Sin la pretensión de hacer comparaciones de dotes intelectuales con Madame de Staël y Victoria Ocampo, Mariquita Sánchez (se llamaba María Josefa Petrona de Todos los Santos, primero casada con Martín Thompson y luego con Jean-Baptiste Mendeville) ocupa un lugar preponderante en su relación con el ideario liberal. Primero, por sus tertulias en la quinta de San Isidro a las que asistieron personalidades como Manuel Belgrano, Vicente López y Planes, Juan José Castelli, Juan Larrea, Nicolás Rodríguez Peña, Hipólito Vieytes y Feliciano Chiclana, salones en donde se forjaron y consolidaron las ideas independentistas en lo que luego fue la República Argentina.
En esa quinta se cantó por vez primera la Marcha Patriótica (hoy Himno Nacional). Mucho más adelante se discutieron los principios y los valores liberales en su casa de la calle San José, actualmente Florida, en el centro de Buenos Aires, con Juan Bautista Alberdi, Esteban Echevarría, Juan María Gutiérrez, Félix Frías y Florencio Varela, quienes también participaron con Mariquita en su exilio de la tiranía rosista en Montevideo.
Sus escritos son pocos e incompletos (Diario y Recuerdos del Buenos Aires virreinal, junto a la resumida bibliografía de Pastor Obligado, la muy difundida obra de María Sáenz Quesada, la de Graciela Batticure y la compilación de Clara Vicaseca), pero la fecundidad de su organización y la calidez de su hospitalidad para las aludidas tertulias y los debates fueron de una enorme fertilidad, realizados en momentos en que estaba muy mal visto que una mujer se involucrara en faenas intelectuales de esa envergadura y acompañada de tamañas personalidades.
Quería despegarse a toda costa de lo que había escrito como un clima en el que tres factores dominaban la situación en la que vivió tempranamente: "Tres cadenas sujetaron este gran continente de la Metrópoli: el terror, la ignorancia y la religión católica [donde] había una comisión del Santo Oficio para revisar todos los libros que venían, a pesar de que venían de España donde había las mismas persecuciones". Juan Bautista Alberdi escribió que Mariquita fue "la personalidad más importante de la sociedad de Buenos Aires, sin la cual es imposible explicar el desarrollo de su cultura y buen gusto".
Después de Caseros vuelve a Buenos Aires desde su exilio en Montevideo y se ocupa principalmente de la sociedad de beneficencia que presidió y especialmente dedicó su tiempo en esta institución a las niñas, a los efectos de trasmitirles el sentido de independencia y dignidad en épocas en las que prevalecían criterios de machistas acomplejados y miedosos de la competencia, incompatibles con el sentido de una sociedad abierta.
Este estilo de comportamiento y las convicciones sobre los principios liberales fue luego seguido y muy desarrollado por mujeres de la talla de Madame de Staël y Victoria Ocampo, sobre las que he escrito antes y que ahora reitero sólo en parte las observaciones entonces formuladas.
En esa misma línea, Anne Louise Germaine Necker (Madame de Staël) fue tal vez de todos los tiempos la mujer que más contribuyó a establecer cenáculos y reuniones de gran jerarquía para el debate de ideas en la Europa decimonónica. Sus obras completas ocupan 17 tomos incluyendo su abultada correspondencia.
Mostró una muy especial reverencia por las libertades de las personas: "No hay valor mayor que el respeto por la libertad individual, lo cual constituye el principio moral supremo". Consideraba que la tolerancia religiosa formaba parte de la columna vertebral de la sociedad civilizada: "La intolerancia religiosa es lo más peligroso que pueda concebirse para la convivencia pacífica".
En prácticamente todas sus biografías, que fueron muchas, se destaca un dicho que recorría los distintos medios de la época: "Hay tres grandes poderes en Europa: Inglaterra, Rusia y Madame de Staël".
Sus arraigados principios liberales, su carácter firme pero afable, sus cuidados modales, su sentido del humor y su don de gente la hacían especialmente propicia para el manejo de los encuentros intelectuales, todos ordenados con temas generalmente prefijados y tratados en profundidad en los que se hacía uso de la palabra por riguroso turno. Algunas de las figuras más prominentes que asistieron a sus encuentros fueron Goethe, Schiller, Chateaubriand, Edward Gibbon, Voltaire, Diderot, D'Alembert, Byron, Wilhelm von Schlegel, Talleyrand y el más cercano y célebre de todos: Benjamin Constant.
