Los repetidos hechos de violencia contra las mujeres, sea en la forma de femicidios o violaciones, han hecho que muchos se pregunten cuál podría ser su explicación. No se trata de pura curiosidad científica, ciertamente, sino que lo que motiva la búsqueda de una explicación es una exigencia moral de reducir semejantes hechos al mínimo y, si fuera posible, acabar con ellos. Los dos grandes contendientes en esta búsqueda explicativa son los que creen que la violación en el fondo es un producto cultural y los que creen que en realidad se trata de un fenómeno natural. Como se puede apreciar, la discusión está emparentada con la que solía tener lugar entre rousseanianos y hobbesianos acerca de la violencia en general.
Hablando de rousseanianos, recientemente en un matutino aparece un reportaje a la antropóloga Rita Segato, en el cual se da cuenta de "qué pasa por la cabeza de un violador". La posición de Segato, que quizás sea bastante representativa dentro de la antropología, es que la explicación de la violación es cultural. En realidad, la posición de Segato va todavía más lejos, ya que cree que "el violador es un moralizador", alguien que actúa por principio y por lo tanto cree que su acción está justificada. Por supuesto, la moral en cuestión es la de una cultura particular, ciertamente patriarcal, que castiga a las mujeres que desobedecen sus dictámenes. El violador, a su vez, no es efectivamente responsable sino el producto de una cultura, una especie de víctima de la cultura en juego —aunque, suponemos, quizás no tanto como la mujer objeto de la violación. Para ser más precisos, para la tesis cultural el sexo es un medio para dominar y la dominación es el fin.
Los argumentos ofrecidos por Segato en defensa de la tesis cultural básicamente son sus entrevistas en una cárcel brasileña con personas condenadas por violación y el hecho de que incluso mujeres de setenta u ochenta años han sido víctimas de violación. La autocomprensión, en este caso principista, incluso de quienes cometen violaciones, sin duda que es necesaria para explicar el hecho, pero de ahí no se siga que la autocomprensión sea suficiente. En general, los seres humanos prefieren sentirse bien acerca de sí mismos y recurren incluso a la racionalización y al autoengaño para lograrlo. Por otra parte, el comportamiento principista o idealista suele ser acompañado por justificaciones públicas. Sin embargo, no conocemos solicitadas firmadas por violadores o propuestas para despenalizar la violación (salvo la del abolicionismo extremo). Y los violadores suelen tratar de salirse con la suya en lugar de enfrentar el castigo en defensa de sus principios. En cuanto al hecho de que haya víctimas de cierta edad avanzada, habría que ver qué porcentaje de los casos representan.
Por otro lado, se infiere de este planteo que con una cultura diferente (y apropiada) no habría violaciones y por lo tanto no tiene sentido castigar al violador, como proponen los punitivistas, sino que la responsabilidad le cabe a la cultura y por lo tanto el cambio tendrá lugar una vez que hayamos modificado nuestra cultura patriarcal. Habría que ver qué tan lejos estamos dispuestos a ir una vez que emprendemos este camino cultural. Si toda moral es producto de la cultura, es muy difícil evitar la conclusión de que las personas que se preocupan por las víctimas de violación lo hacen solamente porque han sido educadas de ese modo. Si hubieran sido educadas de otra manera, ni siquiera se molestarían, si no es que directamente se dedicarían a practicar la violación en lugar de preguntarse por cómo evitarla. Y no debemos olvidar que hasta los abolicionistas están dispuestos a acercarse al punitivismo, como por ejemplo en el caso de delitos de lesa humanidad.
Además, si todas las personas pudieran ser reeducadas, el nazismo en el fondo debería ser explicado por una educación equivocada, y todos los nazis —quienes también invocaban principios para explicar sus actos— podrían entonces ser persuadidos de sus errores. Por otro lado, llama la atención el hecho de que si la violación es un mandato patriarcal no haya entonces incluso más violaciones. Las normas culturales suelen tener un grado mayor de acatamiento. En efecto, el hecho de que la violación sea moralista debería incrementar esta clase de acciones, a menos que la sociedad en cuestión sufriera de cierta anomia.
