Conflicto educativo nacional: ¿somos el problema o la solución?

Juan María Segura

Lo advertí: sin paros docentes se generaría la falsa sensación de que todo funciona bien nuevamente y la opinión pública retiraría su atención de la educación. Dicho y hecho. Repentinamente, y luego de un marzo histérico y un abril aparentemente más civilizador, ya nadie se ocupa del tema. A pesar de que las negociaciones salariales siguen abiertas en Buenos Aires y otras provincias, a pesar de que la escuela itinerante sigue erguida sobre la Plaza del Congreso, a pesar de que el ministro Esteban Bullrich, siempre tan elogiado por el presidente Mauricio Macri, está a un paso de dejar la cartera para sumarme al combate electoral legislativo de octubre, a pesar de que la Justicia no se pone de acuerdo con respecto a la paritaria nacional, a pesar de la escalada en el conflicto salarial docente de la educación superior, el tema desapareció tanto de los medios como de las sobremesas. Se escuchan cositas salpicadas, se leen notas sueltas de algún periodista idealista, en algún medio con mayor conciencia de la trascendencia del tema, pero no mucho más. Se abandonó el estado deliberativo del tema y eso es muy malo.

De todo lo ocurrido en estos meses, lo único verdaderamente diferente a lo que vemos cada año fueron los datos del Operativo Aprender, publicados en marzo y anunciados por el Presidente en conferencia de prensa en la Casa Rosada. Paros hay casi todos los años, lo mismo que negociaciones salariales, sobreactuaciones de líderes sindicales y políticos, lineamientos aspiracionales estratégicos (hoy bajo el nombre de Plan Maestro) y aperturas legislativas picantes. Pero datos tan contundentes y representativos del estado de los aprendizajes en la escuela argentina son una verdadera originalidad. Es importante recordar que el operativo de referencia censó cuatro niveles diferentes de enseñanza (grados 3, 6, 9 y 12), en cuatro áreas diferentes de estudios (matemáticas, lengua, ciencias sociales y naturales), en 31 mil escuelas de gestión pública y privada de las 24 jurisdicciones educativas; alcanzó a 1,4 millones de alumnos. Para ponerlo en perspectiva, las pruebas TERCE, impulsadas por Unesco en 15 países de la región para medir aprendizajes en los grados 3 y 6 totalizan 200 mil mediciones, mientras que las pruebas PISA impulsadas por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) en el grado 9 para medir 65 sistemas educativos del mundo totalizan 500 mil mediciones. Por lo tanto, poseer 1,4 millones de resultados de carácter censal, comparables en tópicos y grados con las pruebas regionales e internacionales, nos ubica en una posición novedosa. Es inobjetable, a mi juicio, que este es el dato diferente del arranque de este año. Habrá que ver qué hacemos con tanta data, pero al menos la generamos.

Esta situación novedosa de tener tanta información con resultados tan contundentes y representativos del estado de situación de las escuelas abre una ineludible agenda de trabajo con dos ejes principales: uno, administrativo y otro, de innovación.

Por cuestiones normativas, falta de competencias de los directores, desinversión, desmotivación o desgobierno, la administración de la unidad escolar sufre las carencias más obvias y básicas, como son la falta de información para la gestión, la ausencia de metas e indicadores o la tecnificación de la información. En muchas dimensiones, una escuela es idéntica a cualquier organización, en tanto que la concurrencia de recursos (intelectuales, edilicios, curriculares, humanos, políticos, tecnológicos) está puesta al servicio de un público particular (alumnos), con un objetivo reconocido (generar aprendizajes), a través de metas intermedias (grados, materias, exámenes). La buena administración maximiza la utilización de los recursos involucrados sobre el público objetivo en la dirección propuesta. La buena administración es tan eficaz (logra su meta) como eficiente (potencia los recursos involucrados). La buena administración no sólo da previsibilidad y control sobre la marcha de la organización, sino que además permite identificar los procesos clave, dividiéndolos en partes y haciéndolos más trabajables. Si, como mencionó el presidente Macri, el 82% de los directores escolares manifestó tener serios problemas de ausentismo docente; si, como indican los informes PISA, nuestro país posee las aulas más ruidosas e indisciplinadas del mundo; si el ausentismo de los alumnos supera el 30% en algunas zonas y ciclos de enseñanza, todo esto se resuelve con mejor gestión y administración. Punto. No hay recursos que puedan resolver los problemas de aprendizaje en una escuela mal gestionada. Esta falencia, llevada a nivel del sistema, es un agujero negro que sólo ofrece dolores de cabeza cada vez más costosos desde el punto de vista fiscal. Ojo.

Dicho esto, aún nos queda toda la discusión sobre la innovación. Administrar bien es una condición necesaria pero no suficiente, y menos en esta época. El cohete a la Luna no surge de este sistema de escuelas y relaciones, no tenga dudas. Por lo tanto, el proyecto de innovar o renovar o reinventar (ponga el nombre que quiera) el sistema educativo nacional es, me animo a afirmar, la discusión política más estratégica y relevante que se debe dar en el país. En 10 años, cuando logremos reparar todo lo que el Plan Maestro se está proponiendo, ¿qué serán capaces de hacer los recién egresados si no innovamos el formato y la dinámica del proceso institucional de enseñanza-aprendizaje que se propone en la escuela? Innovar no es solamente tecnificar. Hace unos años se asoció la innovación con las netbooks, llenamos las aulas de computadoras, gastamos muchísima plata y nada cambió. Ahora parece que llegó el turno de los robots, y me pregunto si no estamos siguiendo el mismo patrón. Innovar es, en algún punto, romper con el pasado y emanciparse de las prácticas que uno conoce. Innovar es salir de la zona de confort, abrir la mirada a otros proyectos, trayectos y abordajes, y animarse a experimentar. En ese sentido, el resolución 2376 del Consejo Federal de Educación que creó el proyecto Escuelas del Futuro es una iniciativa que merece mucha atención y acompañamiento, dado que su objetivo es: "Integrar la comunidad educativa a la cultura digital a través de prácticas que incentiven la innovación pedagógica". Si esta iniciativa toma cuerpo y convoca, se abre un espacio sumamente importante de experimentación que puede sensibilizar a toda la comunidad educativa con ese futuro que nos desafía y convoca.

Ambas tareas, administrar e innovar, no deben ser objetivos en sí mismos, sino insumos de una práctica pedagógica que prepare mejor a una mayor cantidad de alumnos en nuestro país para la vida adulta. Estamos desafiados, no por la coyuntura, ni por el gremialista de turno, ni por las elecciones de octubre, sino por la época, por un tiempo de cultura digital y de crecimientos exponenciales. Que nuestras propias mediocridades, apetitos, mezquindades e impericias no sean una barrera en este trayecto.

El autor es experto en educación e innovación.

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