En julio pasado he publicado en este mismo espacio una nota titulada "La educación provee la hoja de ruta para enfrentar la pobreza", donde se preguntaba qué mejor forma hay de tratar a los más necesitados que la de respetar su dignidad, ayudándolos a reinsertarse en la sociedad productiva. Pues, como señaló Benedicto XVI en su encíclica Caritas in Veritate: "El estar sin trabajo durante mucho tiempo, o la dependencia prolongada de la asistencia pública o privada, mina la libertad y la creatividad de la persona y sus relaciones familiares y sociales con graves daños en el plano psicológico y espiritual".
La educación, fundamentalmente técnica y la capacitación laboral, constituyen la hoja de ruta para enfrentar la pobreza, pero millones de beneficiarios de planes sociales no cuentan hoy con mayor capital humano que al comienzo de la década perdida. Imaginemos tan sólo si diez años atrás se hubiese tomado conciencia de ello e incentivado su capacitación, ¿cuántos menos argentinos vivirían hoy en condiciones de pobreza?
Por ello esta nota relatará, en primera persona, la historia del padre Pedro Opeka, un argentino propuesto varias veces al Premio Nobel de la Paz por su incansable trabajo con los pobres en Madagascar, uno de los países más subsumidos en la pobreza. Con base en su larga experiencia, sostiene: "No debemos asistir porque, cuando lo hacemos, disminuyendo a la gente, los convertimos en dependientes, casi en esclavos de nosotros. Y Dios no vino al mundo para hacernos esclavos sino para liberarnos, ponernos de pie. Tenemos que trabajar. Hay que combatir ese asistencialismo hasta en la propia familia porque, si no, no dejamos crecer a los hijos. De lo contrario, los hijos se acostumbrarán a recibir todo de los padres, y estos envejecen. Lo mismo sucede con los pobres. El problema en muchos países, incluyendo Argentina, es que los dirigentes políticos se encargan de hacerles creer que el Estado les va a resolver todos los problemas".
A su llegada a Madagascar, el padre Opeka vio a chicos descalzos viviendo en un basurero y decidió ayudarlos a tener una vida digna. Con la colaboración de jóvenes del lugar, levantó casillas precarias que fueron reemplazadas por casas de ladrillos de dos pisos, y les enseñó a vivir con lo que ellos producían. Los grupos de casas fueron así creando una ciudad levantada donde estaba el basurero, Akamasoa.
He tenido el privilegio, a través de un intercambio epistolar, de conocer su obra en sus propias palabras. Comparto aquí mi síntesis de su relato: "No tengo fórmulas mágicas, ni frases hechas para citar en mis testimonios cuando hablo sobre el trabajo humanitario y de desarrollo en Akamasoa. Tan sólo porque me acerqué a ellos, los escuché y me puse a trabajar con ellos de inmediato. Había que reaccionar rápidamente y crear la confianza con el pueblo, que ha sufrido tanto y fue tantas veces defraudado, desilusionado y engañado por sus dirigentes y también por proyectos humanitarios sin futuro".
"Luego trabajé junto y a la par de ellos, en medio de ellos. Vivo con ellos y sigo viviendo con ellos y eso me abrió las puertas del corazón de la gente, e infundió mucha confianza de la parte del pueblo pobre y abandonado".
"Trabajando junto con ellos, yo les podía sugerir y proponer el trabajo, la honestidad, el esfuerzo y la perseverancia; no era alguien que venía de afuera a darles ideas y soluciones teóricas". "Compartiendo la vida dura, difícil y dramática de este pueblo de un basurero, viendo mi modo de vivir, de acercarme a ellos respetando sus tradiciones, y queriendo que sus hijos concurran a la escuela, puedan alimentarse y curarse, se han convencido a seguirme en esta lucha cotidiana. Con el pueblo de Akamasoa nos hemos puesto a dialogar y hemos hecho convenciones y leyes internas, que fueron aceptadas por la mayoría de la población a mano alzada".
"Cada vez que salgo a la calle o a visitar a las familias, la gente me pide trabajo, lo cual es un buen signo. Ya nadie más me pide dinero, sino trabajo. Aquí nuestra gente ha comprendido que sólo con el trabajo, y la escolarización de los niños y jóvenes, saldremos de la pobreza, pero también con honestidad y disciplina".
"Puse las cartas sobre la mesa y les dije: 'Si debo asistirlos, me voy ya de Madagascar, porque los amo'. El asistencialismo nunca ayudó a poner de pie a un pueblo, más bien lo puso de rodillas y los subyugó a la clase política que se aprovechó de ellos".
"Llevo trabajando toda una vida aquí en Madagascar. Un pequeño secreto me hizo perseverar tantos años en medio de los pobres, que es perdonar, olvidar y continuar el trabajo. Todo esto lo digo desde un lugar donde se ha luchado día a día, con y en medio de los más pobres".
Las palabras del padre Opeka hablan por sí solas: "El asistencialismo nunca ayudó a poner de pie a un pueblo". Por ello, qué mejor para cerrar esta nota que proponer una ilustración que las traslade a nuestra realidad.
El pasado el 1º de mayo, el presidente Mauricio Macri cumplió una promesa de la campaña electoral al hacer público el Plan Empalme, que intentará reconvertir cientos de miles de planes sociales en empleo genuino. Macri señaló que la idea es que los beneficiarios de planes "puedan entrar a trabajar sin perder el plan. Las empresas pueden incluir ese plan que paga el Estado dentro de su salario, y facilita que los puedan tomar". Es claro que el nuevo plan promoverá la inserción laboral de beneficiarios de planes sociales en sectores donde el capital humano del trabajador no es un factor esencial, por ejemplo, la construcción o algunos servicios. Pero para que el plan tenga un real impacto, son necesarios la capacitación y el entrenamiento profesional de millones de argentinos carentes de cualquier forma de capital humano.
Por ello, ¿por qué no exigirle a todo beneficiario de un plan social que no pueda acceder a un trabajo mediante el Plan Empalme que concurra a una escuela técnica de adultos o que tome cursos de entrenamiento profesional en un amplio menú de actividades productivas como requisito para cobrar la asignación? No me imagino una mejor forma de derrotar al asistencialismo.
El autor es miembro de la Academia Nacional de Educación y vicerrector de la Universidad del CEMA.