El duro aprendizaje del arte del acuerdo

No existen en el país sólo dos voces ni dos ideas. Hay muchas más y con matices muy bien diferenciados. Negar esa realidad y pretender que solamente hay dos grupos alimenta y profundiza la confrontación

Una vez más, Argentina parece caer en la lógica del péndulo, siempre de un extremo al otro. Se suceden los gobiernos, pero el mejor argumento político en el que todos siguen confluyendo sigue siendo el de la confrontación. Todos se esfuerzan por generar un adversario único y perverso. Peronismo o antiperonismo, kirchnerismo o antikirchnerismo. Aun cuando la realidad política indique otra cosa, no importa. No hay que dejar opciones. Se debe asentar la conciencia de que sólo existen dos grupos: el correcto, el bueno, el nuestro, y el otro, el despreciable, al que hay que temer y demonizar. Por supuesto, no hay espacio ni tolerancia posible para quien no pertenezca o se identifique con el espacio propio. Tal parece ser lo que está sucediendo una vez más.

Hace unos pocos días, el jefe del bloque de diputados del PRO, Nicolás Massot, hacía público su acercamiento hacia los legisladores del Frente para la Victoria (FPV), elogiando a uno de sus integrantes más cuestionados por la ciudadanía, Axel Kicillof y reconociendo haber trabajado junto al FPV en el Congreso para la elaboración de más de cien leyes. No se agotó en ese reconocimiento el jefe del bloque del PRO, sino que fue más allá y elogió el proyecto de ganancias de Axel Kicillof, al que tildó de "innovador". Hasta allí, todo bien, el juego de la democracia, el arte del diálogo y la concertación. Lo contrario a lo que tantas veces hemos criticado de los Gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, que hicieron del Congreso una escribanía de sus deseos.

Sin embargo, unas pocas horas más tarde, todo este escenario cambiaría. El FPV finalmente no acordó con el oficialismo esta vez, sino que lo hizo con el Frente Renovador, el Bloque Justicialista (BJ), el Frente Amplio Progresista (FAP), el Movimiento Evita y Proyecto Sur. A partir de allí, no solamente se derribaron todos los puentes, sino que los elogios se transformaron en duras críticas. Tras el acuerdo arribado para la media sanción del proyecto de ganancias, se escuchó calificar al Presidente de la Nación de demagogos e irresponsables a los legisladores de la oposición, al tiempo que sostuvo haber vivido como una "pesadilla" la unión de dirigentes del massismo, el justicialismo y el kirchnerismo que lograron imponer su iniciativa y agregó: "Alguien dijo algo muy elocuente, que había tenido como una pesadilla al ver de golpe imágenes del ex jefe de gabinete de Cristina Kirchner, [Sergio] Massa; del ex ministro de Economía, [Axel] Kicillof; del ex responsable de la Anses, [Diego] Bossio; del ex gobernador de Cristina, Felipe Solá; de la ex ministra de Trabajo, Graciela Camaño; todos hablando sobre el impuesto del cual no se ocuparon durante más de una década".

De pronto, la oposición era expuesta como si todos sus miembros fueran lo mismo e integraran un solo y único perverso espacio. Para justificarlo, el Presidente de la Nación recurrió a enunciar "al pasar" los cargos que muchos de ellos ocuparon durante administraciones anteriores, cual si ello habilitara a contrastar la realidad actual y a considerar a todos esos integrantes de distintos bloques y partidos políticos como miembros de un frente único opositor por su mero pasado. Si uno siguiera esa línea argumental, la "pesadilla" podría revivirse y plantearnos nuevos interrogantes recordando verbigracia las largas caminatas de Alfonso Prat-Gay junto a Victoria Donda y Humberto Tumini (secretario general de Libres del Sur) por las playas bonaerenses, cuando compartieron fórmula queriendo disputarle el poder al macrismo, en 2015. O el paso del actual ministro Prat-Gay por la Presidencia del Banco Central durante los Gobiernos de Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner. Algo similar podría argumentarse respecto de otros encumbrados dirigentes del actual Gobierno, tal el caso de Emilio Monzó, actual presidente de la Cámara de Diputados, quien fuera electo en 2007 diputado de la provincia de Buenos Aires por el Frente para la Victoria; ocupó durante su mandato la Comisión de Presupuesto e Impuestos. Y también ministro de Asuntos Agrarios de la provincia de Buenos Aires, con Daniel Scioli gobernador, entre 2008 y 2009. El propio Felipe Solá conformó una alianza electoral junto al actual Presidente. O Alberto Abad, quien se desempeñara en el mismo cargo que hoy ocupa durante el período 2002-2008, Gobiernos de Duhalde y Kirchner.

Luego, considero que argumentar sobre el pasado no tiene sentido. Como tampoco lo tiene descalificar en función de dónde estuvieron parados unos y otros antes. ¿Quién puede poner en tela de juicio la idoneidad y la jerarquía de funcionarios de la talla de Alberto Abad, o descalificarlo por haber participado de cargos en otras administraciones? ¿Quién puede condenar a Prat-Gay por haber integrado su fórmula junto a Victoria Donda? En todo caso, nadie puede tirar la primera piedra. Lo que vale para unos vale para los otros. Unirse, consensuar, acordar, debería ser la meta final de todos. De eso se trata la política.

Un muy buen ejemplo de ello es María Eugenia Vidal; la gobernadora de la provincia de Buenos Aires ha sabido transitar la difícil provincia practicando el arte del acuerdo. Por el contrario, el diálogo, el encuentro, parecerían ser la excusa ideal de muchos para desacreditar, para disgregar, para descalificar. No existen en el país sólo dos voces ni dos ideas. Hay muchas más y con matices muy bien diferenciados. Negar esa realidad y pretender que solamente hay dos grupos alimenta y profundiza la confrontación, de eso vivía el "relato" kirchnerista. Nuestro país debe cesar en confrontaciones. Es responsabilidad superior del Presidente de la Nación promover los consensos y no alimentar los disensos. Si de verdad está en el ADN de Cambiemos el cambio, hagamos de la política un instrumento de cambio y no de confrontación.

Lo que está sucediendo con la ley sobre ganancias en el Senado es quizás la mejor demostración de para qué sirve la política. Frente a posiciones encontradas, con posturas muy distintas según los intereses que afectan a los sectores, se plantean las discusiones, se esgrimen las posiciones, se escucha a los distintos actores y, al final del día, seguramente se logrará el consenso que contemple y equilibre los distintos reclamos de la sociedad. De eso se trata la política. No hace falta demonizar. Como dijo el Presidente al momento de asumir el actual mandato: "Hay que aprender el arte del acuerdo". Ojalá cunda ese mensaje y no nos desviemos de ese pensamiento. Por el bien de todos los argentinos, para celebrar el cambio y fortalecer las instituciones.