La caída de Alepo a manos de las fuerzas gubernamentales pone a Bashar al-Assad un paso más cerca de reconquistar el área más relevante de Siria. Aparte de haber desmontado un prominente bastión rebelde, la captura de Alepo le representa al mandamás hacerse con la parte más económicamente activa que tenía el país en la preguerra. En este sentido, el Estado sirio es inviable sin ella, y Assad necesita la ciudad para recuperar su legitimidad tanto en el ámbito doméstico como en el externo. Dado el carácter estratégico y simbólico de Alepo, dejando su impronta —a costa de tantas vidas humanas—, Damasco está demostrando que la hipótesis de cambio de régimen ya no es viable, y que toda discusión acerca de un cese al fuego tendrá que partir del supuesto de que Assad es el legítimo gobernante.
Esta suposición se basa en dos principios. En primer lugar, puede citarse la impotencia de Turquía, Arabia Saudita, la Unión Europea y Estados Unidos. Más allá de lo discursivo, podría decirse que los actores adversos al régimen sirio están reconciliándose con él a regañadientes. Gracias a la decisiva intervención rusa e iraní, las principales ciudades seguirán bajo la órbita del baazismo oficialista. En segundo lugar, el daño provocado por cinco años de guerra favorece el argumento pragmático pro estabilidad, sintetizado en la máxima "diablo conocido mejor que diablo por conocer". Esta posición también tiene arraigo en la coyuntura interna. En el pensamiento islámico tradicional, la autoridad siempre es preferible al caos, incluso si el soberano es ilegítimo. La obediencia es un mal menor, porque sin un orden político es imposible garantizar el mantenimiento de la vida cívica, la seguridad de la comunidad o su subsistencia espiritual.
Partiendo de estas premisas, es conveniente dar cuenta del actual escenario en Siria. Además, aunque el beneficio de ver las cosas con perspectiva aún no está a disposición, es posible hacer algunos pronósticos para el futuro. Por lo pronto, si Alepo prueba ser una bisagra en el desarrollo del conflicto sirio, la derrota de los rebeldes islamistas y yihadistas seguramente conducirá a la eventual hegemonía del Gobierno en las zonas costeras, donde reside el grueso de la población. Por otro lado, es manifiesto que la devastación ha alcanzado un nivel sin precedentes, suplementado por el involucramiento externo y la sectarización del conflicto entre sunitas y chiítas.
La situación de la oposición
Es importante indicar que no queda claro hasta qué punto los rebeldes están respondiendo a un mando unificado. El Ejercito Libre Sirio (FSA) es considerado el menjunje opositor más moderado, pero en sus filas existen faccionalismos explosivos. Cada milicia actúa con independencia, y hasta ahora no se ha visto una verdadera coordinación en el terreno. En realidad, el FSA está compuesto por grupos con intereses diferentes, ergo abundan las contradicciones, lo que hace que las disputas internas entre nacionalistas y extremistas sean insalvables. Este problema tiene una implicación circunstancial en beneficio del régimen sirio: las fuerzas que componen el FSA se han visto obligadas a seguir los recados de benefactores externos, y desde el último año estos vienen minimizando o aplazando el combate contra Assad.
Todo esto es notorio en relación con los kurdos. Comenzando en agosto, Turquía emplea a grupos sunitas dentro del FSA para acompañar la operación Escudo del Éufrates, y combatir al Estado Islámico (ISIS) y a los kurdos sirios, que luchan para alcanzar la independencia. Desde ya, los turcos proveyeron la artillería y a los combatientes del FSA les tocó la peor parte.
La influencia de los actores externos sobre las fuerzas moderadas también se ve al sur del país. Allí, donde la situación es relativamente más tranquila, opera el llamado Frente Sur del FSA, que obedece a las directivas de Jordania y Estados Unidos. La prioridad de estos actores es evitar que la violencia se extienda al reino hachemita, que ya tiene que lidiar con un altísimo número de refugiados. Por eso, el FSA ha tenido que dedicarse primordialmente a contener al Frente Al-Nusra, que en julio pasó a llamarse Jabhat Fateh al-Sham (Frente para la Conquista del Levante).
