Recuerdo que en octubre de 2012 me tocó dictar una conferencia en una reunión académica de universitarios, en la Universidad Autónoma de Chihuahua, en el norte de México. El encuentro nucleaba a las instituciones miembros del CUDI, que es una red que enlaza a universidades de este país a través de un gran caño de fibra óptica de internet. Al momento de subir al estrado, me consultaron dónde estaba mi presentación y PowerPoint, y grande fue la sorpresa cuando les expliqué que no tenía ninguna presentación, que simplemente iba a compartir unas reflexiones y datos, para finalmente elaborar algunas ideas de cierre. Y así lo hice. Una vez concluida mi tarea, partí a almorzar junto con colegas y asistentes del encuentro. Se sumó a mi mesa un directivo de otra universidad, que me dijo que le había llamado especialmente la atención mi presentación, dado que había sido la única que había ocurrido sin seguir un guion escrito, sin repetir frases que aparecían en una pantalla luminosa. Tal vez sin proponérmelo, y bajo el título de "la innovación educativa", había dado el mensaje más potente: innovar no sólo es sofisticarse y hacer más compleja la vida a través de plataformas y tecnologías, sino que también puede incluir un diálogo sencillo y franco. Es una obviedad, pero la buena utilización del lenguaje continúa siendo una poderosa herramienta innovadora y revolucionaria.
La anécdota de Chihuahua se repite cada vez que me invitan a dictar una conferencia, que cada año ocurre con más asiduidad. Grande es la sorpresa de todos los organizadores cuando respondo los correos y los requerimientos indicando que sólo necesito buen sonido. "Pero ¿no usará una presentación?, ¿acaso no necesita un proyector? ¿Trae su PC o le prestamos una? ¿Necesitará conexión a internet? Seguro que necesita un puntero láser". A todos les resulta curioso que hable de innovación y no me valga de tecnología para afirmar mis principios, mientras que a mí me resulta sintomático de la creencia que afirma que tecnología e innovación son primas hermanas. El malentendido confirma mi suposición, seguimos imaginando "fierros" cuando queremos agarrarnos conceptualmente de la innovación como recurso.
Repasemos, primero, qué entendemos por innovación educativa, para luego ver cómo se desprende esta concepción equivocada. Defino a la innovación educativa como la combinación intencional de recursos, de manera novedosa y original, con el objetivo específico de suscitar aprendizajes. Como se puede apreciar, es una ecuación de cinco componentes: combinación, intencionalidad, recursos, originalidad y aprendizaje. Al desglosar esta ecuación y analizar cada componente por separado, rápidamente se nota que lo verdaderamente original y novedoso de esta época es la cantidad de recursos que pueden ser combinados, y la originalidad potencial que dichas combinaciones pueden presentar. Los otros tres componentes son comunes a cualquier época y tiempo: la combinación, la intencionalidad y la idea de los aprendizajes.
La confusión, a mi juicio, ocurre justamente en este punto: en pensar que la revolución de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) y la conectividad es una revolución de tecnologías, y no una revolución de significados, lenguajes, creencias, convenciones y experimentaciones prácticas. Si bien es cierto que el giro de época fue provocado por un par de industrias de base tecnológica (microprocesadores y desarrolladores de software, principalmente), la reconfiguración posterior creó una dotación casi infinita de nuevos recursos (muchos tecnológicos, es cierto, pero también pedagógicos, didácticos, lingüísticos, científicos, neurocognitivos, humanos, generacionales, normativos, legales) que habilitan una infinidad de posibles combinaciones originales. Justamente, en un entorno tan tecnificado, tan propenso hacia la deshumanización por la repentina irrupción de tantas tecnologías invasivas, en un entorno tan direccionado hacia la cuarta revolución industrial, con robots, inteligencia artificial, impresión 3D e internet de las cosas, recuperar algunos recursos o herramientas básicas del hombre, como por ejemplo el buen uso del lenguaje, puede resultar enormemente poderoso e innovador, lo que imprime al mensaje emitido o al diálogo generado muchas más posibilidades de trascendencia e impacto. Por eso, no utilizar PowerPoint ni PC ni cañón para presentar puede ser innovador, sólo si sabemos llenar esas carencias u omisiones con un diálogo o una presentación que hipnotice y sacuda, tanto por el contenido como por la técnica de presentación.
Días pasados visité Jujuy, y tuve la oportunidad de reflexionar largamente sobre este tema con directivos y docentes de escuelas públicas locales. Compartimos, con humor, rigurosidad y apertura mental (sí, se pueden combinar), el desafío que supone cuestionar nuestros propios modelos mentales, en especial este que implica considerar que innovación educativa y tecnología son prácticamente sinónimos. Para acompañar mi argumento, les compartí una actividad que, junto con otros colegas, estamos llevando adelante en un barrio de bajos recursos de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Hace unos meses comenzamos un ciclo de encuentros con padres y madres del barrio bajo la única consigna de conversar. Valiéndonos de recursos tan básicos como preguntar, levantar la mano, escuchar con interés, no juzgar, que los aportes sean breves para dar lugar a que todos pregunten, y otros recursos del tipo, implementamos un taller de conversación con el objetivo de profundizar una problemática en particular (no es necesario especificar). Solamente hicieron falta unos minutos para establecer las pocas reglas del encuentro y generar confianza para que el diálogo haya comenzado a fluir de una manera sorprendente. Y con el diálogo, aparecieron los testimonios. Con los testimonios, se clarificaron los problemas, y con estos, se hicieron más relevantes unos consejos y abordajes por sobre otros.
Me podrán decir que realizar una encuesta a través de una plataforma en línea es más sencillo, económico y masivo, y es verdad. Pero el grado de intimidad que se genera en un espacio de conversación confiable y respetuoso, adecuadamente moderado y estructurado, es invalorable. Y, además, es original. De hecho, los participantes del conversatorio manifestaron que nunca nadie antes les había propuesto un espacio equivalente. De tanto valor que encuentran en lo que allí se discute, varios de sus integrantes ya están llevando a la práctica recomendación que surgieron inclusive durante el primer encuentro, con resultados que a ellos sorprende. De repente, resulta que los padres también pueden ser muy buenos educadores, a pesar de no tener escolaridad completa, a pesar de carecer de diplomas y grados académicos que los acrediten como educadores o profesionales. Resulta que los padres también pueden ser actores educativos tan o más relevantes que los mismísimos docentes, ayudando a desarrollar virtuosismo en sus hijos. De pronto, modelos mentales aparte, resulta que parte de la respuesta del problema de la educación la podemos tener a la vuelta de la esquina, valiéndonos sólo de la herramienta del diálogo interesado.
Chihuahua, Jujuy y las conversaciones del barrio enlazan un debate, el de la innovación educativa, que no logra claridad. Tal vez el fracaso de tanta estrategia de tecnificación de las aulas y las salas de estudio, con escaso impacto en las dinámicas de aprendizaje, logre girar la mirada hacia otros recursos de igual valía, como puede ser crear un espacio de reflexión relevante e interesado que desarrolle nuevos hábitos.
Podrá suponer que no hay nada de novedoso u original en el diálogo o la conversación, ya muy presente como estrategia en Sócrates, hace 2.400 años. Lo animo a que lo intente, y luego nos cuenta.
El autor es consultor, experto en innovación educativa, autor del libro "Yo qué sé (#YQS), la educación argentina en la encrucijada".