El desarme nuclear debe ser el objetivo prioritario de toda la comunidad internacional. El Instituto Internacional para la Investigación para la Paz de Estocolmo (SIPRI) ha destacado recientemente un peligroso renacimiento en la forma de pensar sobre el armamento nuclear. Señala que, pese al terrible poder destructivo, el peso y la legitimación de las armas nucleares continúan en ascenso. Estas referencias alarmantes del SIPRI permiten concluir que la presión política de la amplia mayoría de la comunidad internacional no ha sido suficiente para convencer a las principales potencias nucleares para que se inicie un proceso genuino de desarme nuclear conforme a las obligaciones asumidas en el artículo VI del Tratado sobre la No Proliferación de las Armas Nucleares (TNP).
El tema es muy preocupante por cuanto las doctrinas estratégicas de las principales potencias poseedoras de armamento nuclear arriesgan dar luz al fenómeno inquietante de la admisibilidad del uso del armamento nuclear. Los conceptos apuntan a que una guerra nuclear limitada regional es posible y no conlleva necesariamente a un conflicto a escala planetaria. Estas visiones forman parte, entre otras, de las discusiones relacionadas con hipotéticos escenarios de conflicto nuclear como podría ser entre Irán e Israel, China y la India o India y Pakistán. También entre Estados Unidos y Corea del Norte.
Los propios planes estratégicos de Estados Unidos y Rusia guardan cierta similitud al incluir la posibilidad del uso del arma nuclear en respuesta a una agresión ante una situación crítica. También en el acento de las superpotencias en los nuevos desarrollos tecnológicos. Las armas nucleares tácticas de alta precisión son un ejemplo por la capacidad de seleccionar la potencia de la explosión entre un modo táctico y estratégico. También ese riesgo aumenta, entre otros, con los desarrollos de misiles crucero con capacidad nuclear.
El reciente Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares no logra, por ahora, colmar expectativas. Por lo pronto, es un instrumento negociado entre Estados no nucleares y fuera del único órgano multilateral reconocido en la materia como es la Conferencia de Desarme. Tampoco el instrumento incluye, de forma expresa, la obligación de eliminar las armas nucleares salvo de manera indirecta en el artículo 4. Otras polémicas disposiciones están referidas al caso del incumplimiento de las obligaciones. También es cuestionable el artículo 17 al permitir la denuncia. En definitiva, el instrumento que se ha aprobado no agrega aspectos sustantivos novedosos a las dos piedras angulares que son el TNP y Tlatelolco. Tampoco lo hace en materia de verificación.
La experiencia técnica de décadas permite pensar que lo que resulta indispensable hoy es un tratado que prohíba la producción de material fisionable. Ese es el punto central que, junto a la prohibición de ensayos de armas nucleares, puede construir confianza entre los Estados poseedores de armas nucleares y permitir el inicio de un proceso hacia la total eliminación de las armas nucleares. Es en esa cuestión específica donde debería estar enfocada la presión internacional.
Otras alternativas, incluyendo el Tratado de Prohibición de Armas Nucleares, son sólo ejercicios declarativos de carácter político que en poco modificarán el statu quo nuclear o servirán para detener la peligrosa evolución de las doctrinas militares. Generar tratados de los que son parte contratante solamente los países ya desarmados difícilmente conduzca a la eliminación definitiva de todas las armas nucleares.