Aeroméxico me bajó del avión

Fui con el pasaje en la mano y llegué a horario, pero no sirvió de nada: me volví a casa y me quedé sin Feria de Guadalajara

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No sé a qué hora va a leer Ud. esta nota, pero a la hora en que yo la estoy escribiendo, tendría que haber estado terminando un almuerzo de trabajo en Guadalajara, México. Seguramente estaría corriendo para la Feria después de comer unos tacos ligeros para encontrarme con los responsables de alguna editorial en el módulo número 4 del Área de Libro Electrónico de la FIL.

Me imagino a mí misma conversando y negociando derechos y no puedo dejar de pensar que, seguramente, de reojo, al mismo tiempo estaría espiando el celular para seguir de cerca la hora y terminar justo para no perderme la conferencia de Andrew Wylie, el rey de los agentes literarios, una personalidad tan famosa por su talento como por su ferocidad y a quien en honor de estas virtudes en la industria editorial llaman cariñosamente "el chacal".

Pero nada de esto ocurrió y es una pena, una tristeza enorme y, también una pérdida de dinero grande para la compañía en la que trabajo. Porque yo debería estar haciendo todas estas cosas vinculadas a mi trabajo como directora editorial en el ecosistema de libros del Grupo Vi-Da, pero Aeroméxico no me lo permitió.

La pesadilla arrancó el sábado a la noche, en Ezeiza, cuando una azafata joven en el counter de la aerolínea miró la pantalla con preocupación, me clavó los ojos con cara de circunstancia y me dijo que por lo que veía en su sistema lo que yo le estaba mostrando no era un pasaje. En realidad, buscó aclarar, lo que yo tenía en la mano "había sido" un pasaje. Pero ya no lo era. "No va a poder viajar a menos que pague un nuevo ticket", me dijo y me extendió el pasaporte con un gesto como para que me corriera porque tenía que seguir atendiendo. Como si yo tuviera alguna dificultad de comprensión (lo que tenía era una angustia enorme, producto de la sorpresa y la desesperación), un guardia de la empresa me tomó del brazo y me pidió también que me corriera porque su compañera tenía que "seguir atendiendo". Se abstuvo de decirme: "Deje de molestar, señora". Pero no hizo falta, me lo hizo sentir igual.

Para entonces no sabía si llorar primero o después de preguntar cuánto salía el pasaje nuevo que estaba obligada a comprar si quería viajar esa noche.

En honor a la verdad, debo decir que llegué a Ezeiza muy cansada. La muerte de Fidel Castro había cambiado los planes del noticiero internacional que conduzco todos los sábados en la TV Pública y nuestro programa había salido al aire a las 15 en lugar de las 12.30, lo que me había obligado a correr de más para llegar a tiempo al vuelo. Y lo conseguí: llegué tres horas antes de la partida (salía 0.30 hs) y como no había podido hacer el web check in (pese a que ese mismo día Aeroméxico me había mandado un mail diciéndome que estaba todo ok para que me registrara online), fui directo al mostrador para ver cuál era el problema y conseguir el mejor asiento posible. (Viajo mucho y siempre elijo pasillo. Prefiero que me pateen los tobillos los carritos de la comida antes que sentirme ahogada por mis compañeros de viaje). Cuando ya me disponía a inmolarme en el medio de la nave, la muchacha de azul oscuro me taladró con la noticia: no va a poder volar así, tiene que comprar otro pasaje.

Se la hago corta: el pasaje que ya no existía lo había pagado la empresa para la que trabajo; el que tenía que comprar, tenía que comprarlo con mi tarjeta de crédito personal. No era fácil tomar esa decisión, pero la tomé. Cuando me disponía a pagar, la empleada responsable de ventas me dice: "Ay, no, hay un problema. Tengo pasaje hacia Ciudad de México pero no hay nada, nada, nada hacia Guadalajara para mañana". "Es que es justo la semana de la feria", me informó, como si yo no lo supiera y no comenzara a pensar que Aeroméxico me estaba haciendo pasar ese momento espantoso porque había revendido mi pasaje…

Mientras me iba vencida arrastrando mi valija pequeña hacia la salida y mandaba mensajes de audio a mis compañeros de trabajo contándoles mi frustración, pensaba en todas las cosas pendientes y por hacer durante la semana en la feria y también en todos los rostros queridos, queridísimos, que no iba a poder ver, amigos entrañables y viejos compañeros de ruta que solemos cruzarnos por los pasillos de eventos internacionales como la FIL, que nos permiten a los que trabajamos en el mundo del libro los intercambios más ricos en lo profesional y también en lo personal.

Llegué a casa y me tomé un par de copas de Chardonnay, mientras mandaba correos para anular todos los compromisos y posteaba en FB mi desgracia. Un send y lloraba. Otro send y lloraba, y así. Me pasé el fin de semana acovachada en la cama, mirando series de Netflix y espiando las redes de a ratos. Miento: también vi la final de la Davis y grité de alegría (fue una buena descarga, claro).

Esta mañana, llegué a la oficina y nos dispusimos a reclamar con tranquilidad una explicación a Aeroméxico. Fue por teléfono y también por mail. Ensayaron algo tan torpe como que habían detectado una amenaza para el propietario de la tarjeta de crédito con la que se había pagado mi pasaje pero que no podían dar aviso porque no estaban seguros de a quién le estarían notificando el "uso indebido" o "actividad fraudulenta" con la tarjeta. Aclaro que en el mostrador de Aeroméxico nunca me pidieron que exhibiera ninguna tarjeta de crédito, solo me dijeron que no podía viajar porque no existía más el pasaje.

En el correo –mal escrito, con verbos mal empleados, a puro cut & paste– utilizaron además una imagen retórica que me dio escalofríos. Dijeron que lo lamentaban, que mi caso había sido un "falso positivo": la misma imagen que usaban el gobierno y las fuerzas de seguridad en Colombia cada vez que mataban a un pibito argumentando que era un miembro de las FARC y resulta que, oooops, finalmente no lo era…

Le dije que iba a ser breve, lector, y me estoy extendiendo: disculpe tanta descarga emocional. Volvimos a escribirles detallando todas las consecuencias de su decisión de no permitirme volar: citas y posibles negocios cancelados, mal momento vivido, falta de información… y reclamando nuevas explicaciones y una compensación acorde a tanta pérdida. Nos respondieron que no, que comprendían tantísimo la situación y que ofrecían "sincera disculpa", pero que no podían dar compensaciones. Dijeron algo más: que agradecían los comentarios porque los "encaminan a mejorar los servicios" y que esperaban contar con mi "preferencia en un próximo vuelo".

Señores de Aeroméxico: humildemente les deseo que esta columna, al igual que mis correos, los ayude a mejorar los servicios, bastante deficientes por lo visto hasta aquí. Si esta columna llega a los lectores, seguramente serán muchos los eventuales pasajeros que pensarán dos veces antes de darles "preferencia en un próximo vuelo". Por lo pronto, en lo personal, me alcanza con que los ayude a todos ustedes a repensar los pobres argumentos que esgrimen cuando deciden unilateralmente dejar a alguien afuera de un avión, aún con un pasaje en la mano.

Perderme un vuelo fue horrible y fue grave. Que me hicieran sentir una tonta, fue mil veces peor.

Saludos cordiales.

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