Somos testigos de un proceso de degradación del lazo sino-estadounidense que fue generado por las declaraciones amenazadoras y las conductas improcedentes del flamante Presidente de Estados Unidos y su equipo, las que tuvieron como respuesta pronunciamientos y acciones cada vez menos moderados del Gobierno de China y su prensa oficial.
A principios de diciembre de 2016, Donald Trump recibió una llamada telefónica de la jefa del Ejecutivo de Taiwán que rompía una costumbre de casi 45 años de no contacto entre las autoridades de Washington y Taipei. Pocos días después de la llamada, el entonces Presidente electo cuestionó los motivos por los cuales Estados Unidos debería mantener invariable la política de "una sola China", sin incluir otras cuestiones como el comercio.
Previamente, Trump había acusado a China de manipular el yuan, practicar deslealmente el comercio internacional, quitar puestos de trabajo a los estadounidenses y expandir ilegalmente su territorio al crear islas artificiales en el mar del Sur de la China (MSCh), lo que genera inestabilidad en el área.
El pasado 11 de enero de 2017 Rex Tillerson, en la audiencia de confirmación para el cargo de secretario de Estado del Gobierno de Donald Trump, comparó el papel de China en el MSCh con la anexión rusa de Crimea. En esa ocasión, expresó: "Vamos a tener que mandar a China una señal clara de que, primero, se acaba la construcción de islas y, segundo, su acceso a esas islas tampoco se va a permitir".
La respuesta de Beijing a estas provocaciones evolucionó de la cautela hacia la dureza: el diario Global Times publicó: "Tillerson haría bien en ponerse al día en estrategias nucleares si quiere que una potencia nuclear se retire de sus propios territorios". Casi al mismo tiempo, el portaaviones chino Liaoning atravesó el Estrecho de Taiwán.
¿Cómo puede comprenderse esta degradación de los lazos sino-estadounidenses? Recordemos que el año 2008 marcó la transición del sistema internacional de la pos Guerra Fría hacia un orden centrado en Asia (metafóricamente "pasaje de un orden internacional westfaliano a otro estfaliano"). Ello se evidenció en la crisis financiera originada en Occidente, el afianzamiento del crecimiento en las economías de China, India y Rusia, el mensaje de esplendor que China reflejó con los Juegos Olímpicos, y la cumbre del G-20 en Washington, que evidenció la actualidad del fenómeno del multipolarismo.
China está comprometida en la construcción de poder nacional integral, el cual abarca la unidad territorial, el crecimiento económico y la estabilidad interna. Por ese motivo, Beijing difícilmente renunciará a la Realpolitik. A ello se suma la estrategia naval de defensa avanzada abrazada por China, que contempla asegurar las rutas de tránsito marítimo. En este contexto, la presencia naval en el mar del Sur de la China se convirtió en pilar de la mencionada estrategia.
Las acciones y las declaraciones de Trump y su equipo no se pueden achacar a la escasa experiencia diplomática. La plataforma política del Partido Republicano del año 2016 había dado claras señales del posicionamiento de su dirigencia con respecto al tema de Taiwán. En el apartado "Liderazgo estadounidense en el Asia Pacífico", expresó: "Saludamos al pueblo de Taiwán, con quien compartimos los valores de la democracia, los derechos humanos, el libre mercado y el respeto a la ley". "Nos oponemos a cualquier intento unilateral por parte de cualquiera de las partes, de modificar el statu quo en el Estrecho de Taiwán". "En caso de que China viole esos principios, Estados Unidos, en el marco de la ley de relaciones con Taiwán, ayudará a Taiwán a defenderse".
Ante el estado agravado de la relación sino-estadounidense, gran parte de la opinión pública desea que, tras la asunción de Donald Trump a la Presidencia de los Estados Unidos, tenga lugar una etapa más pragmática donde prevalezca la búsqueda de compromisos entre Washington y Beijing.
Difícilmente se aplaque la tendencia hacia la contención ahora que Trump ya es presidente, debido a que el Partido Republicano observa que China, por primera vez en su historia, ha logrado proyectar su presencia política, económica y militar, haciendo pie en el sudeste asiático, el subcontinente indio, Asia central, Medio Oriente, Europa, África y América Latina. El establishment republicano percibe que el surgimiento de China repetirá lo sucedido con Prusia a partir de 1870. En consecuencia, la postura a adoptar por Washington debe ser la contención, tal como se implementó con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) durante la mayoría de los 45 años de la Guerra Fría.
El Gobierno de Trump tiene ante sí la ocasión de dar por tierra el hasta ahora infalible dictum de Tucídides, consistente en que "el surgimiento de una potencia lleva a codicia, temor y enemistad, cuya inevitable consecuencia es el conflicto". En el actual período de transición del poder internacional, deberían prevalecer la conciliación y el compromiso, dadas la interdependencia económica entre ambas potencias, la cada vez menor disparidad en poderío militar entre ambos actores y las múltiples áreas de interés común en temas internacionales. Washington podría acomodarse ante la consolidación regional de China, y Beijing podría dejar atrás toda tentación revisionista.
De ese modo, sería posible cristalizar una aguda definición de la ex secretaria de Estado Hillary Clinton: "Nuestras dos naciones tratan de hacer algo que nunca fue hecho en la historia: escribir una nueva respuesta a la pregunta sobre qué sucede cuando se encuentran una potencia establecida y una potencia en ascenso".
El autor es doctor en Ciencias Políticas por la UCA. Director de "Estudios sobre China contemporánea" de la Universidad del Salvador. Profesor titular en la Universidad del Salvador y en el ISEN. Miembro del CARI.