Junio de 2015. La grieta se muda al interior del Frente para la Victoria. El pleito es entre Daniel Scioli y Florencio Randazzo. Las PASO están a centímetros. El ministro confía en su gestión: trenes, DNI y seguridad vial. Todo lo que se toca. Materialismo peronista. El gobernador, en cambio, se aferra al capital intangible. Su esperanza se para sobre la triple f: fidelidad, ficción y mucha, pero mucha fe. Las encuestas eligen al motonauta. Pero la distancia, con el correr de los días, se acota. La mística kirchnerista (militancia, Carta Abierta, 6,7 y 8, la progresía, etcétera) se sube a la locomotora. El de Chivilicoy se ilusiona: el batacazo ya no es una quimera. Está ahí, al alcance. ¿Las urnas tienen la última palabra?
Negativo. En una entrevista, Scioli afirma que el escudero de Cristina Fernández, Carlos Zannini, va a ser su compañero de fórmula. No hay internas. Calafate apuesta a lo seguro. Randazzo pega el portazo y rechaza como propina la provincia de Buenos Aires. "Tiene palabra", elogian desde el barrio no antikirchnerista. "Es un traidor", braman las huestes justicialistas. De fondo, comienza el desfile de los garrocheros. La soledad rodea al ministro. En silencio, con barba y algo desfachatado culmina su mandato y se exilia en su casa de Gonnet. El único mimo llega del mundo minion: Guillermo Dietrich, su sucesor en el cargo, pondera los avances realizados en materia ferroviaria.
Dos años después, finaliza la hibernación de Randazzo. Después de rumores amarillos y renovadores, el hombre de las vías opta por dar la pelea en el seno del peronismo. "¿Dónde queda eso?", se preguntarán varios. En todas partes, o sea, en ninguna. Pero en este caso, creo, se refiere a la terminal kirchnerista: el último trending topic peronista.
El desafío es titánico: Randazzo pretende abrir una franquicia kirchnerista sin autorización de la casa matriz. O peor aún, contra los intereses de esta. Cuenta con los avales necesarios para hacerlo. Sólo le falta uno: el de la CEO del movimiento, Cristina Fernández. La firma que importa, la que se canjea por millones de voluntades, la que todavía digita los vientos de la política doméstica.
Randazzo aspira a parir un kirchnerismo herbívoro. Una fuerza que, a diferencia de su versión primitiva, tenga buenos modales, una comunicación 2.0 entre sus socios (no 1.0 como el liderazgo de la ex Presidente) y, quizás lo más alentador para el sistema político argentino, un ADN institucionalista que acepte el pluralismo como alma máter. En otras palabras, que aprenda a ser parte y renuncie a la tara totalizante.
En este esquema, figuras como Luis D'Elía, Fernando Esteche, Martín Sabbatella y Gabriel Mariotto quedan del otro lado de la línea de cal. La ven desde afuera. En sus puestos ingresan Gabriel Katopodis, Eduardo Bucca y Juan Zabaleta, todos hombres de acción. "Más gestión, menos verbo inflamable", la receta de Randazzo.
Ahora bien, la vocación cooperativista del randazzismo parece ingenua, electoralmente hablando, al lado del corporativismo férreo del cristinismo. Poco queda por hacer frente a la obediencia, diría un Jorge Fernández Díaz, o la lealtad, corregiría un Víctor Hugo, de los intendentes del Conurbano profundo (por citar tres: La Matanza, Florencio Varela y Avellaneda), del esqueleto legislativo de La Cámpora, sus satélites y de los movimientos sociales. No habrá más billetera y látigo, pero sí votos y supervivencia. Es el kirchnerismo sin Estado, modalidad oposición. En el llano también hay vida. No era para tanto.
El pronóstico asoma complicado para Randazzo. Alguien que seguro le puede prestar la oreja es Martín Louteau. El economista está atravesando el mismo drama con Cambiemos en Capital Federal. A él tampoco le abren el portón de las PASO. Aunque el de rulos tiene plan b: sumarse a la ancha avenida del medio de Margarita Stolbizer y Sergio Massa. Una apuesta más que tentadora, accesible y coherente, pensando en la tercera vía que encarnó en el 2015, cuando quedó a tan sólo un puñado de kirchneristas de ser jefe de Gobierno.
El "flaco", en cambio, va a todo o nada. No hay después. No hay margen para negociar ni ceder. Ya dejó pasar el tren una vez. Esta vuelta le toca jugar, y fuerte. Al filo de lo imposible, contra la realidad, de guapo. Quizás este sea su costado más kirchnerista.