Las tierras de Castilla que limitaban con el reino de Aragón pertenecían a dos grandes señorones, los Mendoza y los Medinaceli, familias nobles de altísima alcurnia y antigua prosapia que vivían a sus anchas bajo el reinado de Enrique IV, conocido, no sin cierta sorna, como "El Impotente".
El hombre, débil en el tálamo como en el gobierno, había señalado como heredera al trono a su hermana Isabel. No era lo que quería, pero se dejó llevar por un sector de la nobleza que buscaba, con Isabel, transformarse en cortesana y apretar las clavijas desde el centro del Estado. Cuando se supo los deseos de la futura reina de unirse con Fernando de Aragón, un sector de la nobleza díscola y recalcitrante obligó a Enrique a desdecirse y proclamar como heredera a su hija Juana. Si ya Isabel era intolerable, casada con el catalán era imposible. En combinación con el Impotente planificaron, entonces, encarcelar a Isabel y proclamar como reina a la hija de Enrique, Juana, llamada la Beltraneja, dado que los partidarios de Isabel aseguraban, con profundos estudios de campo, que Juana no era hija de Enrique, por sus carencias sexuales, sino de su ministro, Beltrán de la Cueva, joven y apolíneo funcionario que, si las cosas salían bien, tendría un aceitado futuro político.
Los Medinaceli y los Mendoza se juramentaron detener y asesinar al heredero del trono de Aragón, don Fernando, en cuanto pisara tierras de Castilla. Todo indicaba que ese casamiento acabaría con el poder desbordado de la nobleza y ellos querían evitarlo. De modo que planificaron el crimen. A los pocos días, seis mercaderes con mulos, carretas y fardos de paja pasaban de Valencia a Castilla, bordeando el Duero. La pequeña caravana era conducida por un criado mal entrazado que, con pantalones rotos y boina hundida hasta las orejas, arrastraba con gran esfuerzo a los animales. Pararon en una posada alejada de las rutas principales y mientras los mercaderes se alojaban en cuartos interiores, el criado pasó la noche a la intemperie. Hasta ahí nada excepcional en esa España trashumante. Sin embargo, esto era excepcional. Los mercaderes eran nobles y el criado era Fernando, heredero del trono de Aragón y futuro consorte de Isabel, de ese modo lograron sortear la emboscada.
Se casaron en Valladolid el 19 de octubre de 1469. Y aquella sociedad ya no fue la misma. Surgió España como nación creada desde el centro del Estado en virtud de la voluntad de la pareja real. Claro, no fue fácil, el absolutismo incipiente de estos reyes y el absoluto de su nieto Carlos I había que soportarlo. Estrictas medidas de orden y disciplina a las que no estaban acostumbrados ni la nobleza altanera ni las ciudades con su burguesía naciente. La novedosa realidad geopolítica, esto es, el Estado nacional nacía a la sombra y al amparo de la monarquía absoluta y no sin sufrimientos. Fue doloroso para los habitantes de aquellas épocas. Especialmente para la nobleza que vio perder su antiguo poder.
Era aquella una sociedad con fuerzas centrífugas tan exasperantes que necesitaba una argamasa capaz de consolidarla como nación. Entonces estos reyes hallaron en la religión la bandera de la unidad y la nacionalidad. Fueron expulsados los judíos y los moros, y para los que se convertían se creaba la Inquisición, por las dudas que fuera engañosa su conducta. Se estableció un sistema de pesas, medidas y monedas, único para todo el reino; se construyeron carreteras; se crearon fuerzas militares en manos de la monarquía pero sostenidas por las ciudades para reprimir el bandidaje practicado por nobles y malhechores; y se acallaron, también, las voces de las cortes y los consejos municipales. Una sola voz se oyó: la del rey.
Se españolizó a la Iglesia. Si bien no se prohibieron las lenguas regionales, se generalizó el castellano por gravitación propia de la centralidad del poder en Castilla. Expulsados los moros del sur de España, los puertos del Mediterráneo y del Atlántico más allá de Gibraltar estuvieron en condición de ganar el nuevo mar que se abría al comercio merced a los descubrimientos que venían realizando los portugueses.
Finalmente, la irrupción de Colón ante los reyes abrió para España el control del orbe. El absolutismo daba finalmente sus frutos. Solamente una monarquía absoluta con base en una nación podía hacerse cargo del mundo.
Algunas regiones de España resistieron la centralización. A veces calladamente, otras, con grandes rebeliones. Cataluña fue una de ellas. La insubordinación de la nobleza levantisca y de las ciudades se desató con toda su furia cuando el heredero de los reyes católicos, su nieto Carlos I, asumió el poder de España y el poder del mundo como Carlos V.
La resistencia catalana a la unificación de la Corona en Castilla fue permanente. Hubo dos grandes levantamientos o rebeliones a lo largo de la historia española, el de 1640 puso en riesgo la unidad nacional. Los catalanes, fundamentalmente comerciantes y artesanos de Barcelona, asesinaron al representante del gobierno central e inmediatamente organizaron un poder local levantando fuerzas militares ante una probable intervención del poder central que efectivamente se produjo. Cataluña se constituyó como república y logró el apoyo de Francia.
Diez años después, Cataluña volvía a formar parte de España. Un nuevo conflicto se abrió a comienzos de 1700 al iniciarse la guerra de sucesión española. Las potencias europeas se abalanzaron sobre el reino en franca decadencia al no dejar heredero el último rey Austria, Carlos II, el Hechizado. La sociedad española se dividió y una nueva guerra civil ensangrentó a España. Cataluña enfrentó con su candidato al resto del reino que pugnaba por otra casa real, la que finalmente ganó: los Borbones. Para no hacer tan extensa la nota, la guerra civil de 1936 encontró a Cataluña como el último bastión de resistencia al Ejército Nacional liderado por Francisco Franco.
Hoy Cataluña vuelve por sus fueros. Lo hace en el marco de un tiempo donde comienza a cuestionarse a los Estados nacionales. Alguien debería decirles que no han perdido vigencia aún. La globalización actual y el auge del liberalismo no pueden poner en cuestión a un colectivo como es la patria, pues es en el marco de ella donde las libertades individuales y regionales serán garantizadas.