La escuela secundaria argentina fue formateada en el siglo XIX. Enciclopedista, positivista, con clases magistrales, disciplina rígida y autoridad poco democrática, el Colegio Nacional era para educar a unos pocos: la clase dirigente. En el siglo XX se amplió la matrícula; con el radicalismo y el peronismo los hijos de las clases medias y trabajadoras llegaron a la escuela secundaria; las especialidades de bachiller, normal, perito mercantil, artística o técnica daban cuenta de diversos papeles profesionales. La dictadura golpeó la participación gremial y estudiantil, pero esa rebeldía había llegado para quedarse: la Noche de los Lápices se convirtió en símbolo de la lucha secundaria por el boleto educativo y el derecho a la educación para todas y todos.
En democracia se quitaron los exámenes de ingreso, la ley federal extendió la obligatoriedad escolar a 10 años y en 2006 la ley nacional 26206 estableció el nivel secundario como obligatorio. Había llevado 80 años universalizar la escuela primaria en el país después de la ley 1420 de educación común de 1884, disminuyendo en más del 50% los índices de analfabetismo y poniendo a la escuela pública argentina como referencia en Latinoamérica. Hace apenas 11 años que la escuela secundaria es obligatoria, su historia más larga es difícil de resumir en un párrafo apretado, pero sin duda su impronta fue desde su origen elitista.
En 1980 sólo el 10% de la población mayor de 25 años tenía su secundario completo; esa cifra creció al 19,7% según datos del Censo 2010, y entre los jóvenes de 20 y 24 años el porcentaje se elevó al 30 por ciento. Muchos nuevos estudiantes son hijos de familias que llegaron por primera vez al secundario, son también hijos de la crisis del 2001, de la desocupación y la pobreza. Son quienes nutren las estadísticas de repitencia, sobreedad y deserción escolar, los que hasta hace poco estaban afuera de la escuela y hoy no terminan de incluirse en una educación de calidad. La mitad de los alumnos que ingresan al secundario no lo terminan, no sólo por profundas desventajas socioeconómicas sino también por la falta de sentido que tiene la escuela, muy distanciada casi siempre de los intereses de los jóvenes y sus comunidades. Los docentes más comprometidos con una educación inclusiva y de calidad que motive la participación activa, crítica, creadora de los estudiantes trabajan las más de las veces en soledad, sin acompañamiento institucional, remando contra la corriente del sistema.
Todos los que fuimos al secundario tuvimos algún profesor que fue inspirador. Es indispensable generar espacio escolar para potenciar estas experiencias en proyectos pedagógicos colectivos entre docentes, con estudiantes y familias. Sabemos a la educación como herramienta estratégica para la promoción de la equidad social y el desarrollo. Pero la escuela sola no puede hacer casi nada.
La escuela secundaria tiene como desafío incluir a todos los adolescentes que no llegan y poder contener a los que se van. A los que se quedan dando vueltas en el barrio o la esquina sin proyecto, a los ni ni que no estudian ni trabajan, a los que quedan expuestos a los mayores riesgos con todos sus derechos vulnerados. Porque la escuela sigue siendo el mejor lugar donde pueden estar. Pero la escuela no puede ser la única que se haga cargo de niños y adolescentes en los tiempos de la infantilización de la pobreza. Los niños son los más pobres entre los pobres, 58,7% o 7.600.000, están bajo la línea de pobreza. Las cifras más altas de la indigencia se ubican en la franja etaria de la adolescencia: 14% entre los 13 y 17 años.
Cada tres horas una niña entre 10 y 14 años es madre mayormente por abuso, y anualmente 108.912 menores de 19 años llegan a la maternidad en la adolescencia. La pobreza es multidimensional, alimentaria, habitacional, sanitaria, educativa. La protección de derechos de niños y adolescentes, según la ley 26061, debe ser integral con políticas públicas que atiendan a lo social, integrando la respuesta educativa. Y sin duda se trata fundamentalmente de priorizar a los sectores mayoritarios de la sociedad argentina con un modelo económico de progreso que amplíe oportunidades y derechos sociales para los sectores medios y populares. Si la brecha sigue creciendo, aumentando la pobreza y la desigualdad no reclamemos a los docentes que hagan milagros. Aunque nos sigamos empeñando en obtener buenos resultados, es muy difícil enseñar con una realidad social tan compleja, sin recursos y sin destino social que otorgue sentido a los aprendizajes escolares. Por eso queremos discutir de qué futuro hablamos cuando hablamos de la Escuela del Futuro.
Es necesario transformar la escuela secundaria para que sea inclusiva y de calidad, hacia la construcción de ciudadanía, formadora para la educación superior y permanente, que prepare para el mundo del trabajo cada vez más complejo, que incorpore el paradigma tecnológico de la era digital que transitamos no como consumidor globalizado sino como sujeto crítico, inquieto y creativo que pueda pensar con otras y otros un mundo más humano, más justo, donde podamos ser más felices. Hacen falta formatos institucionales más flexibles, dedicación plena de los profesores en la institución, tiempo para trabajar proyectos institucionales integrando asignaturas, desarrollar herramientas tecnológicas, invertir en infraestructura y en mejores salarios. También mejorar y multiplicar la formación docente para que las clases sean más interesantes acercando los contenidos a las culturas e intereses juveniles, aplicar de modo transversal la educación sexual integral, vincular a la escuela con otras instituciones y organizaciones en los procesos de aprendizaje.
