Con espacios varios en convulsión y el recrudecimiento de conflictos y otras situaciones críticas, es dable advertir que los flujos de población en procura de mejores oportunidades o en búsqueda de preservación de la vida aumentarán. Esta previsión colisiona y colisionará con la decreciente tolerancia existente frente a migrantes y refugiados en el mundo. En general, el ascenso de gobiernos de corte derechista torna difícil pensar en contextos receptivos frente a la realidad de quienes escapan al hambre, la persecución, la guerra y otros males. El caso de los Estados Unidos es el mejor ejemplo.
Sobre flujos migratorios, Siria es candente. La guerra civil ha ingresado en su séptimo año y, a seis años de iniciado el conflicto, hay más de 300 mil muertos, 16.913 civiles caídos en 2016 (según datos de la Red Siria para los Derechos Humanos) y un movimiento poblacional de proporciones dantescas: cinco millones de refugiados y más de seis millones de desplazados internos. A este panorama desolador se suman las tropelías del Estado Islámico, como las ejecuciones en vivo y la destrucción de patrimonio histórico en Palmira.
La peor crisis humanitaria desde 1945
Pareciera que Siria es el iceberg del gran drama de las múltiples regiones en conflictividad del mundo, aunque la atención mediática acerca de este país oscile bastante. Fuera de Siria, Naciones Unidas informó a comienzos de marzo que en la actualidad se vive la peor crisis humanitaria desde el término de la Segunda Guerra Mundial y la creación de ese organismo internacional. En Sudán del Sur, el noreste de Nigeria, Somalía y Yemen, todos atravesados por contextos violentos, se estiman 20 millones de personas en riesgo (incluyendo 1,4 millón de niños) y a punto de morir de hambre si no se toman las medidas necesarias. Sudán del Sur y Yemen comparten la situación, al igual que Siria, de estar envueltos en guerra civil en los últimos años. En el país árabe, de sus 27,4 millones de habitantes, alrededor de las dos terceras partes tiene dificultad para proveerse de sustento gracias al conflicto armado, según datos de Unicef.
Sobre Nigeria, el problema que desató una crisis humanitaria en la región noreste es la incidencia del accionar terrorista del grupo Boko Haram y cuyas consecuencias se observan, además, en la cuenca del Lago Chad, afectando también a los países vecinos: Camerún, Chad y Níger. Si bien el gobierno nigeriano ha declarado que el enemigo ya casi estaría derrotado, no obstante se temen más ataques. Una modalidad propia de Boko Haram es el envío de niñas con explosivos. Más de siete millones de personas están en situación alimentaria crítica en la región del Lago Chad, según Naciones Unidas. Desde 2009, el grupo yihadista provocó más de 15 mil muertes y la huida de sus hogares de más de dos millones de personas. También es responsable de la destrucción de al menos 1.200 escuelas. Sus milicianos alcanzaron la "fama" mundial al haber producido un secuestro de escolares en una escuela de una ciudad no muy populosa en abril de 2014, episodio próximo a cumplir tres años sin grandes novedades de rescate, pese a que se han registrado varios, pero no del grueso del grupo de niñas raptadas, 276. La noticia pronto quedó olvidada. En muchos casos, Boko Haram ha borrado pueblos de la faz del mapa sin la menor atención periodística.
Por otra parte, el grupo radical islámico Al Shabaab refuerza una situación parecida en Somalía. En su conjunto, la región que comprende el Cuerno de África padece los estragos de la corriente de La Niña y una sequía con severas consecuencias a nivel humanitario que pronostica una falta de alimentos inusitada. En Somalía se vivió una terrible hambruna en 2011, una vez más escasamente visibilizada en los medios de comunicación, con más de un cuarto de millón de muertes. A esta grave dificultad frecuente hay que sumar el problema de seguridad que asola al país (y también al vecino Kenya), los ataques recurrentes del grupo yihadista Al Shabaab. Entre 2006 y 2017 el último superó los 360 episodios, destacándose en número de bajas dos, en Kenya. En septiembre de 2013 la irrupción en un lujoso mall de la capital de Kenya, Nairobi, dejó casi 70 víctimas mortales, mientras que en abril de 2015, en una universidad importante, fueron asesinadas 150 personas, en su mayoría jóvenes estudiantes. Si bien los ataques en suelo somalí son más habituales, no ocasionan a nivel individual tantas bajas como los dos anteriores.
Consecuencias de conflictos y el hambre
Quienes escapan de las crisis indicadas buscan desesperadamente nuevas oportunidades en áreas mucho más tranquilas o las que les provean, al menos, continuar con vida.
Es el caso de la Unión Europea como tierra prometida. El blindaje europeo es criticado y el Mediterráneo continúa siendo una fosa acuática común, aunque la atención de los medios no sea la misma que meses atrás. Han perecido 37 mil personas desde 2000 en el intento del cruce y se estima que un promedio de 14 fallecen a diario en la travesía. Sobre 182.504 solicitudes de asilo prometidas, a finales de 2016 sólo se aceptaron 23.596, apenas el 13% (datos de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado, CEAR).
El 20 de marzo de 2016 se firmó un acuerdo entre la Unión Europea y Turquía por el cual esta última se hizo cargo de taponar el flujo de migrantes y refugiados hacia territorio europeo. Esto último causó una crisis de dimensiones alarmantes en Grecia y los Balcanes, con miles de personas estancadas y hacinadas, por caso, en varias de las islas griegas. En Grecia suman un total estimado de 60 mil. Según un informe de Médicos Sin Fronteras, en Lesbos el porcentaje de pacientes que presenta síntomas de ansiedad y depresión se multiplicó por 2,5, y de quienes padecen trastorno de estrés postraumático lo ha hecho en un triple. A la vez, la organización registró más casos de automutilación e intentos de suicidio.
Mientras la política migratoria de la administración Trump ha despertado indignación en varios sectores de la sociedad estadounidense (respecto, entre otros puntos, a la restricción de ingreso de musulmanes de varios países y expulsiones), en la Argentina la aprobación del decreto nº 70/2017 del Poder Ejecutivo (que reforma la última ley migratoria, de finales de 2003) generó malestar entre diversos grupos y una catarata de críticas, como las de los gobiernos de Bolivia y Paraguay, y de asociaciones locales de migrantes y residentes extranjeros. Según los planteos críticos, en lo que se entiende como un tono de endurecimiento de la ley migratoria, el decreto alienta la expulsión de inmigrantes y tiende a un cierre de las fronteras del país. Entonces, en momentos críticos pareciera imperiosa la necesidad de hallar rápidamente culpables. ¿Se impone la "doctrina Trump"?
Varios grupos convocan el próximo 30 de marzo a la Marcha Migrante Internacional, bajo las premisas de no estigmatizar ni criminalizar al migrante, no convertirlo en chivo expiatorio de la actual crisis y que se visibilice la dura situación de la mujer migrante. La Argentina se pliega al paro, a 11 años del incendio en un taller clandestino del barrio de Caballito, donde fallecieron cinco menores y una mujer embarazada, en un espacio habilitado para cinco operarios a pesar de haber 60 y con un juicio que se demoró una década. Este paro autoconvocado, en nuestro país, tiene como precedente "Lxs migrantes marchamos", protesta del 22 noviembre pasado contra el Gobierno y la reforma que se avizoraba y que, para congoja de los organizadores y convocados, fue un hecho a partir del último 30 de enero. Esta vez, ¿serán oídos los reclamos de una protesta que promete replicarse en varios países?
El autor es historiador africanista, docente e investigador en la Universidad de Tres de Febrero y de Buenos Aires. Especializado en afrodescendencia americana.