Por el número de DNI, el cabo segundo Aníbal Tolaba, integrante del submarino San Juan, ojalá aún tuviera, días más, días menos, 18 años de edad. Su sueldo de 14.780 pesos no alcanzaría para no estar en la línea de pobreza, ya que el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) señala como límite un salario de 15.676,56 pesos. Dios ayude en su destino al joven Tolaba, y Dios quiera que, si no lo ayuda, al menos no tenga el mismo destino que el maquinista del Sarmiento, a quien una presidente responsabilizó de la tragedia de Once porque "nunca supo explicar por qué no accionó el freno" (dicho el 23 de noviembre de 2017).
Pobre cabo Tolaba, no pobre por ser un soldado en operaciones, al cuidado de nuestro gigantesco litoral atlántico, sino pobre por la pobreza estructural de un país donde el respetable trabajo insalubre de conducir un subte tiene salarios superiores a los 50 mil pesos y donde la compleja tarea de conducir un avión de nuestra línea de bandera tiene salarios de 200 mil pesos, pese a lo cual ambos, subtes y aviones, nos abandonan a nuestra suerte en cuanta oportunidad pueden, de manera imprevista y cruel, mientras esperamos todos la "conciliación obligatoria" pertinente.
Ni el cabo Tolaba ni la primera submarinista sudamericana, la teniente de navío Eliana María Krawczyk, marcharon jamás a la plaza de Mayo por lo suyo, sólo cumplieron con su deber con lo poco que el Estado argentino les proveía. El mismo caso para el capitán de fragata Pedro Martín Fernández, con 22 años de servicio y en quien seguramente la nación invirtió muchos millones en su altísima preparación, y cuyo salario apenas superaba los 44 mil pesos. Hoy, en medio de la tragedia anunciada hace docenas de años, ya se habla de 40 sumarios y de la decapitación de la conducción de la Armada. Esos almirantes, de también menos recursos que los dignos empleados del subterráneo, se irán en silencio para ser reemplazados por otros, que solamente podrán seguir las mismas rutinas para que nada cambie. Muy raro todo, ya que sería inteligente y justo esperar el fin del drama y dejar conducir sin presión la crisis, luego investigar con seriedad y recién entonces adoptar medidas serias y meditadas.
Pero así son las cosas, quizás no recuerden bien que, además de algún "error de comunicación" de la Armada, también han sucedido otras cuestiones, como el hundimiento del destructor Santísima Trinidad, amarrado al muelle de la Base Naval; los accidentes náuticos y las averías, que han sido constantes en despliegues nacionales e internacionales por falta de mantenimiento, repuestos y apoyo logístico. Recordar que en el ambiente naval de toda América supimos ser ejemplo y pioneros en operar un portaviones que ya no tenemos, que la capacidad de nuestra Infantería de Marina se basaba en un buque de desembarco del que hoy carecemos y que también hemos perdido nuestra capacidad de rescate de submarinos; hoy necesitamos el apoyo de una docena de países para afrontar la crisis. Agrego que por la cuenca del Plata sale el 90% de nuestro comercio exterior, y ese comercio puede ser paralizado totalmente, porque también perdimos la capacidad del barrido de minas donde nuestro país supo ser líder.
Esas capacidades de las que hoy carecemos son las que cualquier Armada llama "poder naval integrado", poder justamente de un país que tiene la octava extensión territorial del mundo y cuyas aguas duplican esa superficie. La Constitución Nacional establece dos intereses vitales, entre otros, que solamente pueden cumplir las Fuerzas Armadas de la Nación: garantizar la soberanía y la integridad nacional. La ausencia del control territorial, aéreo y marítimo de un país que tiene agua, comida y energía para 400 millones de personas debería preocupar, y mucho, a quienes conducen nuestro Estado. A esos dirigentes que, ante la trágica situación del submarino San Juan, hoy piensan en cómo conformar a una sociedad sensibilizada con la simple estrategia de hacer rodar unas cabezas navales para seguir adelante.
Finalmente, permítanme un último párrafo, ya que con tanta propiedad se adueñaron periodistas y redes de términos navales y marítimos sin haber subido la gran mayoría ni siquiera a un chalupa en los lagos de Palermo: hay "militontos" que no pertenecen a un partido político sino a todos y a cualquiera, que creen que podemos ser Costa Rica y evitar los gastos destinados a nuestros sistemas de defensa para aplicarlos, en cambio, en las jubilaciones de nuestros abuelos o en la educación. Olvidan que la Argentina está sola en el Atlántico sur y que nuestros límites no dan con los Estados Unidos, cuyo presupuesto de defensa asciende a 700 mil millones de dólares. También hay románticos que creen de verdad en la paz y en la voluntad de desarmarnos, sin pensar que la paz es un bien que se gana con el esfuerzo de muchos años y que las mejores Fuerzas Armadas son las que están bien preparadas y equipadas, y por eso disuaden y no combaten.
Luego están quienes tienen las responsabilidades más serias y mayores: está el Presidente, en su carácter de comandante en jefe de las Fuerzas Armadas; están sus ministros; está el Congreso; el oficialismo y la oposición. Todos ellos pueden mirar al costado e ignorar lo que no pueden o no es necesario calcular.
Por ejemplo, ¿cuánto necesitarían de presupuesto nuestras Fuerzas Armadas para no avergonzarse de sí mismas? Y que reflexionen también sobre cuánto cuesta no darles ese presupuesto. ¿Cuánta pérdida le provoca a la nación tener fronteras permeables a las drogas y el contrabando? ¿Cuánto cuesta la ausencia de radares y el no control de las miles de pistas clandestinas que hay en el país? ¿Cuántos miles de millones de dólares se llevan las potencias que roban nuestros recursos ictícolas del litoral atlántico? ¿Cuánta debilidad hay para enfrentar los nuevos desafíos de la ciberdefensa? Ni hablar de la ausencia de los mínimos patrones internacionales que impidan que el terrorismo y el megadelito internacional se instalen en la Argentina.
Ojalá el sacrificio de 43 caballeros y una dama del mar se conviertan en un llamado a la reflexión de toda la sociedad argentina y, más importante aún, se transforme en un llamado a la acción de nuestros dirigentes para que dejen atrás 35 años de abandono, desdén, castigo y falta de sentido común. Buscar culpables cuando sea el momento y hoy trabajar a destajo para dar solución a esta grave debilidad de nuestra patria.