Como buena liberal, Germaine Necker sostenía que las fronteras cumplían el sólo propósito de delimitar países a los efectos de evitar la monumental concentración de poder que surgiría de un gobierno universal. Con razón mantenía que el fraccionamiento y la dispersión vía el federalismo dentro de las fronteras proporcionaban un reaseguro adicional a las extralimitaciones de los aparatos políticos y, a su vez, era una notable expositora de la libertad de comercio. Asimismo, se hubiera disgustado mucho con la existencia de la figura del "inmigrante ilegal", propia de regímenes absurdos. Desde luego que nuestra autora no tuvo que vérselas con aquella contradicción en términos denominada "Estado benefactor", cuyos "servicios gratuitos" naturalmente están siempre colapsados y demandan más recursos de los contribuyentes. Pero esto no debería servir de pretexto para bloquear los movimientos migratorios libres, salvo antecedentes delictivos. Si bien es cierto que el problema reside en el "Estado benefactor" y no en los inmigrantes, se debería impedir que estos recurran a los referidos "servicios gratuitos" para no agravar la situación fiscal y simultáneamente debería eximírselos de aportes que impliquen el descuento del fruto de sus trabajos para mantener esas prestaciones, con lo que serían ciudadanos libres como muchos desearían ser.
Por último, en aquellos tiempos tampoco se esgrimía la peregrina idea de que, en un mundo donde los recursos son escasos y las necesidades ilimitadas, los inmigrantes restan posibilidades laborales a sus congéneres, en lugar de ver que liberan ofertas de trabajo para otras tareas hasta ese momento imposibles de encarar, igual que ocurre cuando se introduce un método de producción más eficiente.
Luego de muchas y muy variadas experiencias europeas, Madame de Staël concluyó que las acciones bélicas siempre resultaban en graves prejuicios para todas las partes involucradas y que, lo mismo que sostuvieron enfáticamente los Padres Fundadores en Estados Unidos, tarde o temprano se traducirían en el desmesurado agrandamiento en el tamaño del Leviatán, cuyas deudas y desórdenes de diversa naturaleza finalmente comprometerían severamente las libertades individuales por las que ella abogó toda su vida. Se inclinaba al principio civilizado de actuar como "ciudadanos del mundo", cuyos únicos enemigos declarados eran los que rechazaban la libertad. En cuanto al resto, le resultaba irrelevante la nacionalidad, el color de la piel o la religión siempre que el interlocutor se basara en los valores universales del respeto recíproco.
Por otro lado, no hay escritor hispanoparlante ni lector serio de ese mundo que no tenga conciencia del inmenso agradecimiento que se le debe a la editorial y a la revista Sur, que es lo mismo que decir Victoria Ocampo, puesto que ella las sufragaba para beneficio de las letras y la cultura universales. Nació a fines del siglo XIX, épocas en que en Buenos Aires se pretendía cargar a las criaturas con los nombres de buena parte de su árbol genealógico y del santoral: se llamaba Ramona Victoria Epifanía Rufina.
Victoria Ocampo reunió en sus salones a intelectuales como José Ortega y Gasset, Octavio Paz, Paul Valéry, Albert Camus, Victor Massuh, Eduardo Mallea, Aldous Huxley, Alfonso Reyes, Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Alicia Jurado, Igor Stravinsky, Carl Jung y Julián Marías.
Siempre estuvo del lado de quienes aclaman la libertad como un valor supremo. Sufrió persecución y cárcel durante la dictadura peronista por sus manifestaciones claramente liberales ("En la cárcel uno tenía al fin la sensación de que tocaba fondo", escribió). Los nacionalistas de la época intentaron por todos los medios sabotear sus tareas. Incluso, en 1933, la Curia Metropolitana la declaró persona non grata, porque "Tagore y Krishnamurti, dos enemigos de la Iglesia, son amigos suyos".
En momentos de escribir estas líneas en buena parte del mundo hay una crisis mayúscula de valores, parecería que en gran medida se ha perdido el sentido de dignidad y la autoestima, y se ha abdicado en favor de los mandones de turno, pero en homenaje a personalidades como Victoria Ocampo, en su lucha por la libertad y la cultura, no debemos cejar en la trifulca de marras. Como ha escrito Benedetto Croce: "La libertad es la forjadora eterna de la historia", ya que "es el ideal moral de la humanidad" y por eso "el dar por muerta la libertad vale tanto como dar por muerta la vida".
Doña Victoria abogó por los derechos de la mujer en igualdad con los de los hombres, en línea con la gran Mary Wollstonecraft, la pionera en el genuino feminismo y no como algunas versiones degradadas modernas. Se rebelaba contra las imposiciones de machos incompetentes que no resisten las opiniones sesudas de mujeres porque se sienten disminuidos y, por ello, prefieren relegarlas a tareas puramente domésticas.
En su momento, Ocampo había escrito: "Toda buena traducción es una manera de creación, jamás un trabajo mecánico ejecutado a golpes de diccionario […]. Tanto una bella prosa como un bello poema no tienen más traducción que la de las equivalencias; equivalencias que a veces se alejan del texto para serle fiel", del mismo modo que ella fue siempre fiel a sí misma.
Mariquita Sánchez fue la precursora en estas faenas de reunir a personalidades al efecto de debatir las ideas de la libertad y así contribuir a despejar las falacias del autoritarismo. En este sentido es un ejemplo a seguir, especialmente para los apáticos e indolentes que consideran que el respeto recíproco es algo automático que no necesita ser defendido y cuidado.