El Indio es un desquiciado que quiere ser el responsable "del pogo más grande del mundo"

(Mariano Arribas)

Cuando fui a ver a los Redondos a Huracán terminé yéndome a los quince minutos, prometiéndome que jamás los iba a volver a ver. Hasta ese momento no fue menos de una veintena de veces que había asistido a un show de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, la mayor parte de ellos en épocas en las cuales juraban que jamás iban a grabar un disco por esa cuestión de la independencia de las discográficas.

De lugarcitos para 100, 120 personas habíamos llegado a un estadio. El bardo reinante, la ausencia de controles, la anarquía reinante entre hordas de ricoteros que, evidentemente, habían decodificado el mensaje en una forma distinta a la mía, me empujaron a escapar especialmente para salvaguardar la integridad de quienes en ese momento era mi esposa.

Tan triste me puso la experiencia que me mandé al aire de Rock & Pop con una editorial que hablaba de lo que había visto: un lobo suelto en el escenario y miles de corderos atados a su amor por la banda. Lo que había visto con total claridad era que los Redondos no se preocupaban por el bienestar de sus acólitos y los dejaban librados a su suerte.

La lluvia de puteadas telefónicas y gráficas (en tiempos donde Internet apenas asomaba) fue inmensa.

Pero no cumplí con mi palabra y, algunos años después, me di otra oportunidad yendo a uno de los shows que presentaban en el Monumental. Rodeando el estadio, una ausencia absoluta de personal policial. Adentro, una inhallable presencia de personal de seguridad.

Tampoco terminé de ver ese concierto: me fui cuando se produjo un desmadre importante en el campo de juego, fruto de la presencia de un arma blanca que terminó, si no recuerdo mal, con un pibe acuchillado. Y me fui puteándome, preguntándome para qué había ido, si sabía que eso iba a pasar. (Tener en cuenta esto: sabía que iba a pasar.)

Y tiempo después tuve la mala idea de decir lo que pensaba en la primera mañana de Rock & Pop, ahora hablando del Indio Solari con motivo de uno de sus shows multitudinarios que iba a producirse en no me acuerdo qué ciudad.

Cometí el error de decir, entre otras cosas: "Me parece que al Indio la gente le chupa un huevo (…) Por un lado la cosa esa de antisocial, el rechazo fóbico hacia el resto de la humanidad y por otro la convocatoria a cientos de miles de personas que, está bien, se la pone a unos cuantos metros de distancia. (…) Está buenísimo lo que hace pero a vos no te quiere. Sabelo. No le interesás aunque te creas lo contrario."

Intenté separar el tema de las misas de los hechos artísticos, los gurúes de los cantantes… Fue la primera angustia grande que me tuve que comer en twitter con miles (literalmente) de fundamentalistas que, ante la falta de argumentos, elegían putearme a mí y a mi familia en forma indiscriminada.

Fue una semana espantosa, pero me sirvió para aprender algunas cosas. Entre otras, que no intentes razonar con un fanático. Hoy a la mañana vi en un noticiero a un Cordobés diciendo que el Indio no tuvo la culpa de lo de Olavarría, que la culpa la tiene el diablo.

Lamentablemente lo ocurrido este fin de semana me dio la razón. Fueron tres los responsables de todo. No solo de las dos muertes, el pico más alto de esta vergüenza, sino de las horas de incertidumbre vividas por cientos de familias que no sabían en qué estado se encontraban sus seres queridos, metidos en ese infierno por voluntad propia:
1) La organización
2) El Estado
3) La gente

Todo falló. El tema es que la producción no creo que haya fallado por impericia o negligencia; falló por desidia, algo que caracterizó siempre a las "misas" del Indio. Podría ir punto por punto, desde la seguridad inexistente al escaso personal médico, a los controles permeables, a los traslados sin seguro que se rajaron antes… pero prefiero resumirlo en una sola frase, un tuit que fue borrado tarde, una frase que se propalaba por alguna radio participante: "Las entradas no se van a agotar".

