Trump: muros y abanicos

El problema es que Trump carga toda la responsabilidad y la culpa insidiosa sobre el extremo pobre y débil de la ecuación

La construcción del muro en la frontera de Estados Unidos con México como una medida más en la lucha contra el terrorismo y el narcotráfico es una decisión puramente cosmética, ya que ningún terrorista, ni un sólo narcotraficante entra por esa frontera carente de agua en su garganta e inundado por la espalda y menos aún con los bolsillos vacíos.

Ahora bien, tampoco nos podemos escandalizar porque un país procure que se cumplan las leyes de migración o la ley que sea, ese no sería el problema. Es lógico que blandiendo un mínimo de seriedad se procure una inmigración ordenada y legal.

Por ahí no pasa el problema, es más, conviene ahora no santificar a los terribles gobernantes mexicanos que se han aprovechado del dolor de su pueblo, de la pobreza que ellos han generado y no han podido ni querido combatir, del narcotráfico metido hasta en la médula de sus gobiernos, y no haciendo nada por frenar tal sangría, sino aportando fuerzas de orden que roban, torturan y matan a los centroamericanos que atraviesan diariamente el país para llegar a la frontera, ya en "La Bestia" o el "tren de la muerte", o los que hacen el trayecto a pie. Permiten a las bandas ejercer de autoridad en los territorios de la droga y el tráfico de personas.

Convendría no olvidar que en la colaboración de la lucha contra estos traficantes en la frontera de Estados Unidos-México quien ha puesto el dinero y las infraestructuras, aunque, a mi criterio, completamente errados, ha sido Estados Unidos. También, aunque parezca una obviedad, conviene recordar que México, como todo país, también tiene aduanas y se reserva el derecho de admisión en su territorio.

Por ahí no pasa la crítica a Trump, ni siquiera en el hecho de que pretendiese que el Gobierno mexicano por una vez se implicase más económica e institucionalmente en la solución a dicho problema compartido.

El problema es que Trump carga toda la responsabilidad y la culpa insidiosa sobre el extremo pobre y débil de la ecuación.

Los diez millones de personas que han sido y son contratados sin papeles lo han sido y lo son por empresarios que golpean su pecho aullando en "slang" que aman a su país, aunque hay que entender que son humanos y prefieren pagar poco, cuanto menos mejor; hay que comprender que prefieran contratar un obrero o un campesino semiesclavo, asustado, dispuesto a aguantar lo que sea en materia de presión y de horas de trabajo, que no reclame y ni siquiera conozca los derechos que asisten a los norteamericanos de nacimiento, que durante doce horas sea imprescindible y las otras doce sea desechable, como la meretriz de los pueblos, a las cuales durante la luz del día todo caballero evita saludar para más tarde colmarla de veneración en la penumbra del burdel.

¿Para cuándo la prisión para cada empresario que contrate o haya contratado a un trabajador ilegal y así violó varias leyes? ¿No sería lógico que el hecho de tener una empresa y una vida holgada, aparte del deber de estar debidamente informado, brindase un mayor acceso a la información de derechos y deberes de trabajadores y empleadores, así como de los límites de las violaciones de la ley, al menos tanto como el acceso que puede tener el paupérrimo actor situado en el otro extremo de la infracción?

¿O será que como siempre es más fácil, más rápido y menos arriesgado coger los mangos más bajitos?