En 2015, Washington y Amán comenzaron a imponerle líneas rojas al FSA. Expulsadas las fuerzas gubernamentales de la zona adyacente a la provincia jordana de Irbid, la segunda más importante en términos poblacionales, la preferencia de estadounidenses y jordanos es ahora cuidar la estabilidad del vecindario. En términos prácticos, esto significa que los rebeldes moderados están confinados a proteger la ciudad siria fronteriza de Daraa. Los jordanos temen que una escalada le reporte al reino más sirios en busca de refugio. En esta situación, el propósito del Frente Sur consiste en mantener a los yihadistas y a las fuerzas de Assad a distancia. Como este objetivo aparenta haberse cumplido, lejos de presionar por mayores conquistas, el papel de la milicia se remite a mantener el statu quo.
Este dato es importante por varios motivos. Primero, porque el Frente Sur es ampliamente visto como la facción más moderada dentro del FSA. Es la única que ha marcado una clara tendencia secular; antagonizó abiertamente con la oposición islamista y yihadista. Por esta cuestión, se trata discutiblemente del subgrupo más confiable dentro de la oposición siria. Pero por lo expresado recién, independientemente de sus capacidades, y tal como sucede con los rebeldes proturcos, el Frente Sur no estaría dispuesto a presionar a Assad. Es decir, el de por sí dividido FSA tiene que acotar bajadas de línea.
La injerencia externa potenció el sectarismo religioso
La injerencia de actores externos en el conflicto sirio ha tenido un impacto en potenciar el carácter religioso de la guerra. Como consecuencia del involucramiento directo de Irán en los combates, y el apoyo de Arabia Saudita y sus aliados a las milicias yihadistas e islamistas, se gestó un componente sectario cardinal en la hecatombe siria que no necesariamente predominaba en los albores de la rebelión. Cinco años más tarde, los militantes que portan banderas islámicas prevalecen sobre los seculares, y esto se debe precisamente al gran caudal de armamento destinado a las milicias con orientación religiosa.
Algunos observadores comparten la mirada del Gobierno sirio y desmienten que el conflicto sea determinantemente sectario, es decir, justamente una guerra entre sunitas y chiítas por el futuro de la escena islámica. Indican, con cierta razón, que los medios del Golfo han sobredimensionado esta brecha desde que comenzaran las hostilidades, dándoles pie a los binomios expuestos por las facciones islamistas y yihadistas. No obstante, no deja de ser cierto que los iraníes facilitaron esta apreciación al movilizar a sus fuerzas y sus milicias a Siria, reclutar combatientes chiítas, y establecer campos de entrenamiento. Para los combates terrestres, el ejército sirio se apoya en el liderazgo de unidades iraníes, ensalza la afinidad religiosa entre los ayatolas y el círculo de Assad. Esta impresión ganó potencia con la desorganización y el fraccionamiento de la oposición siria, dependiente del patrocinio foráneo para batallar al régimen y sus asociados. Así, puesto por Emile Hokayem en 2014: "Hasta cierto punto la mentira se convirtió en verdad", y el sectarismo pasó a ser un tema central en la disputa.
Es verdad que, con estos desarrollos, el conflicto se convirtió tanto en un feudo sectario como en una querella trascendental por hegemonía regional. En tanto los seculares del FSA ven sus acciones truncadas por los intereses estratégicos de Turquía y Jordania, los islamistas y los yihadistas reciben el apoyo material de Arabia Saudita y Qatar, que hasta ahora han probado ser patrones muy laxos y permisivos. Si uno quiere participar en la guerra o recibir financiación para montar una guerrilla, lo más conveniente es ponerse a disposición de uno de estos benefactores. Los eslóganes religiosos rinden más, sea en términos de reclutamiento como de aprovisionamiento. Por consiguiente, las plataformas opositoras liberales —si las hay— no tienen ninguna chance de triunfar.
La prioridad de Assad
El objetivo estratégico del círculo de Assad a mediano plazo consiste en asegurar control sobre el corredor mediterráneo, el área más significativa del país desde todo punto de vista. La estrategia de Damasco consiste en aislar los focos de resistencia mediante el corte de las líneas de suministros, para dejar que el desgaste cause sus estragos. Así se explica, entre otras cosas, la incesante campaña de bombardeos por parte del régimen y sus aliados.