No fue el primer show que hicieron. Tampoco fue el segundo. Ni el tercero. A tal cantidad de gente corresponde tal cantidad de efectivos de seguridad, tal cantidad de médicos, tal cantidad de accesos… y si se sabe que esa cifra puede multiplicarse, el cálculo es simple: hay que poner de más. Hay que reforzar. Sin mencionar que no se puede organizar un evento multitudinario sin saber con cierta exactitud cuánta gente va a asistir.

El Estado también falló. Empezando por la autorización de un show sin parámetros concretos, sin medidas adecuadas, sin organización. Acá tampoco puedo hablar de inexperiencia. No quiero hablar de arreglos turbios necesariamente pero menos de inexperiencia.
Y una vez autorizado el evento, el papel del Estado cumplió a la perfección la premisa de la producción: desidia implacable. El Estado brilló por su ausencia. El Estado permitió instalaciones sanitarias menos que mínimas, falta de personal médico , de seguridad, de organización en los accesos y egresos de la ciudad, proliferación de transportes privados inhabilitados… El Estado no pensó ni por un minuto que superar cinco a uno a los habitantes de Olavarría podría traer problemas. Y se horrorizó al ver gente cagando en las calles.

Y la gente… la gente, pobrecita, fue la víctima. Pero no por eso deja de ser responsable. La producción sabía que todo podía terminar así, el Estado sabía que todo podía terminar así y la gente… la gente también sabía que todo podía terminar así. Y aun teniendo eso en cuenta, fue igual, en masa, a la que venga, sin entradas y con bebés de un año en brazos.

Pero estos tres puntos son tema para otra ocasión. Porque el público del Indio es fanático. Tiene el fanatismo del barra que da la vida por los colores del club, el fanatismo del musulmán que se detona en una iglesia. Tiene un fanatismo irracional, capaz de pelearse con el que sea por defender la imagen de alguien que no le da bola. Alguien para quien no existe. Alguien que solo cobra importancia con el precio de la entrada o con la presencia devota.

Y el principal actor de todo esto: el Indio. El Indio que tan bien aprovecha eso de que la masa es bruta, ignorante o, al menos, manipulable. El Indio con su comportamiento enigmático. El Indio que es tomado como un mesías, un líder, un símbolo. El Indio a quien los medios le sobaron los pies, accediendo a sus caprichos más enfermos y estrafalarios al momento de hacer una nota, colaborando con la creación del mito.

El Indio que, si me lo preguntan, está movido por dos grandes sentimientos: por una lado la ambición, lisa y llana. La posibilidad de levantar en un solo show, tocando una sola vez y volviéndose a su casa, la guita que un artista con gran convocatoria y un poco de respeto por sus fans juntaría tras un ciclo de recitales.

Pero la ambición por sí sola es un motivo muy básico, muy espúreo. El Indio ha demostrado a las claras ser un megalómano de ribetes patológicos, un obsesionado por sus propios récords, un desquiciado que realmente quiere ser el responsable de convocar "el pogo más grande del mundo" y que, hasta el momento, parece no tener límites en su carrera por lograrlo.

Vos, público, vos que lo seguís a donde vaya, vos que expresás tu devoción y fidelidad… vos por ahí terminás muerto. Pasó este fin de semana. Y el Indio no salió ni a dar sus condolencias a las familias. ¿Podés ver eso o son tan ciego todavía que no lo ves?

Dicen que está enfermo. Dicen que fue la última vez. No me importa. Lo único que me importa es que esta vez, por una vez, aprendan algo. Y digo "aprendan" y no "aprendamos" porque yo ya lo sabía de antes. Y digo "aprendan" porque, cuando decidí decir lo que pienso en dos oportunidades, los ricoteros me saltaron a la yugular sin pararse a razonar. Y así les fue.

Con un poco de suerte aprendieron. Con un poco de suerte los dos muertos en la "misa" se transformen en dos mártires. Porque hasta ahora fueron solamente dos (2) los fundamentalistas fanáticos que se comunicaron para putearme.