centro de Estudios Públicos le atribuía 44% y sólo alcanzó 36,7 por ciento. A Alejandro Guillier, el oficialista, un 20%, y obtuvo 22,7 por ciento. Y a la izquierdista Beatriz Sánchez solamente un 8,5%, cuando alcanzó 20,3 por ciento. Al candidato de la derecha, José Antonio Kast, que obtuvo el 8%, no se le atribuía más que un cuatro por ciento. Otras encuestas dieron cosas parecidas y hoy aparecen los mea culpa de sus principales directores, que reconocen que no supieron evaluar a los indecisos. Se refugian en la idea de que anunciaron que habría segunda vuelta y que ella sería entre Piñera y Guillier, pero los errores porcentuales y la distribución tan diferente invalidan esas poco convincentes explicaciones cuando ha cambiado todo el panorama.

Como se aprecia, no es casualidad lo que ocurre cuando se repite en Gran Bretaña, en Colombia y en Estados Unidos. Resulta evidente que hay problemas de metodología, porque no se puede suponer que el conjunto de las encuestas incurra en favoritismos o venalidades. La interrogación presencial ha desaparecido y ahora los teléfonos y las redes son el medio empleado, con los resultados que se advierten. No se trata de rechazar globalmente los sondeos, pero sí de advertir que, fuera de números muy gruesos, el margen de error es mucho mayor que el que oficialmente reconocen.

Resulta claro, entonces, que la cuestión de las encuestas debería manejarse con más prudencia, porque estos desvíos, en Chile, muestran un diagrama político muy distinto del previsto. Lo que parecía una victoria cómoda de Piñera se transforma en una segunda vuelta muy pareja entre lo que genéricamente llamaríamos "la centro-izquierda" frente la "centro-derecha". En este último espacio ocurrió incluso que el candidato más a la derecha, Kast, obtuvo un 8%, muy superior al previsto, lo que probablemente explica, en parte, la caída de Piñera. De esta elección sale otro esquema político. La Democracia Cristiana entra en debacle y la nueva agrupación izquierdista, liderada por Beatriz Sánchez, se incorpora triunfal al gran escenario con un 20 por ciento. Contra lo esperado, se renueva la mitad de la Cámara, de la que se alejan figuras históricas. O sea, que esos porcentajes de distancia revelan mucho más que un puñado de votos: son un cambio cualitativo en el escenario político chileno. Los investigadores de opinión ni intuyeron esto que es casi un terremoto y que todavía puede llegar a ser incluso mayor de imponerse Guillier en la segunda vuelta.

LEER MÁS: Sebastián Piñera anticipó que apelará al "centro moderado" para ganar el ballotage en Chile

Otra apreciación interesante es la del voto en el exterior, que se ha realizado en Chile por vez primera. De los 320 mil chilenos que viven afuera, solamente se inscribieron para votar 39 mil personas, y efectivamente lo hicieron un 60% de ellas. También aquí los desvíos, en este caso entre el voto en Chile y en el exterior, son grandes .En el mundo, Piñera obtiene un 5% menos; Guillier, un 6% más y Beatriz Sánchez, la candidata sorpresa del novel Frente Amplio, un 4% más. Si vamos a los países, nos encontramos con que en España gana la candidata frentista con 36% frente a sólo un 26% de Piñera; y en Argentina gana Guillier con un 32%, frente a un 27% de Piñera. Resulta claro que en cada lugar se vota con un clima local y no se sigue la tendencia general que se da al interior del país, una de las razones más claras para mostrar que esta elección universal no es un recurso democrático fiable sino todo lo contrario.

En términos generales, mueve también a reflexión la baja participación ciudadana. El voto no es obligatorio, pero que efectivamente sufrague sólo un 46%, un 3% menos que en la primera vuelta de la elección de 2003, es revelador de una inocultable apatía ciudadana. Cuando se enfrentan dos espacios políticos muy definidos como centro-derecha y centro-izquierda, que contienen cada uno versiones más extremas de su inclinación, es raro que no se alcance ni siquiera a la mitad del electorado. La participación ya venía bajando elección a elección y cayó drásticamente cuando el voto, a partir de 2012, se hizo voluntario. Ahora se confirma esa tendencia a la baja que ojalá se revierta en la segunda vuelta, que ahora luce mucho más pareja y competitiva de lo que parecía.

En un país de tradición cívica arraigada, en muchos aspectos parecida a la nuestra, estas reflexiones van más allá de los números y deben entrar en el análisis de nuestra vida democrática.