Las fuerzas gubernamentales son conscientes de las capacidades de la oposición para llevar a cabo una guerra urbana continuada, dado que los rebeldes están mucho mejor preparados para combatir en calles y tejados que los soldados del ejército. Este desbalance explica el rápido avance de los insurgentes al comienzo de las hostilidades, y cómo les fue posible adueñarse de Alepo en 2012. Restringidas por las circunstancias, en lo sucesivo las fuerzas del régimen apelaron a la usanza castrense rusa, incluyendo el uso sostenido de fuego pesado para desgastar al enemigo, con poca consideración por daños colaterales —léase vidas humanas. En efecto, las fuerzas lealistas replicaron el ejemplo ruso en Chechenia y no comenzaron grandes operaciones urbanas sino hasta muy recientemente, en noviembre. Damasco lanzó la ofensiva terrestre una vez que pudo privar a los rebeldes de las rutas de suministros y diezmar sus posiciones con los bombazos constantes de la artillería y la fuerza aérea.
La misma táctica utilizada en Alepo seguramente se vea intensificada en Idlib, el siguiente foco rebelde más importante. Ubicada al suroeste de Alepo, está región está conectada con la frontera turca y los rebeldes controlan posiciones a sólo diez kilómetros de la importante ciudad de Hama, en manos del Gobierno. Idlib es además un nicho de grupos yihadistas, incluyendo a Jabhat Fatah al-Sham. De acuerdo con una estimación, el número de rebeldes en torno a Idlib podría llegar a los 50 mil; esta es la concentración más grande de combatientes a los que Assad debe hacer frente.
Para ratificar su soberanía en el área costera, Assad necesita invariablemente hacerse con el control de esta región, en virtud de establecer un cordón territorial ininterrumpido entre Damasco y Alepo. Por eso, estipulo que 2017 será testigo de una campaña feroz por dicha área, y el desenlace podría demorar años. El éxito estará condicionado a la capacidad del régimen por montar una ofensiva terrestre en tándem con sus aliados, a los efectos de quitarles a los rebeldes las carretas M4 y M5, las principales arterias logísticas del noroeste sirio. Esto no será nada fácil. A pesar de sus avances, las fuerzas lealistas actualmente no estarían en condiciones de hacer un avance decisivo, que requeriría ejecutar maniobras en simultáneo desde distintos frentes localizados. Damasco ciertamente podría beneficiarse de una campaña rusa más intensiva, mas no hay indicios de que esto vaya a suceder, o por lo menos no momentáneamente. El Kremlin retiró el grueso de sus fuerzas en marzo de 2016, cuando se hizo manifiesto que la continuidad de Assad en el poder ya no estaba en jaque.
La competencia por el territorio del Estado Islámico (ISIS)
En lo que ya es una carrera por la sucesión de las posiciones del ISIS, los rebeldes del FSA bajo la égida turca están intentando quitarle Al-Bab al ISIS, ubicada a 35 kilómetros al noreste de Alepo. De tener éxito, Turquía estaría dificultando el proyecto de una entidad kurda unificada, la llamada Rojava, a lo largo de la frontera sirio-turca. Por su parte, los kurdos, agrupados bajo el paraguas de las Fuerzas Democráticas Sirias (SDF), están determinados a evitar que Al-Bab acabe en manos pro turcas. El punto, controlado por el ISIS desde enero de 2014, también es estratégico porque expone otro flanco del semi Estado terrorista. Es la llave necesaria para mayores conquistas al oeste del Éufrates, y tanto Turquía como las FSA pretenden plantar su bandera primero.
Los elementos sunitas pro turcos del FSA tienen muchas más posibilidades de ganar Al-Bab, dado que están muy próximos a la ciudad y ya han bloqueado segmentos de la ruta M4 que conecta la ciudad con Alepo (al suroeste) y las posiciones del SDF (al noreste). Pero así como los rebeldes turcófilos están próximos a tomar Al-Bab, las milicias kurdas están presionando para tomar Al-Raqqa al otro lado del Éufrates, la capital de facto del ISIS. Las SDF están compuestas por milicias como las Unidades de Protección Popular (YPG) o Jabhat al-Akrad (Brigada del Frente Kurdo). Para disgusto de Erdogan, Estados Unidos respalda a los kurdos sirios en su lucha contra el ISIS. El "sultán" turco considera a las FSA terroristas, pues las conecta con el Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK).
En rigor, a grandes rasgos, lo que hay es un escenario de todos contra todos. Mientras el ISIS continuará con ataques desde varias posiciones, elementos sunitas del FSA seguirán enfrentados al SDF en cuanto se presente la oportunidad. Si bien no descarto la posibilidad de operaciones más elaboradas, considero que lo más probable es que se geste una guerra de desgaste, similarmente a lo que viene ocurriendo en el Donbás, donde el ejército ucraniano y rebeldes pro rusos intercambian fuego prácticamente a diario, sin causar grandes daños entre sí. Dado este escenario, contrario a lo que sostiene George Chaya, creo muy poco probable que Assad y sus aliados vayan a avanzar sobre Raqqa. Suficiente problema tiene ya Damasco con Idlib.
