Todo empezó con Platón

Alberto Benegas Lynch (h)

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En no pocas personas hay, a veces guardado en el interior, a veces exteriorizado, un sentimiento de envidia, celos y resentimiento por los que tienen éxito en muy diversos planos de la vida. Y estos sentimientos malsanos se traducen en políticas que de distintas maneras proponen la guillotina horizontal, es decir, la igualación forzosa para abajo al efecto de contemplar la situación de quienes, por una razón u otra, son menos exitosos.

Pero estas alharacas a favor del igualitarismo inexorablemente se traducen en la más absoluta disolución de la cooperación social y la consecuente división del trabajo. Si se diera en la naturaleza lo que pregonan los igualitaristas como objetivo de sus utopías, por ejemplo, a todos les gustaría la misma mujer, todos quisieran ser médicos sin que existan panaderos y lo peor es que no surgiría manera de premiar a los que de mejor modo sirven a los demás (ni tampoco sería eso tolerable, puesto que el premio colocaría al premiado en una mejor posición que es, precisamente, lo que los obsesos del igualitarismo quieren evitar). En otros términos, el derrumbe de la sociedad civilizada. Incluso la misma conversación se tornaría insoportablemente tediosa, ya que sería equivalente a parlar con el espejo. La ciencia se estancaría debido a que las corroboraciones provisorias no serían corregidas ni refutadas en un contexto donde todos son iguales en sus conocimientos. En resumen, un infierno.

Este ha sido el desafío de la corriente de pensamiento liberal: como en la naturaleza no hay de todo para todos todo el tiempo, la asignación de derechos de propiedad hace que los que la usen bien a criterio de sus semejantes son premiados con ganancias y los que no dan en la tecla con las necesidades del prójimo incurren en quebrantos. La propiedad no es irrevocable, aumenta o disminuye según la utilidad de su uso para atender las demandas del prójimo. Este uso libre maximiza las tasas de capitalización, lo cual incrementa salarios e ingresos en términos reales. Esto diferencia a los países ricos de los pobres: marcos institucionales que respeten los derechos de todos para lo cual los gobiernos deben limitarse a castigar la lesión de esos derechos.

No se trata de buscar una justicia cósmica al decir de Thomas Sowell, sino una terrenal en dirección a dar a cada uno lo suyo, a saber, la propiedad de cada cual, comenzando por su cuerpo, la libertad de la expresión del pensamiento y el uso y la disposición de lo adquirido lícitamente.

Sería muy atractivo vivir en Jauja, donde no haya terremotos ni sequías ni defectos humanos ni físicos ni mentales, pero la naturaleza es la que es, no la que inventamos; de lo que se trata es de minimizar costos, especialmente para los más necesitados.

En cambio, hoy en día observamos por doquier gobiernos que se entrometen en los más mínimos detalles de la vida y las haciendas de quienes son en verdad súbditos de los aparatos estatales, en teoría encargados de proteger a los gobernados, a lo que se agrega el otorgamiento de privilegios inauditos a pseudoempresarios aliados con el poder político para explotar a la gente, endeudamientos estatales mayúsculos, presión fiscal astronómica, gastos públicos siderales y demás estropicios que lleva a cabo el aparato de la fuerza.

Se podrá decir que la guillotina horizontal no es necesario llevarla al extremo del igualitarismo completo (por otra parte, imposible de realizar, dado que cada ser humano es único e irrepetible en toda la historia de la humanidad), con que se "modere en algo" es suficiente. Pues bien, en la medida en que se tienda al igualitarismo, surgirán los problemas señalados que, recordemos, siempre redundan en daños especialmente a los más pobres, ya que son los que más sienten el impacto de la disminución en las antes referidas tasas de capitalización. El delta entre los que más tienen y los que menos tienen (al momento, puesto que es un proceso cambiante) dependerá de las decisiones de la gente que cotidianamente expresa sus preferencias en los supermercados y afines.

Henos aquí que estos problemas y la manía del igualitarismo y el consecuente ataque a la propiedad privada comenzó a sistematizarse con Platón, 400 años antes de Cristo. Platón, en La República y en Las Leyes, patrocina el comunismo, es decir, la propiedad en común y no sólo de los bienes sino de las mujeres; en esta última obra dice el autor que su ideal es cuando "lo privado y lo individual han desaparecido", lo cual nos recuerda que con razón Milan Kundera concluye que cuando "lo privado desaparece, desaparece todo el ser". Claro que Platón no vivió para enterarse de "la tragedia de los comunes", aunque de modo más rudimentario la explicó su discípulo Aristóteles, quien además destacó que los conflictos son más acentuados cuando la propiedad es en común respecto a la asignación de derechos de propiedad.

Claro que los autores que con más énfasis propusieron la liquidación del derecho de propiedad fueron Marx y Engels, que en su Manifiesto Comunista escribieron: "La teoría de los comunistas se puede resumir en una sola frase: la abolición de la propiedad privada". Esta declaración marxista se subsume en la imposibilidad de evaluación de proyectos, de contabilidad, en definitiva, de todo cálculo económico, puesto que cuando no hay propiedad, no hay precios (que surgen del intercambio de propiedades), con lo cual no se sabe si es mejor una asignación de los siempre escasos recursos respecto de otro destino, tal como lo explicó detalladamente Ludwig von Mises. En otros términos, no existe tal cosa como una economía socialista o comunista (Lenin escribió que el socialismo es sólo la primera etapa para llegar al comunismo), de allí el descalabro que exhibió el derrumbe del Muro de la Vergüenza en Berlín.

