Margarita, pedagogía contra el metro cuadrado

Si 1País no alcanza el primer lugar este 22 de octubre, Margarita se queda sin butaca en el Congreso. Vuelve al llano. Movida audaz y, en simultáneo, formativa: el proyecto colectivo está por encima de las metas individuales

"A mí me gustaba Margarita hasta que se juntó con Massa. ¡Eso no se lo perdono más!", rezongó un amigo en la mesa de un clásico café platense. Se abría la ventana para una discusión calórica, cargada de estereotipos, prejuicios y muletillas argumentales, pero mi memoria, como en contadas ocasiones, anduvo rápida de reflejos e intercedió: "Hace dos años dijiste que te encantaba Margarita, pero que no la votabas porque era una candidata cuasi testimonial, que no iba a incidir en el tablero, que preferías una opción útil, etcétera. Ahora que forjó un espacio con proyección y chances concretas de impactar en la realidad, ponés el 'pero' en la arquitectura de la alianza. Damos vuelta la ecuación. Parece que, a veces, las excusas les ganan la pulseada a las preferencias, ¿no?". Del otro lado del capuchino primero hubo un titubeo; después, un falso arranque; y, por fin, un silencio involuntario, cerrado: condescendiente.

Leopoldo Marechal, con esa agudeza que sólo los escritores malditos disimulan, deslizó alguna vez: "Lo esencial es romper el silencio y el agua de los grandes mutismos". Probablemente, el amigo platense, como tantos otros, estacionó en la primera emoción que se le cruzó y nunca se puso a desmenuzar el camino escogido por Margarita Stolbizer en estos dos últimos calendarios.

Para empezar, autocrítica. En una política dominada por el súper yo, la referente del GEN, después de las elecciones de 2015, tuvo la valentía de pararse ante el espejo y hacer una rigurosa introspección. Ahí metabolizó los yerros que la llevaron al 2,5% de los votos, se desnudó de algunos pruritos y salió de su zona de confort política. La decisión culminó en un viaje al centro del espectro ideológico. Coordenadas más precisas, el Frente Renovador (FR). Durante un año y medio, ambos espacios, GEN y FR, sin ceder en sus cosmovisiones, sus valores y sus trayectorias, buscaron converger en el plano legislativo. Y, en cierta medida, lo lograron. A fuego lento, cocinaron una agenda que tuvo como destinatarios principales a los trabajadores, la clase media, las pymes y los jubilados.

Posteriormente, a la referente de la socialdemocracia criolla la acompañaron en su decisión una parte del socialismo y otra porción de Libres del Sur. Esta fidelidad enriqueció aún más la sociedad entre dos tradiciones históricas del país: el peronismo y la centroizquierda. Dicho matrimonio recibió numerosas felicitaciones. Una de ellas llegó de parte de Beatriz Sarlo, que, en una entrevista de televisión, respaldó la unión y admitió que si pudiera (vive en CABA), los votaría. A horas del segundo round electoral del año, este blend de identidades pelea desde atrás contra el kirchnerismo (y el aparato paraestatal, comunicacional y territorial, que constituyó en su prolongada estadía en el poder) y el Gobierno nacional (inquilino actual de los tres principales pisos del edificio estatal: el porteño, el bonaerense y el nacional). Pero el 22 de octubre es solamente una estación más en esta ingeniería partidaria. La película acaba de empezar y hay algo más profundo e intangible para sacar a la superficie que la fotografía electoral.

Pocos se percataron de que, entre tanta mezquindad, individualismo e (hiper) personalismo, Stolbizer aceptó, allá por junio, en el cierre de listas, el segundo puesto en la lista de (pre) candidatos a senadores nacionales. Analizando sus posibilidades políticas, una jugada de alto riesgo: si 1País no alcanza el primer lugar este 22 de octubre, Margarita se queda sin butaca en el Congreso. Vuelve al llano. Movida audaz y, en simultáneo, formativa: el proyecto colectivo está por encima de las metas individuales. Pedagogía contra el metro cuadrado personal. Un mensaje directo a los jóvenes interesados por lo público: el liderazgo implica temperamento, sacrificio y, sobre todo, ejemplaridad. "Le ofrecieron candidaturas y puestos desde el Gobierno, pero Margarita apostó por sus convicciones, no por un cargo", elogió hace unos días un periodista. "Es un valor para la política argentina", sumó otro.

Quitándole un poco de zoom al asunto y, pensando en el país, es imperioso ordenar el sistema partidario. Frente a la solidificación de un bloque político de centroderecha como Cambiemos, con una impronta liberal nítida en materia económica y un conservadurismo radical en cuestión de valores posmateriales (Esteban Bullrich a esta altura es, sin querer seguro, el ícono de este experimento), surge la necesidad de moldear una propuesta amplia, moderna y sensible. Una coalición que tenga como horizonte la igualdad, y no la pobreza, que defienda a los trabajadores, y no a las grandes empresas y al capital financiero. Que legisle en pos de las minorías sexuales, étnicas y religiosas, y no las estigmatice. Que, de una vez por todas, ponga la cuestión ambiental sobre el tapete. Hoy, ese espacio todavía está vacante y 1País tiene credenciales para ocuparlo. El tiempo o, mejor dicho, la paciencia lo dirá.

Como epílogo, el ADN democrático. Hay que articular una oposición abierta al diálogo, lista para desarrollar consensos de envergadura, pero también preparada para oficiar de contrapeso, marcando límites, corrigiendo traspiés y generando alternativas superadoras a las políticas oficiales. Al fin y al cabo, este es el mandato de la elección que asoma este fin de semana: ¿Qué tipo de oposición queremos los argentinos, una destructiva o una constructiva? O siendo más pretenciosos, ¿a qué tipo de democracia aspiramos: a una pendular o a una virtuosa? Un socialista y humanista de estirpe como el alemán Willy Brandt arrojaría un consejo sencillo, pero pertinente: "Necesitamos, en el sentido de la propia responsabilidad y de la responsabilidad común, más democracia, no menos".