Indio, ya nadie va a escuchar tu remera

Pablo Olivera Da Silva

Guardar

Seguí a Los Redondos por varios años. Hice miles de kilómetros para verlos y fui al último recital de River en 2001. Vi de cerca los desmanes de Obras Sanitarias, cuando la policía de la comisaría 35 mató a Walter Bulacio. Me perdí de ir a Huracán en el 94 cuando se pudrió todo. Donde hubo decenas de heridos y Los Redondos decidieron dejar de tocar en Capital para continuar con giras por el interior.

Pero estuve cuando se desmoronó una pared lateral del estadio de Colón, en Santa Fe. Ese día cobré fustazos de la montada sin merecerlo y me llevé el ticket sin cortar. También pasé todo el show con barro hasta las rodillas. Literal. Y como tantas otras veces, fui testigo de las arrasadas góndolas de los comerciantes que sufrían a las hordas y huestes ricoteras camino a su próxima misa.

Recuerdo cuando en 1997 el intendente de Olavarría, Helio Eseverri, decidió suspender el recital porque simplemente no había capacidad ni seguridad para llevar adelante semejante show. Y lo entendí. Pero esa fue la primera vez que vi una conferencia de prensa del Indio y Los Redondos, cuando deberían haber explicado otros hechos previos que prefirieron ignorar.

Estuve en Mar del Plata y fui testigo de los incendios de persianas y locales en las inmediaciones del predio olímpico. La avenida Libertad era un escenario surrealista de una batalla entre lúmpenes y la policía. Crucé Juan B. Justo entre las balas de goma y los botellazos. Tampoco me cortaron el ticket de la entrada.

Lo mismo me pasó en Racing con el Último bondi a Finisterre. Esa vez corrí varias cuadras por Palaá, mientras los gases y las balas de goma dispersaban a los mejores exponentes de la cultura rock que pugnaban por entrar al Cilindro de Avellaneda. Soy grandote para asfixiarme pero ese día casi me desmayo en el pogo.

En la despedida de River vi con mis propios ojos al psicótico que blandía un cuchillo casero intentando tajear a todo el mundo en el campo del Monumental. Lo mataron, también apuñalado. Días después era noticia en los diarios, el episodio entre barras bravas y ex convictos que incluía a ese tal Ríos, quien muriera en el Hospital Pirovano producto de las heridas por arma blanca. Pero lo que no me olvido de ese día fue cuando vi a un morocho de pelo muy largo arriba de un caballo de la policía federal escapando por Figueroa Alcorta. Dantesco.

Desde los noventa, cuando Los Redondos se hicieron masivos, se hizo imposible hacer un show sin algún incidente. En la inmensa mayoría de los casos había graves falencias de la organización. ¿Baños químicos? Jamás. Muy pocas veces vi un show perfectamente organizado y así también había incidentes.

El Indio Solari, un héroe del whisky, un beatnik tardío, heredero tal vez de Jack Kerouac o William Burroughs, se manifestaba anticapitalista, antisistema y arengaba siempre en su prosa críptica a la rebeldía de la contracultura marginal de los pibes de los astilleros.

Es su creciente éxito empresarial su vida cambió y el burgués decidió mudarse a Nueva York para vivir alejado de la turba fanática que lo desesperaba. Su vida alterna entre su mansión de Castelar y la Gran Manzana. Su hipocresía no tiene límites y hasta es capaz de volverse panfletario y populista para continuar estimulando la cultura rock del reviente, del aguante futbolero y el lumpenaje que nada tiene para hacer más que cumplir sus rituales en cada misa ricotera. Al margen de los millones que cobra a los honestos seguidores de su incoherente rebeldía cultural.

El Indio es también padre de otras bandas, como Callejeros, que lo adoraron y lo copiaron con distinta suerte y calidad. Pero escogieron lo peor y tomaron la posta del discurso contracultural y apologético de la marginalidad. Como si fuera precioso caerse fuera del sistema y pasearse como un freerider sin asumir los costos de serlo. Pero su verdadera ambición, la puta guita, es la que los mueve a ser indisimulablemente cínicos. La cárcel no parecía cercana aunque hoy lo es.

"Estás cambiando más que yo… asusta un poco verte así. Cuanto más alto trepa el monito, así es la vida, el culo más se le ve". Tu ithaca de rocanrol nos partió el corazón. Y se llevó la vida de muchos pibes que los siguieron incondicionalmente.

Al Indio lo amé y luego me volví indiferente. Pero hoy lo aborrezco. Porque aborrezco a los hipócritas y no puedo dejar de desenmascararlos.