Para mejorar la escuela secundaria que tenemos es imprescindible que todos los actores de la comunidad educativa estemos involucrados: docentes y gremios, estudiantes con sus centros, especialistas y espacios académicos, familias, organizaciones de la comunidad. Ninguna reforma inconsulta puede ser exitosa.
La idea del cambio y la modernización es muy marketinera. Cambiemos. Pero no todo cambio o reforma es bueno de por sí. Un cambio puede ser regresivo. Incluso una receta puede tener algunos ingredientes deliciosos con un mal resultado. En la Ciudad de Buenos Aires como comunidad educativa nos resistimos a la reforma educativa del secundario durante el menemismo. La transformación educativa de la ley federal también tenía algunas palabras que sonaban renovadoras y vendían. Esa reforma desestructuró la escuela secundaria en la provincia de Buenos Aires, poniendo a los adolescentes en el mismo patio con los pibes de primaria y también primarizando los contenidos. La escuela técnica se derrumbó. Hizo falta una contrarreforma para desandar ese desastre y volver a armar la escuela secundaria como unidad educativa. Que la reforma secundaria de los 90 no entrara en la Ciudad fue un logro.
En la Ciudad de Buenos Aires se anuncia una reforma del nivel secundario en el marco de los acuerdos en el Consejo Federal de Educación y como continuación de la aplicación de la Nueva Escuela Secundaria (NES): la "Secundaria del Futuro". En 2018 se aplicaría en 17 escuelas para llegar a 132 escuelas con 84 mil estudiantes en 2021. Se plantea un ciclo básico de dos años, uno orientado de otros dos, un quinto (y sexto en escuelas técnicas) con mitad del año dedicado al emprendedurismo y otra mitad al "más allá de la escuela", con pasantías en instituciones y empresas para desarrollar "talentos" e intereses. Suena a un remixado del polimodal de los 90 poniendo eje en el desarrollo de capacidades, habilidades operativas, competencias. No queda claro quiénes harían el seguimiento de esas prácticas profesionalizantes a unos doce mil estudiantes, a los fines educativos, podrían ser tutores de las empresas.
No se sabe qué pasa con materias de quinto año como historia o geografía argentina. Las materias se agrupan en cuatro áreas (lengua y literatura va con educación física, por ejemplo), la evaluación es por créditos "con valor de intercambio" que sólo en un 30% estarían a cargo del profesor, 30% lo evaluarían tutores y 20% "la tecnología". Se propone como una novedad didáctica que el 30% de las clases sean "magistrales" y un 70%, tareas individuales o grupales colaborativas con participación activa de los alumnos. Se plantean nuevos perfiles: orientadores, facilitadores, tutores, no queda claro si estos roles los cumplen docentes o personal menos capacitado y más barato.
Lo único que queda clarísimo es que la asistencia técnica y la capacitación para el programa de tutorías no las llevan adelante los técnicos especialistas con los que cuenta el Ministerio sino que se terceriza en la Fundación Cimientos. Las plataformas adaptativas con estructuras lúdicas y superación por niveles o "gamificación" para aprendizaje y evaluación se compran a Microsoft. El último informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), promotora de las pruebas estandarizadas PISA, propone capacitar a los estudiantes para nuevos empleos y el emprendedurismo. Lo que está en debate entonces es si la escuela secundaria del futuro la pensamos como responsabilidad indelegable del Estado con la participación de la comunidad educativa o dejamos que la siga guionando el mercado según sus intereses.
En la Ciudad de Buenos Aires casi cincuenta centros de estudiantes secundarios se movilizaron y 17 colegios están tomados en oposición a una reforma educativa inconsulta y por la aplicación de la educación sexual integral con protocolos para atender la violencia de género en las escuelas. La ministra de Educación dice que tenemos chicos "cableados en el siglo XXI que necesitan herramientas para cumplir sus sueños". Pero no se escucha a los estudiantes. Tampoco a docentes, especialistas, familias. La ministra de Educación de la Ciudad, Soledad Acuña, como el ex ministro de la Ciudad y Nacional, Esteban Bullrich, ni siquiera son educadores. En los últimos 10 años en la Ciudad de Buenos Aires el presupuesto educativo se redujo en 10 puntos respecto del presupuesto general. En el Ministerio Nacional se desarmaron las áreas pedagógicas de niveles, modalidades, programas de inclusión educativa y de formación docente. Son malos antecedentes. Una nueva escuela secundaria se construye con participación de la comunidad educativa, prioridad presupuestaria y proyecto pedagógico.
La Secundaria del Futuro se edifica a la par de un futuro de país. Cuando un ministro de Educación se presenta como un gerente de recursos humanos para que algunos alumnos se eduquen como jefes de empresa y la mayoría para ser felices en la incertidumbre, estoy segura de que no hablamos de lo mismo cuando decimos "futuro". Cuando se plantea una reforma educativa en el secundario haciendo hincapié en las pasantías y en la adaptación colaborativa para el mundo del trabajo mientras se anuncia la flexibilización laboral del 2×1 reduciendo el salario a la mitad, tenemos que sospechar que no queremos lo mismo. Cuando el modelo educativo es el de la meritocracia perdurando las desigualdades, y el marco teórico es el de liderazgos y libros de autoayuda, no estamos pensando la misma transformación en los aprendizajes escolares. Cuando fundaciones y empresas multinacionales tienen cada vez más injerencia en los negocios de la educación asociadas a los propios funcionarios tenemos la certeza de que vamos por mal camino.
La autora es licenciada en Letras (UBA), profesora para la enseñanza primaria, asesora parlamentaria del bloque Libres del Sur en el Congreso Nacional y miembro titular del Consejo Económico y Social CABA.