Nuevamente reiteramos que no es necesario abolir la propiedad para que aparezcan los trastornos que señalamos en la medida en que se afecte esa institución clave. Cuando irrumpen los megalómanos, concentran ignorancia en lugar de permitir la coordinación de conocimiento disperso a través del sistema de precios libres (en realidad, un pleonasmo, ya que los precios que no son libres resultan ser simples números que dicta la autoridad gubernamental pero sin significado respecto a la valorizaciones cruzadas que tienen lugar en toda transacción voluntaria). Con esos supuestos controles los gobernantes imponen sus caprichos personales, con lo que indefectiblemente aparecen faltantes y desajustes de diverso calibre.

Además, la manía igualitarista presupone la falacia de que la riqueza es estática y que se basa en la suma cero (lo que uno gana lo pierde otro). Sin duda que la utopía comunista no es patrimonio exclusivo de Marx, hubo un sinfín de textos en esa dirección como los de Tomás Moro, Tommaso Campanella, William Godwin y no pocos religiosos desviados del mensaje cristiano de la pobreza de espíritu. Tal vez en este último caso sea pertinente detenerse a considerarlo.

Dos de los mandamientos indican "no robar" y "no codiciar los bienes ajenos". En Deuteronomio 27, 17 se lee: "Maldito quien desplace el mojón de su prójimo", también en Deuteronomio (8, 18): "Acuérdate que Yahveh, tu Dios, es quien te da fuerza para que te proveas de riqueza". En 1º Timoteo (5, 8): "Si alguno no provee para los que son suyos, y especialmente para los que son miembros de su casa, ha repudiado la fe y es peor que una persona sin fe". En Mateo (5, 3): "Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos", fustigando al que anteponga lo material al amor a Dios (amor a la perfección), en otras palabras al que "no es rico a los ojos de Dios" (Lucas 12, 21), lo cual se aclara la Enciclopedia de la Biblia (con la dirección técnica de R. P. Sebastián Bartina y R. P. Alejandro Díaz Macho, bajo la supervisión del Arzobispo de Barcelona): "Fuerzan a interpretar las bienaventuranzas de los pobres de espíritu, en sentido moral de renuncia y desprendimiento" y que " la clara fórmula de Mateo —bienaventurados los pobres de espíritu— da a entender que ricos o pobres, lo que han de hacer es despojarse interiormente de toda riqueza". En Proverbios (11,18): "Quien confía en su riqueza, ese caerá". En Salmos (62, 11): "A las riquezas, cuando aumenten, no apeguéis el corazón". Este es también el sentido de la parábola del joven rico (Marcos 10, 17-22), ya que "nadie puede servir a dos señores" (Mateo 6, 24).

Lamentablemente hoy día las cosas han cambiado en el Vaticano, en este sentido y con independencia de otros párrafos véase con atención un pasaje donde queda evidenciado lo que escribía el papa León XIII en la primera encíclica sobre temas sociales que a continuación reproduzco para destacar que nada ni remotamente parecido fue hasta ahora escrito o dicho por Francisco sino que viene afirmando todo lo contrario en cuanta oportunidad tiene de expresarse.

"Quede, pues, sentado que cuando se busca el modo de aliviar a los pueblos, lo que principalmente, y como fundamento de todo se ha de tener es esto: que se ha de guardar intacta la propiedad privada. Sea, pues, el primer principio y como base de todo que no hay más remedio que acomodarse a la condición humana; que en la sociedad civil no pueden todos ser iguales, los altos y los bajos. Afánense en verdad, los socialistas; pero vano es ese afán, y contra la naturaleza misma de las cosas. Porque ha puesto en los hombres la naturaleza misma grandísimas y muchísimas desigualdades. No son iguales los talentos de todos, ni igual el ingenio, ni la salud ni la fuerza; y a la necesaria desigualdad de estas cosas le sigue espontáneamente la desigualdad de la fortuna, lo cual es por cierto conveniente a la utilidad, así de los particulares como de la comunidad; porque necesitan para sus gobiernos la vida en común de facultades diversas y oficios diversos; y lo que a ejercitar otros oficios diversos principalmente mueve a los hombres, es la diversidad de la fortuna de cada uno". Y, por su parte, el papa Pío XI, al conmemorar la encíclica de León XIII, consignó: "Nadie puede ser, al mismo tiempo, un buen católico y verdadero socialista".

Y como, entre otros, explicaba Eudocio Ravines: "El socialismo no trata de una buena idea mal administrada, se trata de una pésima idea que arruina a todos, lo cual comienza con pequeñas intervenciones estatales que escalan, ya que un desajuste lleva a otra intromisión y así sucesivamente". En esta línea argumental subrayaba Alexis de Tocqueville: "Se olvida que en los detalles es donde es más peligroso esclavizar a los hombres. Por mi parte, me inclinaría a creer que la libertad es menos necesaria en las grandes cosas que en las pequeñas, sin pensar que se puede asegurar la una sin poseer la otra". En resumen, entonces, los yerros más gruesos y dañinos en materia social comenzaron con Platón, los cuales deben refutarse para evitar males, especialmente para proteger a los más necesitados, que son siempre los que más sufren los embates de políticas equivocadas.

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