Días pasados participé de un programa televisivo en donde se discutió sobre política, campañas, candidatos y las típicas cuestiones que se tocan en época electoral. Con argumentos e intenciones variadas, una y otra vez la discusión se volvió recurrentemente sobre el vínculo entre política y corrupción, conectando su maridaje con tragedias puntuales (el accidente de Once) o con situaciones más generales, pero igual de traumáticas (el 28,6% de pobreza).
Sin quitar peso a esos argumentos, que en parte desnudan un fracaso sistémico del funcionamiento de las instituciones en nuestro país del que casi todos somos responsables, por acción u omisión, mi pequeño aporte en el programa consistió en incluir en ese debate el tema de la pericia en el diseño de instrumentos de gestión pública. Concretamente hablé del costo que lleva implícito el mal diseño de políticas públicas, y de la mala tarea que la sociedad realiza para actuar como árbitro y auditor de ese papel de los gobiernos de turno.
En el campo que me ocupa, la educación, en los últimos 10 años inundamos de recursos al sistema, supongo (¿ilusoriamente?) que siguiendo algún diseño de política pública particular, y los resultados resultaron traumáticos: los chicos aprenden menos, el abandono escolar sigue en niveles récord y lo mismo la repitencia, se aceleró la migración de la matrícula pública hacia la privada, el ausentismo de docentes y alumnos superar el 30%, no logramos completar siquiera un ciclo escolar de apenas 720 horas anuales (Chile tiene 1.083, Perú, 900 y Paraguay, 773), y la matrícula total país del ciclo de primaria cayó 2,1% entre 2007 y 2015. ¿Qué tal? A esto le llamo impericia. Una política pública que fracasó estrepitosamente. Una herramienta de gestión del Estado que, por mal diseño, mala implementación, o ambos, no logró lo que se propuso (baja o nula eficacia), y consumió recursos incrementables de las arcas públicas (baja eficiencia, dado que el gasto como porcentaje del PIB aumentó del 3,8% al 6,2%).
Es impensable que mejoremos la calidad de la política sin implicarnos como sociedad en la calidad del diseño y la implementación de sus políticas públicas. Por eso mi reclamo personal a las autoridades de CABA cuando anunciaron la reforma del secundario de sus escuelas sin proveer los argumentos ni los ámbitos en los cuales discutir sus supuestos, sus modelos, sus hipótesis de trabajo y, lo más importante, las estrategias de adopción e implementación. Y también mi reclamo al gobierno central cuando presentaron el Plan Maestro, plagado de buenas intenciones, pero carente de precisiones y de formas de implementación. Así ya vimos cómo fracasó la buena intención de las tres mil salas de educación inicial prometidos en 2015.
Los educadores tenemos una especie de obsesión (o desvío profesional) con el tema de los instrumentos y las herramientas. El acto genérico de educar y el específico de escolarizar son una suerte de integración dinámica de instrumentos, estratégicas y herramientas, con un propósito específico de trasmisión de conocimiento. Por lo tanto, para quienes hacemos de la educación nuestro norte y el centro de nuestra actuación profesional, apartarnos de las políticas, las herramientas y los instrumentos de navegación nos pone incómodos y a la deriva. Por eso miramos como miramos, y delatamos cuando vemos que otros no ponen la debida atención en ello.
Recientemente se publicó un nuevo ranking, el número 11, del Center for Learning and Performance Technologies. ¿Qué mide este ranking? Instrumentos de aprendizaje, ni más ni menos. Por eso su importancia para los más de dos mil expertos educativos de los 52 países que respondieron la encuesta. Por eso su relevancia en una época en donde la escuela está obligada de resignificarse. Por eso su trascendencia en un momento en donde hablamos de corrupción, pero no hablamos de pericia en el diseño de instrumentos que mejoren la calidad agregada de los aprendizajes del sistema escolar argentino.
El citado ranking es maravilloso, pues no nos habla ni de la tiza, ni del libro, ni del pupitre, ni del pizarrón, todos instrumentos de enorme trascendencia en otro momento de la historia, pero ya convertidos en huesos fósiles. La herramienta más importante y utilizada, en un ranking que incluye 200 instrumentos de aprendizaje, es Youtube, seguida por Google Search, PowerPoint, Google Drive, Twitter, Word, Linkedin, Facebook, WordPress y Wikipedia. Al analizar el ranking específico de las 100 herramientas educativas, Youtube cae al cuarto lugar, y el tope de la lista lo ocupa Google Drive, y además se suman herramientas como Excel, Prezi y Kahoot.
Esta última, de la que seguro usted no tiene referencia alguna, es una compañía creada en 2013 en la Universidad Noruega de Ciencia y Tecnología dedicada a transformar la experiencia de aprendizaje a través del juego en línea. Actualmente tiene más de cincuenta millones de usuarios mensuales activos, y es utilizada en más de 180 países. Lo invitó a que vea los videos en donde se observa a chicos y grandes jugando, desafiando y saltando de alegría en un ambiente social y jovial. Sí, se puede aprender también así, y hoy tenemos instrumentos y herramientas much0 más potentes que el pizarrón para hacer que no solo niños, sino todos los que lo desean, se entusiasmen con la idea del aprendizaje.
Cómo me gustaría que, aun en época electoral, hablemos de aprendizajes, instrumentos y pericia en el diseño de políticas educativas, y no solamente de lo que mide tal o cual candidato y de lo que ocurre en Comodoro Py.
El autor es consultor, experto en Innovación Educativa. Autor del libro "Yo qué sé (#YQS), la educación argentina en la encrucijada".