En cierta medida es un tema recurrente, un asunto que se aborda con relativa frecuencia, pero nunca lo suficiente, y es que muchas personas, en particular dirigentes políticos y militares, también intelectuales, prefieren ignorar conscientemente que el tumor político-social que facilitó el establecimiento en el continente de gobiernos autocráticos de claros perfiles populistas que se identifican con el marxismo, o algunas de sus coloridas variantes tropicales, fue la dictadura de los hermanos Fidel y Raúl Castro.
Aunque Cuba está regida por una dictadura dinástica dura y cruda, las democracias americanas y los organismos regionales tienen hacia el régimen de La Habana una actitud complaciente y de indulgencia absoluta. Un número importante de personalidades prefiere ignorar, al menos públicamente, los perjuicios que el castrismo ha causado a Cuba y al resto del continente.
Peor aún, hay quienes se felicitan por sus excelentes relaciones con representantes de la dinastía insular y no faltan quienes se retratan con los Castro y sitúan la fotografía en los lugares más visibles de su residencia, como advirtió un amigo cuando visitó en Caracas, hace varios años, a un general venezolano, contrario al chavismo, abrazado a Fidel, en momentos que se apreciaba la intervención castrista en el gobierno del comandante golpista.
El Gobierno cubano, desde 1959, favoreció la subversión con el fin de que el sistema imperante en la isla se extendiera a todo el continente. Recurrió a la fuerza en todas sus expresiones, a la vez que desarrollaba una política clientelar con la que, por medio de numerosos favores, intimidación y chantaje, adquiría servidores incondicionales o al menos la colaboración de los llamados "compañeros de viaje".
El castrismo, en primera instancia, buscó asociados que se identificaran ideológica y políticamente con su proyecto, pero no descuidó militares que por diferentes motivos eran potenciales aliados; de ahí su fuerte coalición con el general peruano Juan Velasco Alvarado y los generales panameños Omar Torrijos y Manuel Antonio Noriega, sin pasar por alto sus complicidades con la Junta Militar Argentina, en particular, cuando esta fue presidida por el general Leopoldo Galtieri.
Si difícil es aceptar que muchos no son capaces de apreciar el aura de mentiras y fantasías que envuelve al totalitarismo cubano, todavía lo es más que, a pesar de su anacronismo y sus innumerables fracasos, el cáncer del castrismo fuera capaz de hacer metástasis en los regímenes de Nicolás Maduro, Evo Morales, Daniel Ortega y Rafael Correa, y de tentar y contaminar a algunos otros dirigentes del hemisferio.
Hay un aspecto que debe ser mencionado que sin dudas ha tenido una particular importancia en su capacidad para ejercer una atracción fatal sobre sus seguidores, la marcada enemistad del régimen de La Habana con Estados Unidos. Aquellos que sienten desprecio y hostilidad hacia la política y la sociedad estadounidenses encontraron en el régimen castrista un aliado dispuesto a patrocinar posiciones contrarias a las disposiciones de Washington.
El olvido de la relevancia del totalitarismo castrista se pudo constatar recientemente en un acto público que se efectuó en Miami, hace unas pocas semanas, en el que coincidieron varios altos oficiales militares en condición de retiro de cuerpos armados de diferentes países del hemisferio.
Espontáneamente se reunieron. Conversaron animadamente sobre los problemas que habían generado para las democracias latinoamericanas los autócratas que gobernaban diferentes países del continente y la amenaza que se cernía sobre el resto de los países democráticos.
Se habló, en primer lugar, de Venezuela, después, de Bolivia, Ecuador y Nicaragua, y hasta de lo que podía acarrear para Colombia un acuerdo de paz con impunidad que le facilitaba a la narcoguerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) acceder al Gobierno y desde allí generar todavía más conflictos sociales y políticos.
Lo notable e inexplicable fue que ninguno de esos militares aludió a Cuba, desconociendo, tal vez inconscientemente, la histórica verdad, que la isla está gobernada desde hace 58 años por un gobierno subversivo que apoyó y sirve de sostén político y policial a los mismos gobiernos que ellos estaban cuestionando y que determinó que tuvieran que abandonar sus respectivos países.