Por más mentes y prácticas creativas, también en la educación

Juan María Segura

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Seguramente usted nunca escuchó hablar de Hedy Lamarr, y tampoco tenga referencias de Hedwig Eva Maria Kiesler. Estamos hablando de la misma persona, una actriz nacida en Viena y luego nacionalizada norteamericana, que protagonizó unas 30 películas de cine entre 1933 y 1958, año de su retiro. Desde pequeña destacó por su inteligencia y fue considerada por sus maestras como una niña prodigiosa y superdotada. Empezó sus estudios de ingeniería a los 16 años, pero tres años más tarde, en 1933, abandonó la ingeniería atraída por su vocación artística. Comenzó una prolífica carrera cinematográfica en Berlín.

La historia de Hedy, que incluye un primer matrimonio forzado con un magnate alemán de la industria armamentística y que luego ella calificó como una etapa de esclavitud en su vida, posee todos los ingredientes de una vida de novela. Tal es así que publicó sus memorias en 1967, obra que fue reeditada en España en 2017.

Una de las curiosidades que ofrece la vida de aventura de esta actriz, que finalmente escapó (literalmente) de las garras de su primer marido con la convicción de comenzar una nueva vida artística en los Estados Unidos, es que patentó, en 1942, una tecnología estratégica para los Estados Unidos, y que luego sirvió como un insumo esencial para el diseño de los dispositivos wi-fi.

Hedy, conocedora de los horrores del nazismo a raíz de su primer matrimonio, y convencida de que con su inteligencia y su conocimiento podía hacer una contribución en favor de los aliados durante la Segunda Guerra Mundial, comenzó a colaborar con el gobierno norteamericano para la creación de nuevas tecnologías militares. Ella sabía que a los gobiernos les asustaba fabricar un misil teledirigido por miedo a que las señales de control fuesen interceptadas o interferidas por el enemigo, y que esto pudiera inutilizar el invento o, peor aún, ser utilizado en su contra. Es así como, el 11 de agosto de 1942, obtuvo la patente número 2.292.387 por su sistema de comunicación secreta. Lo que ella patentó fue una versión temprana del salto en frecuencia, una técnica de modulación de señales en espectro expandido, que se valía de un par de tambores perforados y sincronizados para cambiar entre 88 frecuencias. La tecnología había sido concebida para construir torpedos teledirigidos por radio que no pudieran detectar los enemigos.

El primer uso conocido de la patente se dio en la crisis de los misiles de Cuba. Durante esta crisis de 1962 se usó este sistema en el control remoto de boyas rastreadoras marinas. La misma técnica se incorporó en alguno de los ingenios utilizados en la guerra de Vietnam y, más adelante, en el sistema estadounidense de defensa por satélite (Milstar), hasta que, en la década de 1980, el sistema de espectro expandido vio sus primeras aportaciones en ingeniería civil. Así, con la irrupción masiva de la tecnología digital a comienzos de esa misma década, la conmutación de frecuencias permitió implantar la comunicación de datos wi-fi.

¿Por qué hago mención a esta historia? Porque el 9 de noviembre se celebrar el Día Internacional del Inventor, justamente en memoria del aporte inventivo tecnológico estratégico realizado por esta bella actriz de vida tan cinematográfica. Recordar a Hedy es recordar y reconocer el genio creativo que existe dentro de un inventor, el potencial transformador que delimita y ofrece una patente, la oportunidad de renovarnos que supone la irrupción en escena de un invento.

La Argentina tiene su propio Día Nacional del Inventor, el 29 de septiembre, en memoria de Ladislao Biro, un periodista e inventor húngaro, nacionalizado argentino, creador del bolígrafo (la birome), de la caja automática de velocidades para automóviles y el lavarropas automático, entre otros inventos. Pero el escenario de inventores locales no se agota con la birome, e incluye inventos transformadores de disciplinas y de la vida de las personas, como el by-pass cardíaco (Favaloro, 1967), el sistema dactilográfico para identificar personas (Vucetich, 1891), la transfusión sanguínea (Agote, 1914), la estación de radio (Susini, 1920), los dibujos animados (Cristiani, 1897), el magiclick (Kogan, 1963) , el secador de piso (Fandi, 1953), el colectivo (1928), por mencionar los más conocidos.

Suelo hacer referencia a los desafíos que nos impone la época actual, alterada a partir de tres revoluciones: la de los flujos de información, a partir de la creación de internet, en 1992; la de la producción de contenido y conocimiento, a partir de la creación de wikipedia, en 2001; y la de la ubicuidad, a partir de la creación de primer smartphone, en 2007. La época nos obliga de pensar diferente, a replantear nuestras propias prácticas y creencias, a renovar nuestra mirada del mundo y de nuestras posibilidades. Por la contundencia y la acumulación de evidencias, la época nos obliga a innovar.

La palabra innovar tiene su origen en el latín. Proviene del verbo innovo, innovas, innovare, innovavi, innovatum. Este verbo está conformado por el prefijo in, cuyo significado es 'penetración', 'estar en', y el verbo novo, novas, novare, novavi, novatum, que significa 'hacer de nuevo', 'renovar'. Este verbo proviene del adjetivo novus, nova, novum ('nuevo', 'joven'). De este modo, se puede considerar como el concepto etimológico de este término es renovar o mejorar algo a tal punto de parecer nuevo. Ello es lo que debemos hacer en todas las disciplinas en general, y en el sistema educativo en particular. Debemos innovarlo, incorporarles elementos o combinaciones novedosas de recursos, para imprimirle una transformación tal que parezca nueva, ¡que parezca un invento!

La innovación y la invención son primas hermanas, tanto etimológicamente como en la práctica. Necesitamos de mentes y prácticas creativas, originales e inventivas para innovar el sistema educativo. Recordar a Hedy, a Biro y a todos los que nos dejaron su legado en la forma de cosas nuevas, no sólo nos permite beneficiarnos de sus inventos y de su trabajo, sino que nos recuerdan que la innovación y la invención son posibles, son necesarias y transforman vidas.

En el Día Internacional del Inventor, los invito a los actores del sistema educativo a que se animen a inventar. Dar la talla con la época es asumir el papel que las circunstancias imponen. Si el objetivo del sistema educativo es generar aprendizajes de calidad a escala y preparar para la vida adulta, entonces debemos reorganizar y combinar los recursos (científicos, tecnológicos, pedagógicos, humanos, normativos) que la tradición y la época ofrecen para crear un nuevo sistema. ¡Inventemos!, disfrutemos la experiencia, aprendamos juntos.

El autor es consultor, experto en Innovación Educativa, autor del libro "Yo qué sé (#YQS), la educación argentina en la encrucijada".

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