Humor y política, o ¿cómo nos reímos del poder?

Guardar

Lo inesperado, lo ya conocido, aquello que nos es familiar, pero que sutilmente está modificado, una historia que nos envuelve en cierta trama para explotar adrenalínicamente en una carcajada. Sin duda, el humor es una característica propia del ser humano.

Aristóteles decía que el hombre es "el único animal que ríe", pero esta acción inofensiva y cotidiana, era considerada en la antigüedad y posteriormente en la edad media como un peligro. Umberto Eco lo desarrolla en "El nombre de la rosa", donde una serie de asesinatos en un monasterio italiano, se relacionan a un misterioso libro envenenado. Sin spoilear la fabulosa obra, Eco utiliza recursos metafóricos y una prosa envidiable, para relatar cómo un libro, en este caso, el tomo II de "Poética" de Aristóteles, era sospechado de las prácticas más oscuras atribuidas a Lucifer: la risa. ¿Cómo era posible que los hombres se rieran en un mundo de castidad, pena y cumplimiento estricto de la ley divina?

El humor humanizó la política. La acercó al público. Un público que llega de trabajar por la noche, cansado y cuya mayor aspiración es estar rodeado de su familia, en el confort de su living junto a una radio o a una TV. Este fue el escenario de los últimos 50 años, donde junto con Tato Bores y Diego Capusotto entre otros, los argentinos se rieron del poder.

En la campaña de 2009, Francisco de Narváez se enfrentaba a un ex presidente y a un gobernador. Pero el desafío real para ganar era gustar.

Tenía que lograr superar el desconocimiento que la sociedad tenía respecto a él, y una vez que lo conociesen, lograr gustarles a los bonaerenses, que no lo vieran como un empresario frívolo, como intentaba presentarlo el gobierno. De Narváez tenía que humanizarse. Unión Pro, el frente que en la provincia de Buenos Aires encabezó junto a Felipe Solá alcanzó el 34,5%, mientras que la lista encabezada por Néstor Kirchner, Daniel Scioli y Sergio Massa llegó al 32,1 por cientocopi.

Sin tapujos, y entrando en la dinámica televisiva del "show", en donde no está bien vista la negación, la reflexión profunda o la contramarcha respecto a lo que dice el conductor del programa, Francisco de Narváez admitió en 2009 "yo creo que Gran Cuñado lo que ha hecho es humanizarnos a los políticos"[1], "Es una forma de caricaturizar lo que somos. Es la parte divertida"[2]. Más allá del sincericidio del ex candidato a gobernador bonaerense, el humor fue una de las claves para acercarlo a un público/electorado que lo desconocía.

El humor tiene una virtud que muchos políticos ansían. Si algunos buscan inmortalizar sus nombres en letras de moldes, impresas sobre algún esporádico y banal libro, construyendo una estatua, o nombrando homónimamente algún edificio público, el humor logra permanecer donde la mayoría de los políticos no logran hacer pie: llega al corazón de las personas, pero descansa en la memoria por un largo tiempo. Siempre está allí el recuerdo de aquello que nos hizo reír alguna vez, que nos hizo pasar una noche agradable frente al televisor, o que se burló con nosotros de aquel político pulcro que solo discutía temas serios para el país.
Es el carácter de transgresor lo que, quizás, fideliza la atención de los espectadores al humor político. ¿Qué transgrede? La realidad. Es lo que no se espera que ocurra. Un diputado de la Provincia de Buenos Aires hace leyes, diserta en el Congreso desde su banca, debate en programas políticos, pero lo que no hace es atender el teléfono y contestar con voz de "pito". Y menos si está saliendo al aire en una radio. ¿O sí?

Lo cierto es que la risa logra escabullirse y esquivar el prejuicio del espectador. Un político hablando seguro tiene intereses, probablemente habla lleno de ideología y hasta quizás, nos está mintiendo en la cara. Esto podría pensar cualquier argentino. Sin embargo, cuando el humor nos guiña un ojo, a partir de un chiste sobre el intendente local, nuestro prejuicio se desploma. Una herramienta eficiente para lograr bajar línea. ¿¡Qué!? ¿El humor político baja línea? Elemental, mi querido Watson.

La virtud de un buen comediante político es no mostrar todas las cartas en la primera mano. Quizás, nunca las veamos. Pero allí, donde nos reímos también hay un mensaje implícito. Es "El Cadete" de Roberto Navarro, que nos enseña a dinamizar la economía, a reactivar el consumo.

Pero, ¿qué nos está diciendo con este "chiste"? Básicamente, que algo tan simple, es incomprensible por el gobierno. Ahora, gracias al humor, es comprensible para todos los espectadores.

El humor político apunta contra el poder. Reírnos de aquello que mueve los hilos, es el poder que aún persiste en todas las personas.

Como decía George Orwell, el humor "son diminutas revoluciones que da vuelta el orden establecido".

* Gonzalo Arias es sociólogo, consultor en Comunicación Política. Autor de "Gustar, Ganar y Gobernar" (Aguilar 2017)

Guardar