La redistribución de la riqueza o la ideología de la envidia

Prometimos elaborar sobre las causas por las que aumenta esa acumulación, que por supuesto crea desigualdad, pero no pobreza, ni inequidad, palabra que implicaría un juicio ético tendencioso y erróneo

La última nota trataba sobre la idea neomarxista de distribuir la riqueza. Prometimos elaborar sobre las causas por las que aumenta esa acumulación, que por supuesto crea desigualdad, pero no pobreza, ni inequidad, palabra que implicaría un juicio ético tendencioso y erróneo. Cuando alguien gana más, suele ser porque ha hecho más que los demás para merecerlo, aunque cueste aceptarlo.

Un fenómeno destacado tanto en la velocidad como en la cantidad de acumulación se da en los patrimonios de los fundadores o los creadores de las grandes empresas de tecnología. Los principales accionistas de Microsoft, Apple, Google han visto crecer exponencialmente sus fortunas en un plazo relativamente corto.

Difícilmente se les podría disputar el mérito para tener ese resultado. El mundo gira en torno a sus innovaciones y la revolución económica y social que han creado es fenomenal. Tampoco podría achacárseles haber obtenido su riqueza generando pobreza, a menos que el nivel de obnubilación ideológica haya carcomido las neuronas del razonamiento.

A este éxito merecidísimo se agrega la especulación bursátil. La percepción del inversor hace que las acciones de estos colosos aumenten de valor con cada una de sus acciones, con lo que el monto de las tenencias de los tecnomagnates crece automáticamente según la percepción del mercado. No es exactamente riqueza, si se lo piensa bien, pero cuenta en los cálculos. Sobre todo en los cálculos de los Piketty del mundo, preocupados en repartir esos capitales que suponen culpables de inequidad, sea lo que fuere que eso signifique para ellos.

En otro pelotón vienen los creadores y los principales accionistas de las grandes redes sociales. Empujadas por una cantidad de accesos billonaria, como el caso de Facebook, muchas de estas empresas ven valorizar sus acciones a niveles increíbles y en muchísimos casos sin justificación racional alguna. Pero el patrimonio de sus dueños crece exponencialmente. La especulación, la sobredimensión o una apuesta al futuro, como viene ocurriendo hace 15 años con Amazon, explica ese fenómeno. Para muchos, incluyendo a esta columna, ese valor patrimonial no está justificado, pero por ahora es riqueza que se contabiliza del lado del 5% de los que más tienen.

También en este caso resulta difícil encontrar por qué esos movimientos generarían pobreza, sobre todo cuando la gran mayoría del incremento es una mera valuación, no un desembolso.

En otro grupo están las empresas de entretenimiento digital, desde los cables hasta Netflix, pasando por Pokémon, iTunes y las aplicaciones. Tienen masas de clientes que aportan periódica y sistemáticamente sus pagos. Sus ingresos son fenomenales, igual que su valoración, como se explicara en los casos anteriores. En este grupo se puede incluir el negocio del deporte, que, con el formidable soporte de la tecnología, universaliza todos los deportes y nos hace no sólo expertos en fútbol americano o cualquier otro deporte, sino grandes consumidores.

En todos estos casos, no se ha generado ningún pobre. Al contrario, se crea una enorme cantidad de puestos de trabajo o de negocios individuales, como en el caso de las aplicaciones o de los "how to", de la red internacional de programadores de soft, de los creadores de contenido de todo tipo, de los vendedores de productos por Mercado Libre, eBay, Ali Baba, Amazon y miles de otros casos. La posibilidad de vender ebooks sin depender de una editorial es una oportunidad inapreciable, por caso.

Es común que en estos y otros rubros la conexión entre el origen, el mercado y el empleo o el derrame que genera cada actividad no coincida. No es tan simple percibir la influencia de una empresa en la mejora del ingreso de la comunidad. También el empleo participa de un mercado global, que compite por talento y por costo.

Distinto es que alguno crea que contribuye más del sueldo que le paga Microsoft a la fortuna de Bill Gates y que entonces merece más retribución, pero eso entra en el terreno de la psicología o la psicopatía.

Hay muchos casos especiales. El reciente estallido de la demanda contra Apple es uno de ellos. Empresas que producen en un país, venden en otro, pagan impuestos en otro y compran en otro. Más allá del componente recaudatorio, lo mismo están distribuyendo ingresos con esa mecánica. Lo que ocurre es que no los distribuye donde nos gustaría.

También la manipulación bursátil crea fortunas. Mergers, acquisitions, recompra de acciones, stock options, bonus a CEO, han apilado riqueza en pocas manos, no siempre con demasiada claridad, como se vio en 2008 con la estafa de los créditos subprime securitizados. Curiosamente, esos desaguisados crearon puestos de salarios altos y, en el último ejemplo, se terminó casi regalando propiedades a quienes no se justificaba que las tuvieran.

Si se compara este momento con las últimas décadas del siglo XIX, cuando comenzó un auge nunca igualado, no hay similitudes. El ferrocarril, el auto o la electricidad fueron una mayor revolución económica que la tecnología de hoy. Crearon mucho más rápidamente millones de puestos y un crecimiento y un bienestar inigualados en ningún otro momento. El derrame fue instantáneo y colosal. Sin embargo, Thomas Edison no murió rico, y los inversores y los precursores del ferrocarril quebraron varias veces.

El petróleo creó millonarios, pero con un gran derrame de empleos locales de alto valor casi de inmediato. La globalización de hoy pone distancia física y temporal entre la sede de negocios, el mercado y el empleo. La competencia de todos los factores también. Una Macintosh en el año de su lanzamiento se vendía a 14 mil dólares y no tenía ni el 5% de las prestaciones de una Mac, un iPad o un iPhone, para que se entienda el fenómeno.

La pobreza baja sistemáticamente en el mundo, pese a una población creciente. El bienestar promedio también. Las diferencias, tanto entre ricos y pobres como entre clases medias y bajas, no están dadas por la acumulación. Están dadas por la educación, la creatividad y la demanda de cada especialidad. Eso es mucho más duro en un mundo global.

Distribuir la riqueza vía impuestos, el sueño de todos los gobiernos y de todos los burócratas, resolverá por un rato los problemas electorales y presupuestarios. El problema de la sociedad es el empleo y el bienestar, no la justicia social. Podrían probar con la justicia a secas.

Si las diferencias en la acumulación de riqueza se quieren apostrofar como inequidad y sancionarlas, se estaría entrando en la envidia más que en la ideología. Económicamente, eso es siempre recesivo y paralizante. Personalmente, también.

@dardogasparre

El autor es periodista y economista. Fue director de "El Cronista" y director periodístico de "Multimedios América".