Un mensaje para mi papá y el resto de los hombres que les pegan a las mujeres

Él creía que era necesario y no, no, no. Nunca hará falta un golpe para entender, aunque les cueste entenderlo

Se había peleado con mi mamá. Se peleaban mucho delante nuestro. Y a mí me molestaba, me desesperaba en realidad. Tras el caos, ella se acostó en mi cama y él le decía que volviera al cuarto de ambos. Ella se negaba y él la vino a buscar. El diálogo era una excusa que él siempre tuvo a mano para luego pasar a la segunda etapa, que siempre buscaba, que siempre llegaba. Si hubiese sido una excepción capaz que lo hubiera perdonado, pero no era algo extraordinario sino un recurso, una herramienta.

Ante la negativa la fue a buscar, se paró al lado de la cama, la mía, donde mamá estaba acostada y yo sentada (mi hermano estaba en la cama de al lado, pero en su mundo, parecía no alterarse), la agarró de las muñecas y la sacó de allí arrastrando…. La arrastró, sí. Esa imagen fue muy fuerte.

Yo tenía 7 u 8 años y me interpuse entre ellos después de que la mirada de mamá siendo obligada se me clavara en el corazón. Él la soltó y se ocupó de mí: me pegó mucho y variado; una de sus trompadas me cortó la zona interna de la mejilla derecha prácticamente por completo. Sangraba, claro. Y mucho. Entonces mi padre se fue por un breve instante para volver con una bolsa con hielo que me colocó en la zona más afectada no sin antes sugerirme que ese día (ya era de madrugada) no fuera al colegio.

Ese ataque de mi padre, llamado Edgardo, se me grabó en la mente, en la piel, en el recuerdo, en la vida. Pero la del violento es una actitud reiterativa, incurable… En la agresión se empoderan, creo también se excitan, y justifican su accionar. Entonces hubo varios iguales, más o menos agresivos: agresivos igual.

Luego se apiadaba y pedía perdón hasta que cualquier otro disparador despertaba a la bestia que llevaba dentro. Así es el ABC del violento. Sus ojos eyectados en sangre, el volumen de su voz tan alto que escupía cuando hablaba y miedo, mucho miedo.

En mi pueblo, Huanguelén, nadie sabía que él era así. Al contrario, era una persona popular, socialmente aceptada. Y ese también es un rasgo del violento. Para afuera encantadores, para adentro feroces.

Entiendo que mamá reaccionaba por ella, pero también por nosotros. Hizo varias denuncias y no faltó la pregunta lógica del policía: "¿Vos que hiciste para que te pegara?". Nunca jamás hubo una acción de ningún poder para que mi padre no se acercara a mi madre ni a mí. Podría haber sido ella Una Menos, podría haber sido yo. Nos salvamos pero esas vivencias quedan marcadas.

En mi caso, lucho todo el tiempo para salir de ahí. Tengo 32 y cada día busco desvestirme de todo aquello. Mi padre me gritaba, me pegaba, me empujaba, me golpeaba la cabeza con los nudillos de los dedos cuando le venía en gana. Le molestaba, por ejemplo, que me levantara de noche para ir al baño y por eso en una me hice encima (tendría unos 9). Cuando le fui a decir me agarró de la ropa, me levantó, me apoyó contra la puerta del baño y me golpeó por no haberme levantado… Luego me dejó toda la noche sentada en el inodoro. Minutos después lo escuchaba roncar pero tenía terror de levantarme de ahí.

El violento no tiene piedad, no tiene temor, se justifica. El violento vuelve triste la vida de sus víctimas pero siento que de aquello aprendí. Violencia no es un golpe, no es sangre, no es un moretón, eso ya es crueldad, barbarie. Violencia es un insulto, apenas eso. Es la desvalorización desde el discurso.

Así llegó un momento de la vida en que tuve la fuerza necesaria para decirle basta y ya nunca más lo volví a ver. Creo que me salvé (que nos salvamos). Otras no pudieron: Lucía Pérez no pudo, Wanda Taddei no pudo, Melina Romero no pudo, Marisel Zambrano no pudo, María José Urbaneja no pudo, Ángeles Rawson y otras cientos, miles, tampoco.

Paremos, pensemos, valoremos, amemos. Pegar no te hace más hombre. Basta de títulos como "Mató por amor". Si matás sos un asesino, no un mártir. Basta de violencia. #NiUnaMenos