La generación cubana qué volá

La dictadura castrista ha favorecido la socialización de la miseria y la degradación de las costumbres

Hay gobiernos que destruyen la economía de una nación, otros violan los derechos humanos y terceros cumplen satisfactoriamente sus funciones, aunque no todos los gobernados estén compensados.

También hay gobernantes que ejercen una autoridad tan extrema sobre los predios que presiden que no restan espacios libres a sus decisiones, incluidos los que están fundamentados en valores y costumbres, y es lo que ha pasado en Cuba.

El legado del Gobierno de los hermanos Castro no tiene precedente en toda América. Más allá de la violación de los derechos humanos, la destrucción de la economía, ha causado un perjuicio a la nación muy difícil de superar y, en caso de lograrlo, las secuelas para la nación no dejarían de ser devastadoras.

La dictadura castrista ha asestado al individuo, al ciudadano, un golpe demoledor. Sin dudas que hay quienes lo han asimilado. Ejemplos no faltan. Individuos que han sido capaces de superar las iniquidades del sistema y salir ilesos en los aspectos materiales y espirituales.

Personas que dentro y fuera de la isla han defendido sus criterios y enfrentados los retos que implica tener criterios propios y la conciencia de ser independiente. Sujetos que han preservado su soberanía personal por encima de cualquier otra y básicamente han sido impermeables a las acciones nocivas de sus gobernantes.

Lamentablemente hay muchos casos en que eso no ha sido posible. La ley del menor esfuerzo los venció y escogieron lo que para ellos fue el camino más fácil, aceptaron ser masificados y moldeados como objetos y no como personas.

Hábitos sencillos como vestir adecuadamente y a tono con las circunstancias, lo que no implica vestidos de lujo o costosos, ceder en una guagua el asiento a una mujer, tratar respetuosamente a los mayores y otras muchas normas de convivencia se perdieron en la baraúnda revolucionaria. Fueron tiempos del pantalón y la camisa de mezclilla. El traje y la corbata pasaron a ser parte del arsenal del enemigo. El 'señor' fue expatriado y sustituido por 'compañero', una palabra con la que se identificaba a personas cercanas al régimen.

La vulgarización del lenguaje ha sido una de las manifestaciones culturales más maltratadas. Términos coloquiales como "acere", que se usaban muy limitadamente y en círculos muy específicos, son de usos comunes y hasta exportados como el "Qué bolá," que usó el presidente Barack Obama en una ocasión.

Hablar correctamente, respetar el lenguaje, no es privilegio de ninguna clase social. No hay que lastimar el idioma. Expresar ideas con respetos y palabras apropiadas es una potestad de personas educadas.

La dictadura ha favorecido la socialización de la miseria y la degradación de las costumbres. Ha estimulado la lasitud, la negligencia y restado importancia a normas claves de la coexistencia.

La chabacanería y la vulgaridad hicieron su zafra, y no precisamente de azúcar. La intolerancia, una condición siempre presente en alguna medida en la cubanía, se exacerbó como nunca antes en el pasado.

Una buena parte de la ciudadanía trasformada en masa se creyó el cuento de que no había gente ni país como el suyo, que Cuba era el faro del resto del mundo y que todos eran héroes y merecedores de los beneficios más excelsos porque estaban construyendo el paraíso en la Tierra.

Sobran quienes hacen un culto a la vulgaridad. El lenguaje grosero es parte esencial de su conducta. Gestos procaces y ofensivos, junto al desprecio al derecho de los otros, es casi una regla para individuos que no entienden que la convivencia obliga a respetar el espacio de los demás y uno de esos espacios consiste en no escandalizar y respetar en todos en los aspectos al prójimo.

Si el castrismo ha afectado seriamente a un segmento de la sociedad cubana de diferentes generaciones, es deber del sujeto superar sus faltas e integrarse con respeto a la comunidad en la que se desenvuelve.

Por otra parte, hay que decirlo sin pelos en la lengua, hay quienes no se complacen en sus miserias, sino que les gusta escandalizar con ellas. Pudiendo actuar mejor, conociendo que deben hacerlo hasta para su beneficio personal, se placen en hundirse en la incorrección más rampante.