El gradualismo produce shock

Alberto Benegas Lynch (h)

Hay tres palabras que estimo que no son conducentes a lo que se desea trasmitir: ajuste, gradualismo y shock. Por ajuste se entiende una política que apunta a poner orden en las finanzas públicas, pero que se traduce en penurias para la población. Esto suena ridículo, el orden en la familia o en el gobierno reestablece las condiciones del progreso. Pero, más aún, la expresión está mal utilizada, ya que el ajuste, es decir, la privación no se genera como consecuencia del orden sino del desorden. En otros términos, para evitar el ajuste debe ponerse orden (no gastar más de lo que ingresa, presiones tributarias razonables, no usar la deuda pública para patear la pelota para más adelante sin enfrentar los problemas, limitar las funciones gubernamentales a los principios republicanos, respetar la división de poderes, etcétera).

Por su parte, el gradualismo resulta algo cómico, dado que ser gradual necesariamente implica saber cuál es la meta (¿gradual hacia dónde?) y la mayor parte de los gobiernos no explicitan los objetivos, de modo que más preciso es decir que van a la deriva, cuyo último resultado habitualmente consiste en engrosar el aparato estatal.

En tercer lugar, el shock también se aplica mal, puesto que se lo entiende como resultado del orden cuando los shocks aparecen cotidianamente debido a las sandeces que introducen las políticas estatistas. El orden es para eliminar los shocks, puesto que, como queda dicho, ya bastantes shocks diarios sufre la población. Si el orden produjera shock, sería mejor vivir en el desorden, pero a poco andar se comprobaría que esto último produce miseria y caos.

Por supuesto que toda medida en cualquier dirección que fuere siempre tiene consecuencias sobre terceros, el asunto es que en el balance el resultado sea positivo (cuando apareció el automóvil, la demanda por carricoches tirados por caballos declinó hasta desaparecer; cuando irrumpió la calefacción a gas, se afectó la producción de leña; cuando aparecieron las computadoras, la demanda por secretarias decreció y así sucesivamente, lo cual liberó recursos humanos para atender otras necesidades y como los recursos son escasos en relación con los infinitos requerimientos, el proceso se traduce en progreso). Sin duda que las transiciones exigen capacitación, pero la vida es una transición de un punto a otro, el progreso es cambio. Todos los días, cuando un colaborador en un emprendimiento sugiere nuevas medidas para mejorar, está generando reasignaciones humanas y materiales. No se puede tener la torta y comérsela al mismo tiempo.

El político calibrará hasta dónde puede llegar según la opinión pública pueda digerir lo propuesto, pero una vez evaluado este aspecto lo mejor es hacer lo considerado posible y mejor lo antes que las circunstancias permitan, puesto que el goteo, "el gradualismo" produce desgaste y finalmente shock. Por ello es que la recomendación es proceder al comienzo de la gestión, cuando transcurre la luna de miel, puesto que lo que no se hace de entrada no se podrá llevar a cabo debido al reagrupamiento de la oposición, tal como han demostrado las experiencias más resonantes de los gobiernos que alardearon de gradualismo y terminaron en shocks tremebundos.

Uno de los obstáculos para entender las ventajas de poner orden y encaminarse a una sociedad abierta estriba en no captar las fenomenales e indispensables contribuciones teóricas que respaldan esa conclusión, sino, en lugar de eso, se insiste en que lo relevante son los hombres prácticos, puesto que los teóricos son sólo baladas románticas sin el realismo que se necesita para resolver problemas. La respuesta para evitar el uso de las antedichas expresiones en sentidos confusos, ambiguos y pastosos consiste en la educación al efecto de comprender las ventajas de orden y las desventajas del desorden y el proceso educativo es inseparable de la construcción teórica.

En este sentido, reitero lo escrito en otra oportunidad. Como queda dicho, hay dos planos de acción que es perentorio clarificar y precisar. Esta diferenciación de naturalezas resulta decisiva al efecto de abrir cauce al progreso. Constituye un lugar de los más comunes, casi groseramente vulgar, sostener que lo importante es el hombre práctico y que la teoría es algo etéreo, más o menos inútil, reservado para idealistas que sueñan con irrealidades.

Esta concepción es de una irresponsabilidad a toda prueba y revela una estrechez mental digna de mejor causa. Todo, absolutamente todo lo que hoy disponemos y usamos es fruto de una teoría previa, es decir, de un sueño, de un ideal, de un proyecto aún no ejecutado. Damos por sentado nuestros zapatos, el uso del avión, la televisión, la radio, internet, el automóvil, el tipo de comida que ingerimos, las medicinas a las que recurrimos, los tipos de edificaciones, la iluminación, las herramientas, los fertilizantes, los plaguicidas, la biogenética, la siembra directa, los sistemas políticos, los regímenes económicos, etcétera. Todo eso y mucho más, una vez aplicado, parece una obviedad, pero era inexistente antes de concebirse como una idea en la mente de alguien.

John Stuart Mill escribió con razón: "Toda idea nueva pasa por tres etapas: la ridiculización, la discusión y la adopción". Seguramente, en épocas de las cavernas, a quienes estaban acostumbrados al uso del garrote les pareció una idea descabellada concebir el arco y la flecha, y así sucesivamente con todos los grandes inventos y las ideas progresistas de la humanidad. En tiempos en que se consideraba que la monarquía tenía origen divino, a la mayoría de las personas les resultó inaudito que algunos cuestionaran la idea y propusiera un régimen democrático.