En suma, esta competencia entre rebeldes respaldados por Turquía y kurdos segregacionistas presenta otro percance fundamental al proyecto de reunificación al que aspira Assad. En términos prácticos, el presidente sirio no está en condiciones de abrir otros frentes. No puede arriesgarse a diversificar esfuerzos bélicos y tiene el terreno pautado por el acuerdo entre Irán, Rusia y Turquía. Assad no está en condiciones (ni lo estará en el futuro previsible) de enfrentarse ni a los rebeldes respaldados por Ankara ni mucho menos a los kurdos del noreste, que dentro de todo le mantienen a raya a los seguidores del autoproclamado califa al-Bagdadi.
El hecho de que los yihadistas lograran recapturar Palmira el 12 de diciembre dice mucho acerca de las deficiencias del ejército sirio, que debe hacerles frente simultáneamente a múltiples focos de batalla. Para recuperar el territorio perdido frente a los yihadistas en el centro del país, las tropas lealistas tendrían que poner en marcha otra ofensiva a lo largo de la carretera M20. Incluso si Palmira fuera recapturada, Damasco tendría que seguir avanzando y mantener aproximadamente 180 kilómetros de ruta hasta llegar al Éufrates, donde las fuerzas lealistas ya se baten contra el ISIS por el dominio de Deir Ezzor. Salvo que reciban asistencia importante de Irán o Rusia, las fuerzas de Assad no pueden permitirse semejante sobrecarga en este momento.
Insurgencia duradera en un país dividido
El pronóstico general no es alentador. Muchos analistas coinciden en que el conflicto sirio pasará de guerra civil a insurgencia generalizada, teñida por los estandartes negros de islamistas y yihadistas. Volviendo a las premisas, esto significa que el acento ya no estará en la legitimidad del modelo baazista encabezado por Al-Assad, sino en la continuación de una guerra de guerrillas, llevada a cabo por grupos que no son representativos del sentimiento mayoritario. Incluso si el líder damasceno logra avanzar sobre los bastiones rebeldes, la insurgencia probablemente será lo suficientemente poderosa como para emboscar tropas gubernamentales en distintas áreas, llevar ataques terroristas sostenidos y operar clandestinamente entre la población civil.
En este contexto, haciendo una proyección a futuro, ni siquiera la prospectiva pacificación del Levante mediterráneo traerá el fin de la violencia. A lo sumo esta será una paz relativa, reflejada por un cese al fuego endeble mediante el cual el Gobierno sirio buscará establecer acuerdos separados para avanzar en una dirección a la vez. De darse el cese al fuego, este será una tregua en el tradicional sentido islámico de la expresión, una hudna, un pacto pensando para ser roto por el actor beligerante, en el momento que perciba conveniente desechar la paz, pues entiende que tiene más posibilidades de ganar.
En este aspecto, independientemente de cómo evolucione la carrera entre pro turcos y kurdos —por las posesiones del ISIS en ambos márgenes del Éufrates—, probablemente el régimen sirio logre acomodarse en algún lugar entre las partes. Una vez que la fuerza bruta determine el futuro de Al-Bab, probablemente se geste una suerte de modus vivendi entre lealistas y rebeldes, sean del bando que sean, en torno a un límite de facto, muy cercano a Alepo. En paralelo, en la medida en que Jordania y Estados Unidos retengan su influencia sobre el Frente Sur del FSA, Damasco no buscará alterar significativamente la situación en Daraa. En todo caso, el conflicto en estas latitudes será de baja intensidad. Además, es de esperar que el Gobierno sirio evite contrariar los intereses de Estados Unidos, sobre todo cuando busca algún tipo de acuerdo con el presidente entrante. Este punto es otro factor que hipotéticamente limitaría la violencia entre lealistas, el Frente Sur y el SDF kurdo.
A todo esto, la guerra ya se cobró la vida de más de 300 mil personas. Dando cuenta del desasosiego, otros 11 millones de sirios tuvieron que abandonar sus hogares: la mitad de la población de preguerra.
El autor es licenciado en Relaciones Internacionales, consultor político, y analista especializado en Medio Oriente. Su web es FedericoGaon.com.