En realidad, llama la atención que en esta época en la cual los derechos humanos se han convertido en moneda corriente del discurso moral y político exista una cultura que entienda y por lo tanto exija que las violaciones sean cometidas en términos de un castigo aplicado a las víctimas. Además, según esta tesis, la violación es entendida como un castigo a las mujeres que desobedecen los mandatos patriarcales. Por lo tanto, las mujeres que obedecen los mandatos patriarcales, lo cual suponemos es el caso de, v.g., Arabia Saudita o asumimos el caso de todo el mundo antes del advenimiento del discurso sobre los derechos humanos, deberían estar menos expuestas a las violaciones. Si las mujeres fueran obedientes, entonces la violación brillaría por su ausencia, salvo el caso de anomia (como vimos más arriba) o de violadores irracionales o con ciertos defectos psicológicos, o naturales, esto es, violadores que castigaran a quienes no lo merecieran.
LEER MÁS: En qué consiste la Ley Brisa, el proyecto que ampara a los hijos de las victimas de femicidio
LEER MÁS: ¿Qué pasó en Argentina después del "Ni Una Menos?
Claro que si admitiéramos factores naturales en la explicación de la violación, entonces le abriríamos la puerta a la explicación evolutiva que habíamos mencionado más arriba. Según la tesis evolutiva, por supuesto que en la violación hay dominación o poder, pero básicamente como un medio para alcanzar una meta sexual, es decir, exactamente al revés que la tesis cultural: mientras que para esta última el sexo es un medio para la dominación, para la tesis evolutiva la dominación es un medio para alcanzar una meta sexual.
Dicho sea de paso, dado que hace tiempo que el concepto de sexo se ha librado -por suerte- de su antigua moralización, debemos sin embargo tener en cuenta que la liberación sexual solamente cubre casos de sexo consensual. Y cabe recordar que cuando decimos que X es evolutivo, no estamos emitiendo un juicio moral favorable sobre X, sino solamente comprobamos que en última instancia X ha permitido que ciertos genes hayan tenido éxito en su lucha por mantenerse en circulación, lo cual, obviamente, puede arrojar resultados morales catastróficos.
En realidad, quienes defienden la tesis evolutiva no pueden darse el lujo de sostener una posición extrema como parecen hacer algunos cultores de la tesis cultural. En efecto, es obvio que no solamente la cultura sino asimismo la moralidad es un producto tan evolutivo como la persecución extrema del autointerés, y la moralidad supone que somos agentes responsables de nuestros actos. Por lo tanto, de una explicación natural o evolutiva que pone al sexo como el fin y la dominación como un medio no se sigue que los violadores sean a su vez necesariamente víctimas o marionetas —aunque no de la cultura como suponen algunos, sino de sus impulsos irresistibles—, lo cual impediría que se puedan autodeterminar y por lo tanto sus víctimas deberían resignarse. Si la dominación de la víctima es un medio, es mucho más que suficiente para reprochar la conducta o en todo caso para tratar de evitarla.
En efecto, dado que la moral también es evolutiva, incluso suponiendo que un violador carezca de autodeterminación, lo cual quizás sea el caso de los reincidentes, eso no implica que sus víctimas deban sufrir las consecuencias. En realidad, en tales casos los derechos de las mujeres tienen prioridad, del mismo modo que en los casos de las así llamadas "amenazas inocentes". Solamente un pacifista extremo podría suponer que todo acto de violencia es moralmente injustificado. En otras palabras, si el único medio para proteger los derechos de las víctimas o las potenciales víctimas es impedir la circulación de los agresores, a menos que seamos pacifistas no tendremos otra alternativa que privilegiar el derecho de las víctimas.
El punto, entonces, no es que haya que reemplazar al exclusivismo explicativo cultural con otro evolutivo. Quizás el camino a tomar sea el mismo que se puede observar en el muy elogioso prefacio escrito por Steven Pinker, conocido defensor de la aplicación de la teoría evolutiva a las ciencias sociales y humanas, al reciente libro de Alan Page Fiske y Tage Shakti Rai, Virtuous Violence (Cambridge University Press, 2014) a pesar de que o en realidad debido a que según este libro la violencia humana suele ser fuertemente moralista. Esta articulación de la tesis evolutiva con la tesis cultural nos recuerda entonces que la agencia humana es el resultado de la interacción de factores naturales y culturales, que puede haber sociedades más violentas que otras, y que si realmente nos interesa defender los derechos de las mujeres, no podemos darnos el lujo de ser reduccionistas.
El autor es doctor en Derecho, profesor y escritor. Su último libro es "Razones públicas. Seis conceptos básicos sobre la república". El artículo fue publicado originalmente en su blog La causa de Catón