Los llamados prácticos no son más que aquellos que se suben a la cresta de la ola ya formada por quienes previa y trabajosamente la concibieron. Los que se burlan de los teóricos no parecen percatarse de que en todo lo que hacen son deudores de ellos, pero al no ser capaces de crear nada nuevo se regodean en sus practicidades. Todo progreso implica correr el eje del debate, es decir, de imaginar y diseñar lo nuevo al efecto de ascender un paso en la dirección del mejoramiento. Al práctico le corren el piso los teóricos sin que aquel sea para nada responsable de ese corrimiento.

El premio Nobel Friedrich Hayek ha escrito: "Aquellos que se preocupan exclusivamente con lo que aparece como práctico dada la existente opinión pública del momento, constantemente han visto que incluso esa situación se ha convertido en políticamente imposible como resultado de un cambio en la opinión pública que ellos no han hecho nada por guiar". La práctica será posible en una u otra dirección según sean las características de los teóricos que mueven el debate. En esta instancia del proceso de evolución cultural, los políticos recurren a cierto tipo de discurso según estiman que la gente lo digerirá y aceptará. Pero la comprensión de tal o cual idea depende de lo que previamente se concibió en el mundo intelectual y su capacidad de influir en la opinión pública ordenada a través de sucesivos círculos concéntricos y efectos multiplicadores desde los cenáculos hasta los medios masivos de comunicación.

En todos los órdenes de la vida, los prácticos son los free-riders (los aprovechadores o, para emplear un argentinismo, los "garroneros") de los teóricos. Esta afirmación en absoluto debe tomarse peyorativamente, puesto que todos usufructuamos de la creación de los teóricos. La inmensa mayoría de las cosas que usamos las debemos al ingenio de otros, incluso prácticamente nada de lo que usufructuamos lo entendemos ni lo podemos explicar. Por esto es que el empresario no es el indicado para defender el sistema de libre empresa porque, como tal, no se ha adentrado en la filosofía liberal, ya que su habilidad estriba en realizar buenos arbitrajes (y, en general, si se lo deja, se alía con el poder para aplastar el sistema), el banquero no conoce el significado del dinero, el comerciante no puede fundamentar las bases del comercio, quienes compran y venden diariamente no saben acerca del papel de los precios, el telefonista no puede construir un teléfono, el especialista en marketing suele ignorar los fundamentos de los procesos de mercado, el piloto de avión no es capaz de fabricar una aeronave, los que pagan impuestos (y mucho menos los que recaudan) no registran las implicancias de la política fiscal, el ama de casa no conoce el mecanismo interno del microondas ni de la heladera, y así sucesivamente. Tampoco es necesario que esos operadores conozcan aquello, en eso consiste la división del trabajo y la consiguiente cooperación social. Es necesario sí que cada uno sepa que los derechos de propiedad deben respetarse, para cuya comprensión deben aportar tiempo, recursos o ambas cosas si desean seguir en paz con su practicidad y para que el teórico pueda continuar en un clima de libertad con sus tareas creativas y así ensanchar el campo de actividad del práctico.

Desde luego que hay teorías efectivas y teorías equivocadas o sin un fundamento suficientemente sólido, pero en modo alguno se justifica mofarse de quienes realizan esfuerzos para concebir una teoría eficaz. Las teorías malas no dan resultado, las buenas logran el objetivo. En última instancia, como se ha dicho "nada hay más practico que una buena teoría". Conciente o inconscientemente, detrás de toda acción hay una teoría. Si esta es acertada, la práctica producirá buenos resultados, si es equivocada, las consecuencias del acto estarán rumbeadas en una dirección inconveniente respecto de las metas propuestas.

Las telarañas mentales y la inercia de lo conocido son los obstáculos más serios para introducir cambios. Como hemos señalado, no sólo no hay nada que objetar a la practicidad, sino que todos somos prácticos en el sentido que aplicamos los medios que consideramos que corresponden para el logro de nuestras metas, pero tiene una connotación completamente distinta "el práctico" que se considera superior por el mero hecho de aplicar lo que otros concibieron y, todavía, reniega de ellos… los que, como queda dicho, hicieron posible la practicidad del práctico.

Afirmar: "Una cosa es la teoría y otra es la práctica" es una de las perogrulladas más burdas que puedan declamarse, pero de ese hecho innegable no se desprende que la práctica es de una mayor jerarquía que la teoría, porque parecería que así se pretende invertir la secuencia temporal y desconocer la dependencia de aquello respecto de esto último, lo cual no desconoce que la teoría es para ser aplicada, es decir, para llevarse a la práctica. Si se desea alentar el progreso, debe enfatizarse la importancia del trabajo teórico y el idealismo, y no circunscribirse al ejercicio de practicar lo que ya es del dominio público. Por ello resulta tan estimulante el comentario de George Bernard Shaw cuando escribe: "Algunas personas piensan las cosas como son y se preguntan por qué. Yo sueño cosas que no son y me pregunto por qué no". Es hora de hacer un alto en el camino y reconsiderar las expresiones gradualismo, shock y ajuste y ponerlas en el contexto teórico adecuado.

El autor es doctor en Economía y doctor en Ciencias de Dirección. Es presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias y miembro de la Academia Nacional de Ciencias Económicas.