Controles migratorios: mucho show, pocos resultados

Querer atacar la delincuencia incrementando los controles migratorios es lo mismo que querer bajar la fiebre con un termómetro

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El Gobierno implementó nuevos controles migratorios para atacar la inseguridad. Una solución absurda para un problema que prácticamente no existe. Pero como ha sucedido en el pasado, es muy fácil aferrarse a los prejuicios de la gente, reforzarlos y tomar medidas alineadas con ellos. Lo ha hecho el kirchnerismo con los grupos concentrados y hoy lo hace el Gobierno con los inmigrantes. Desde el punto de vista práctico lo que sucede es que nada cambia y, por lo tanto, es un esfuerzo que termina en nada.

Todos vemos el último eslabón de la delincuencia: vemos a los paqueros en la calle, a los transas que venden en medio de la marginalidad, al punguista, a aquel que roba un auto, al que asesina con resentimiento. Es lo que más nos duele, porque es lo que nos golpea todos los días, es en definitiva ese tipo de delito el que pone en riesgo nuestra vida de forma directa. Pero todos ellos, sin que esto los exima de culpa, son sólo la parte visible, el último eslabón de una larga cadena.

Vemos con horror al transa que vende droga en medio de una villa, pero tenemos una tolerancia casi infinita con aquellos que consumen narcóticos recreativos. El negocio del narcotráfico no es vender paco en la villa, es venderles pastillas a la clase media y cocaína a los círculos más exclusivos. Pero mientras unos son feroces narcotraficantes, los otros son personas que quieren vivir experiencias nuevas. En el fondo, no es más que una diferencia social, porque ambos son parte de la misma cadena del narcotráfico.

Tal vez el transa en la villa sea un inmigrante, porque quienes vienen de los países limítrofes muchas veces comienzan por vivir en la marginalidad. Pero su ingreso en la delincuencia lo hace motivado y dirigido por otros que no comparten la marginalidad con él, sino que viven seguramente en lugares muy exclusivos y comen en elegantes restaurantes. A nadie le molesta codearse con esos delincuentes porque no matan. Bien vestidos y con autos importados dan otra imagen. ¿O alguien cree que el "dueño" de la droga en la Argentina vive en medio de una villa? ¿Y el que lleva adelante el negocio de los autos robados? Por supuesto que no. Incluso muchas veces visten uniforme.

Querer atacar la delincuencia incrementando los controles migratorios es lo mismo que querer bajar la fiebre con un termómetro. La delincuencia no se crea en la marginalidad, se crea en ambientes respetables, pero la ejecutan los marginales, aquellos que no tienen nada que perder, porque nada tienen. Hay "efectos colaterales", como los paqueros o las muertes de las víctimas de un robo, pero el negocio es otro.

Muy pocos son los que vienen al país a delinquir, la mayoría viene con un sueño. Pero asumamos que alguna organización delictiva envía un grupo de agentes a operar a la Argentina. Ciertamente que si tienen algún tipo de antecedente no bajarán en un micro en Liniers. Ni llegarán a Ezeiza. Hay muchas formas de cruzar la frontera sin ser visto. Por eso, estos controles migratorios se parecen mucho a las políticas de seguridad implementadas por el kirchnerismo: mucho show, pero pocos resultados. Tal vez quienes asesoran a este Gobierno son los mismos que asesoraron al anterior.

Vayamos más lejos, asumamos que se ha blindado la frontera argentina y no pueden entrar más inmigrantes. La delincuencia nace de la marginalidad, no de la inmigración y mientras haya en la Argentina miseria y grandes diferencias sociales, entonces habrá delincuencia brutal. Mientras haya quienes compren drogas recreativas, estarán quienes las provean, por lo tanto, existirán los transas y los paqueros. No se puede eliminar sólo un eslabón de la cadena, hay que atacar la cadena completa. Incluso, los controles migratorios sólo actúan de una manera incompleta y hasta insignificante sobre el eslabón más débil de la cadena: aquel que es fácil reponer, sustituir y reestructurar.

A veces da la impresión de que aquellos que manejan los grandes negocios del delito le aconsejan al Gobierno cómo debe actuar. Los controles migratorios ni siquiera le ponen obstáculos a la delincuencia. Porque si no lo hace algún paraguayo, algún boliviano, lo hará algún argentino. ¿O será una cuestión de absurdo nacionalismo delictual por el cual sólo toleramos que los delitos los cometan los argentinos? Mientras el Gobierno pasa vergüenza anunciando medidas que no tienen ningún efecto, el verdadero delito, ese que vive en Palermo y en Nordelta, sigue operando con la más absoluta tranquilidad. Han cumplido su cometido: mientras el Gobierno y la población en general se entusiasma con los controles migratorios, ellos siguen amasando grandes fortunas a costa de nuestras vidas.