Este debe ser el cuarto o quinto gran acuerdo nacional que presencio en mi vida, sin contar las reformas constitucionales. Tanto esos acuerdos como esas reformas han sido intrascendentes, frustrantes o contraproducentes, según el caso. Ya fuere por las especulaciones políticas a veces, por las posiciones sistemáticamente contrapuestas de las partes, por los intereses creados, por concepciones ideológicas irrenunciables, por mediocridad o por cualquier otra razón, estos supuestos consensos no han aportado nada a la sociedad, casi todo lo contrario.
Eso se ha agravado cuando, además, se requieren leyes que plasmen los acuerdos y su debida sustentabilidad en el tiempo. Todavía se han tornado menos viables cuando tienen que ver con el funcionamiento de la Justicia, que claramente es un poder independiente en el país, en el peor sentido del término.
Por qué en esta oportunidad existe tanta confianza en obtener resultados haciendo lo mismo de siempre, cuando no se cuenta con las mayorías mínimas y cuando un sector importante blande su resentimiento en todos los planos de la vida institucional argentina es algo inexplicable que seguramente entra en el plano de los milagros de la fe.
Es, por caso, imposible de comprender para una mente estándar cómo en una economía cerrada a la libre competencia interna y externa va a aumentar la demanda laboral de modo significativo. Justamente esa cerrazón está garantizada por todos los factores que entrarán al gran acuerdo nacional. Cuando se formula este tipo de apreciación, la respuesta es que habrá un gran blanqueo laboral. Medida que no tiene nada que ver con la generación de empleo, como mínimo.
Puede que ayude al objetivo de creación de trabajo que se luche contra la industria del juicio laboral, pero los cambios que se deben introducir en la legislación y en el sistema judicial son muchísimos. Puede que se complazca a las grandes empresas en algunos aspectos específicos, pero no será así con las pymes, que son quienes generan empleo en serio, están demasiado golpeadas y requieren un cambio revolucionario multidisciplinario para revivir.
Es posible aplicar conceptos parecidos a todos los grandes aspectos nacionales. Basta pensar en el fundamental cambio educativo para comprender que no es acordando con estos sindicatos como se resolverá el problema. Lo probable es que se aumente el gasto inútilmente.
Ni siquiera intentaremos analizar la importancia de eliminar la subordinación de nuestro derecho a organizaciones regionales ad hoc, como la Comisión Interamericana de Derechos humanos, que ha servido para instaurar el garantismo al desorden, el piquete y la violencia insurgente, que usan justamente quienes tienen interés en sabotear cualquier mejora educativa o de cualquier otro tipo, desafiando el orden social, presupuesto elemental a salvaguardar en toda sociedad que pretenda obtener una mejora en su bienestar colectivo. No lo intentaremos porque el Gobierno no se atreverá a incluir semejante tema en ningún acuerdo.
El hecho de haber acordado, antes de sentarse a acordar, que el gasto se bajará gradualmente (afirmación falaz) y que el bache se cubrirá con endeudamiento será sumamente cómodo y tranquilizante para los convocados a cualquier diálogo. Pero es mucho menos cómodo y mucho más intranquilizante para quienes hemos oído, también varias veces, este mismo alegre discurso.
La insistencia en una reforma en el sistema tributario seguramente será bienvenida por muchos, algo comprensible si se supiera en qué terminará consistiendo esa reforma. Al no bajarse el gasto, la discusión será en esencia sobre el modo de repartir el costo de la sensibilidad y el asistencialismo entre los que trabajan. Cada vez que se habla de eliminar un impuesto distorsivo, lo que luce positivo, se está hablando de aumentar algún otro gravamen, o de aumentar el déficit, o de aumentar la deuda. Si se agrega la discusión sobre la coparticipación, se advierte que habrá que esperar un milagro para conseguir algún consenso que termine siendo útil para la sociedad, además de años de discusión.
La base del planteo del Gobierno es que la realidad política del país no deja margen para ningún otro sistema ni para ningún otro camino. Que es exactamente la teoría política y económica que ha defendido y entronizado el peronismo en toda su historia y con sus diversos formatos o denominaciones, entre otras, la de proteccionismo y desarrollismo.
Es por eso curioso que una mayoría que quiere desterrar para siempre al peronismo de la vida nacional abrace las mismas ideas estructurales que aplicó ese movimiento y que paralizaron el crecimiento del país hasta hoy. Recuerda a la serpiente que se traga al elefante y adopta su forma.
Una vez que la ciudadanía ha otorgado su mandato a Cambiemos, sería importante que ahora elevase su nivel de exigencia, ya ahuyentado el fantasma de Cristina, para que el Gobierno se alejase de la comodidad de la complacencia entre políticos y apuntara a auténticos cambios, seguramente más laboriosos, que hoy se descartan en nombre de la gobernabilidad o de supuestos pensamientos superiores electorales.
La magia de la tecnología permitirá al lector guardar la opinión vertida en este artículo para enrostrármela en pocos años. Deseo fervientemente que ocurra así. Sería, en cambio, muy doloroso tener razón.