Para las elecciones de octubre el jefe del Partido Renovador, Sergio Massa, no tiene, a mi entender, muchas opciones. La tarea que comenzó en el 2013 debe terminarla ahora. ¿Se trata de parar al gobierno nacional como fue su discurso de las Paso, o se trata de parar a Cristina Kirchner que fue la razón de su nacimiento y el éxito electoral que dio vigencia a su partido? That is the questión.
La patriada de frenar la voracidad de poder del kirchnerismo es un mérito que la sociedad argentina le agradece a Massa, con quien de alguna manera estamos en deuda. Ahora bien…la faena no está terminada, en el medio de los escombros ocasionados por su política, Cristina se rearma. Es hora del golpe final. Como decía el General, primero está la Patria, luego los partidos y más allá los hombres.
Si Sergio Massa aspira a la coherencia y a la credibilidad social debe ser claro, preciso y contundente. ¿Qué es más grave para la salud de la Argentina como país y de los argentinos como pueblo? ¿El triunfo del gobierno nacional o el triunfo del kirchnerismo? Debe actuar en consecuencia.
La mayoría de las leyes que el gobierno aprobó a lo a lo largo de 2016 se hicieron con el apoyo del Frente Renovador y del peronismo sano. Lo que revela que estos dos sectores tienen cierta responsabilidad de los hechos a partir de esas leyes. Naturalmente como oposición razonable. Esa responsabilidad aún no se ha agotado. Falta un pequeño esfuerzo más.
Deben también el massismo y el peronismo cuidar mucho sus palabras. No se puede decir como imprudentemente lo hacen algunos políticos con aire de intelectuales que en octubre podrá más el odio a Cristina que el amor a Massa.
El odio siempre ha sido mal consejero y los peronistas son los que lo han padecido más que cualquier otro sector de la sociedad argentina. El odio es un sentimiento horrible que siempre fue ajeno a todo buen justicialista. Va una anécdota que puede poner algo de luz en tanta conducta miserable. Entrevistaba hace diez años a uno de los hijos del Teniente Coronel Oscar Lorenzo Cogorno fusilado por la Revolución Libertadora luego del levantamiento del general Valle en 1956. Al preguntarle sobre el impacto que había tenido en su familia y particularmente en su madre la noticia del asesinato del general Pedro Eugenio Aramburu, responsable de aquel fusilamiento, por las bandas armadas que se arrogaban la representatividad popular, este hombre, de quien hoy no recuerdo su nombre y luego de un gélido silencio me dijo: mi madre al enterarse grito ¡qué horror! y se puso a llorar. Como él delante de mí.
Me parece que eso define más al peronismo que cualquier otro tratado de historia o sociología política.
No tengo un segundo de kirchnerismo, por lo tanto estoy limpio de culpa y cargo. ¿Pero cuál es la razón de guardar odio a las principales figuras del gobierno anterior cuando fueron elegidos en comicios libres? Hay que reconocer, sí, que nos pusieron a parir como dijo el empresario español José María Cuevas en referencia a los modales rudos y toscos de Néstor Kirchner. Pero odio, dicho y sentido por un personaje que se asume como peronista me parece un error que conduce al fracaso.
La República Argentina no ha llegado ni ahora ni nunca a los límites de Venezuela. De modo que hay que apartar el odio. Se trata de parar a Cristina, no de odiarla, de detener su proyecto político que es anacrónico y negativo para el país.
Hay que desarmar rápidamente este laberinto sin salida que es el rencor. Para eso debe primar la política y la sensatez, Cristina debe ser derrotada. Atento Massa.