La camarilla de líderes políticos y militares que viene vaciando a Venezuela en lo institucional, lo político, lo económico y lo social, y destruyendo la infraestructura básica del país desde hace 18 años, bajo la conducción de Hugo Chávez, antes y de Nicolás Maduro, después, se encuentra acorralada y presa en su propio país, ya que no tiene dónde ir; quizás Cuba sea la excepción. Muchos de ellos tienen orden de captura de Interpol por pedido de los Estados Unidos, país que acaba de sancionar a ocho jueces del Tribunal Constitucional por dictar una resolución que le quitaba todo el poder a la Asamblea Nacional, elegida por más de 12 millones de personas.
La iniciativa anunciada por Maduro de convocar a una Constituyente de 500 miembros seleccionados entre diferentes sectores de actividad, incluso del ámbito militar, pero todos miembros del chavismo, encargados de redactar una nueva Constitución "obrerista", según palabras del propio Maduro, no implica otra cosa que formalizar que Venezuela se ha convertido en un Estado castrocomunista de pleno derecho, el segundo en la región después de Cuba.
La prédica opositora respaldada por marchas diarias multitudinarias reclamando elecciones presidenciales para salir de la fenomenal crisis de todo tipo por la que pasa el país es emocionante de ver por las pantallas de la televisión, pero es totalmente irrealista creer que esas marchas forzarán al régimen a abandonar el poder. Es desconocer que, desde 1999, cuando Chávez se hizo de la presidencia por el voto popular, su socialismo del siglo XXI no es otra cosa que su adhesión al socialcastrismo, por lo que progresivamente las instituciones democráticas han dejado de funcionar.
El mundo, incluyendo los países de la región, parece no percibir que la corrupta dirigencia cívico-militar que tiene el poder en Venezuela se dirige en forma resuelta hacia el control de todos los poderes bajo la máscara de una Constituyente que redactaría una nueva Carta Magna, la que implantaría la propiedad colectiva de los medios de producción, aboliría la propiedad privada de estos, colectivizaría la propiedad agrícola, repudiaría la deuda soberana emitida, monopolizaría el comercio exterior, y toda la educación quedaría bajo los cánones de la doctrina socialista, con el agregado de la dictadura de la dirigencia actual, versión moderna de la dictadura del proletariado, incluyendo la supresión de todos los partidos políticos "burgueses" y las instituciones correspondientes. La oposición sería reprimida y, de ser necesario, encarcelada, como ya viene sucediendo.
La Organización de los Estados Americanos (OEA) no tuvo, de momento, la más mínima posibilidad de conmover al poder chavista. Este le contestó abandonando el organismo y promoviendo la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), otro títere de los dueños de Venezuela. La reunión de cancilleres de la OEA, prevista para el 31 de mayo a fin de aplicar la Carta Democrática del organismo, tendrá impacto cero para la implacabilidad represiva del chavismo y, por ende, no podrá hacer nada para impedir la marcha del régimen hacia un Estado comunal.
¿Podrá darse una rebelión militar que tenga la capacidad y el poder para vencer a las fuerzas militares que protegen y defienden al régimen para sostener sus privilegios? En lo teórico podría darse como una posibilidad, pero en términos prácticos no parece demasiado posible y, si se produjese esa sublevación, podría ser derrotada por las fuerzas del oficialismo que parecen superiores en número y poder de fuego, pero en todo caso es la rebelión de los oficiales intermedios —la cúpula está totalmente corrupta— la única que tiene la posibilidad de derribar al régimen chavocastrista que impera desde hace 18 años, lo que implica una cruenta guerra civil cuyos síntomas parecen surgir por todos lados. La rebelión civil estaría al lado de los militares dispuestos a enfrentar a la dictadura de Maduro y sus amanuenses, lo que es un factor de peso a considerar.
¿Intervendrían los Estados Unidos? Ese país tiene problemas planetarios muy graves que absorben todas las energías del ámbito de las Agencias de Inteligencia, y de los Departamentos de Defensa y de Estado, por lo que podríamos pensar que Venezuela no es una prioridad estratégica. Pero como se trata de una nación con las más grandes reservas petroleras del mundo, más otras inmensas riquezas minerales, con una ubicación geográfica excepcional por su importancia estratégica, su transformación en un Estado autócrata, con fuertes lazos con Irán, Siria, Rusia y China, podría ser un terremoto geopolítico de tal magnitud que, en última instancia, puede que finalmente los Estados Unidos se vean forzados a desplegar todo su poder para terminar con algo que comprometería su seguridad nacional.