El ex ministro de Hacienda y el director de la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP) anunciaron que el blanqueo es un éxito. Según las palabras del ex ministro: "El blanqueo es un éxito indiscutible, es una señal de que las cosas están cambiando en la Argentina". Para el Gobierno es un éxito porque se ha blanqueado (hasta ahora) el equivalente a 18,4% del PBI (97.842 millones de dólares), superando no sólo lo originalmente previsto, sino también lo blanqueado en Chile (8% del PBI) y Brasil (3% del PBI).
Hace ocho años que Argentina está sumergida en una crisis de crecimiento. Este año el PBI por habitante cerraría debajo de 2015 (-3,5%), 2011 (-7,2%) y 2008 (-1,7%). En el mismo período, la inflación promedio anual supera el 30% (41% en 2016) y la pobreza tiene tendencia creciente (32% en 2016). Además, no se crea empleo privado desde 2011. Paralelamente, el gasto público consolidado (nación y provincias) pasó de 26% (2008) a 44% (2016) del PBI, y la presión tributaria consolidada subió de 25% (2008) a 36% (2016) del PBI, pasando de equilibrio fiscal (2008) a un déficit global de casi ocho puntos del PBI (2016). En 2017 nación (35 mil millones de dólares) y provincias (9.600 millones de dólares) deberán endeudarse por casi 45 mil millones de dólares.
Claramente, el gasto público imposible de pagar, la presión tributaria récord y el déficit fiscal infinanciable son los responsables del deterioro del PBI, la pérdida de calidad de vida de los argentinos, la falta de empleo y los elevados niveles de inflación y pobreza. El frente fiscal destruye la salud macroeconómica desde todos los lados.
Hace seis años que el consumo no responde, porque el financiamiento del Estado (vía impuestos récord, inflación o deuda que encarece la tasa de interés) hace que tengamos los bienes y los servicios más caros de la región. La inversión privada cae, porque el sector público ahoga al sector privado, impidiéndole hacer negocios y ganar dinero, dejando de ser rentable invertir y expandir la capacidad de producción. La performance fiscal nos conduce a tener el costo de capital más elevado de la región. El financiamiento del déficit fiscal, ya sea con inflación (por denominador) o con deuda (por numerador), aprecia al tipo de cambio real y merma la competitividad. El endeudamiento sube la tasa de interés en el mercado doméstico y el riesgo país, lo que atenta contra el crédito, la inversión y el crecimiento. Además, la elevada tasa de interés doméstica retroalimenta la apreciación cambiaria, las expectativas de inflación y devaluación. Las mayores expectativas de devaluación generan fuga de capitales, lo cual deprime aún más el consumo, la inversión y el nivel de actividad. Los números son contundentes: en 2016 la fuga de capitales ascenderá a 15 mil millones de dólares, no muy por debajo de los 21.400 millones de dólares de 2011 (cuando se puso el cepo), pero superior a los 11.500 millones de dólares de 2010. En este marco, no puede haber creación de empleo privado genuino.
Nuestra economía necesita un gran cambio para poder tener éxito. Albert Einstein decía: "Si quieres resultados diferentes, no hagas siempre lo mismo". A partir de lo expuesto, se entiende que el éxito macroeconómico será posible sólo si hay profundos cambios en el frente fiscal. Para Argentina, la frase de Einstein debería ser reescrita: "Para volver a crecer, generar empleo, bajar la inflación, reducir la pobreza y tener éxito macroeconómico, hay que bajar el gasto y el déficit fiscal, pero reduciendo los impuestos".
Sin embargo, el blanqueo no es la punta del cambio que conducirá nuestra macroeconomía al éxito. Por el contrario, en el mediano y largo plazo el blanqueo es contractivo, porque profundiza el sesgo de la política fiscal actual, sacándole más dinero al sector privado en pos de financiar más gasto público y déficit fiscal creciente.
En rigor a la verdad, el blanqueo no fue ideado como un instrumento reductor del déficit fiscal, sino todo lo contrario. El blanqueo surge como una nueva herramienta para estimular el consumo y la demanda agregada, es decir, más de lo mismo. Hace seis años que se estimula la demanda sin éxito, pero se insiste con la misma táctica. Es más, el blanqueo agranda los problemas fiscales y macroeconómicos, porque nació con un aumento del gasto y del déficit fiscal asociados.
Para peor, el gasto asociado al blanqueo no sólo es una partida creciente e inflexible a la baja, sino que es la de mayor peso relativo dentro de la estructura de gasto de nación (45% del total): las jubilaciones. En términos intertemporales, el blanqueo tiende a potenciar una dinámica fiscal explosiva, porque el flujo del producido del blanqueo es transitorio, pero el gasto y el déficit asociados son permanentes.
El producido del blanqueo no alcanza para financiar el flujo de gasto asociado, lo que asegura un incremento permanente del déficit fiscal a futuro. Puntualmente, la recaudación del blanqueo (1,2% del PBI) es menor a la reparación histórica a los jubilados, que asciende a 0,4% (2016), 1,3% (2017) y 1,3% (2018) del producto. En otras palabras, asociado al blanqueo, hay un incremento del déficit fiscal de 1,8 p.p. en términos del PBI "sólo" en los próximos y primeros dos años (cuando las metas fiscales se reducen).
En este contexto y siguiendo con la política actual, este mayor déficit fiscal anunciado debería financiarse con más deuda. Sin embargo, se espera que la tasa de la Reserva Federal suba a 1,25%-1,75% (2017); 1,75%-2,5% (2018) y 2,5%-3,25% (2019) durante los próximos años, empujando el costo de financiamiento y la carga de intereses hacia arriba. En este escenario, el Estado tendría dos caminos a seguir, o cobrar más impuestos o emitir (impuesto inflacionario). Si el Poder Ejecutivo Nacional (PEN) respeta la autonomía del Banco Central, lo más probable es que vaya por la vía de más impuestos y aumente la presión tributaria; y así el blanqueo se transforma en el zoológico donde caza la AFIP.
El blanqueo no es otra cosa que una promesa de más impuestos a futuro. No debería sorprender. Si el blanqueo es más gasto y más déficit asociado, es lógico que también sea una promesa de más impuestos futuros. ¿Puede no suceder está fatal profecía? Claro, sí se puede. Se puede evitar. ¿Cómo? Con una reforma del Estado que empiece con bajar los ministerios a ocho u seis. Con reformas estructurales que apunten a alivianar los efectos intertemporales. Por ejemplo, una reforma que eleve la edad jubilatoria. Y sobre todo, con un cambio de sesgo en la política fiscal, que baje gasto, impuestos y déficit.
El autor es economista, director E&R.