Los Castro, Chávez y Maduro

Venezuela le entregaba a Cuba parte de sus riquezas nacionales y La Habana le traspasaba a Caracas sus conocimientos y sus experticias en asuntos como la represión, la inteligencia y el control social

La alianza que forjaron los desaparecidos Hugo Chávez y Fidel Castro tenía entre sus principales fines el fortalecimiento del poder que detentaban, expandirlo y acrecentar sus influencias hasta donde fuera posible.

Ambos caudillos eran mesiánicos y voluntaristas. Fundamentalistas del poder que contemplaban las ideologías como meros instrumentos de sus ambiciones. Es una alianza que, por la idiosincrasia de los autócratas que la integraron, evoca la que en su momento establecieron Adolf Hitler y Benito Mussolini.

Ciertamente fueron hábiles en la selección de la estrategia que los condujo al poder y en la estructuración de un esquema de gobierno cuyo objetivo principal era mantener el control con independencia de cómo fueran afectados los gobernados. La clave de la asociación radicó en el respaldo mutuo e incondicional, particularmente en aspectos en los cuales una de las partes resultara ser más vulnerable que la otra.

Por ejemplo, Venezuela le entregaba a Cuba parte de sus riquezas nacionales y La Habana le traspasaba a Caracas sus conocimientos y sus experticias en asuntos como la represión, la inteligencia y el control social, la única actividad rentable del régimen insular.

La corporación que forjaron los iluminados fue muy productiva para los fines que se habían trazado. Castro logró que su régimen sobreviviera a la profunda crisis económica que su mal gobierno había provocado, acentuada con la desaparición de la Unión Soviética, y Hugo Chávez consiguió superar sin mayores consecuencias las muchas dificultades que confrontó durante sus mandatos.

Ambos coincidían en lo importante que eran las relaciones internacionales, asunto en el que Chávez demostró ser particularmente sagaz, porque usó para esos fines la riqueza petrolera de su país. No así su heredero político Nicolás Maduro, quien ha evidenciado una gran incapacidad en los asuntos de gobierno, a lo que hay que añadir que no ha contado con la bonanza petrolera que dilapidó el mayor golpista.

Chávez, al igual que su mentor, Castro, se apresuró en identificar un enemigo poderoso, Estados Unidos y, siguiendo los pasos del dictador cubano, instrumentó una campaña internacional en la que se presentaba como víctima, mientras que, gracia a la diplomacia petrolera, formó una gigantesca clientela política y montó tres estructura hemisférica con diferentes contenidos, el ALBA, Unasur y Celac, pero iguales objetivos, que es la defensa a ultranza del proyecto político que ambos auspiciaban.

Los dos gobernantes auspiciaron la subversión y procuraron generar el caos en todos los países que no se sumaran a sus propuestas, a la vez que se vincularon con regímenes extracontinentales con los que compartían intereses mientras desafiaban a Estados Unidos, como fueron, entre otros, los casos de Irán e Irak.

La partida definitiva de los dos caudillos abre un horizonte de esperanzas. La experiencia traumática de ambos pueblos es profunda y avasalladora, lo que permite confiar en un futuro en el que los ciudadanos, con plena conciencia de sus derechos, no los traspasen a los hechiceros que puedan surgir.

Cierto es que ambos regímenes han sobrevivido por su capacidad represiva, pero igualmente por la debilidad moral de quienes los respaldaron al interior de los dos países y en el extranjero. Es una realidad que Chávez y Castro cometieron numerosos y diferentes crímenes, pero muy pocos gobiernos y dirigentes latinoamericanos cuestionaron las transgresiones de ambos regímenes o rechazaron directamente la subversión y el caos que el venezolano y el cubano promovieron.

Por supuesto que no es sensato responsabilizar a gobiernos extranjeros por la longevidad de las dos autocracias, porque, aunque tienen una relativa responsabilidad, los verdaderos culpables son aquellos que a través de los años han apoyado de diferentes formas a esos regímenes. Cómplices los que se han envilecido para ser parte del poder, los que nunca han confrontado el totalitarismo castrista o el socialismo del siglo XXI. También quienes, con cualquier pretexto, reniegan de sus compromisos de luchar por un cambio a favor de la democracia en el país en que nacieron.