El mundo se encuentra en un estadio donde abunda el dinero y faltan oportunidades de inversión. Es difícil encontrar rendimientos razonables y las tasas de corte para analizar proyectos son las más bajas de, al menos, los últimos 30 años.
El escenario no podría ser mejor y en especial en un país donde la inversión viene rezagada desde hace unos 15 años. La inversión directa extranjera, de acuerdo con la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), apenas ha sobrepasado los diez mil millones de dólares por año. Un número ridículamente bajo para un país con el tamaño, los recursos y el potencial de Argentina.
El Gobierno ha logrado reposicionar a Argentina en el mapa mundial. Los líderes de otros países vuelven a mirarnos y también los inversores internacionales. Este es un gran mérito del Gobierno actual, que lo ha logrado en un corto tiempo. Ahora, es importante recrear las condiciones para que esa mirada se transforme en inversión productiva.
Dicen que el capital financiero es cobarde, pero no así el capital de riesgo empresarial. El primero es cortoplacista, entra y sale de un país con mucha facilidad. Sin embargo, el segundo posee un horizonte a largo plazo y necesita de políticas de Estado claras y estables. El primero sólo genera riqueza para el inversor, pero el segundo enriquece a la sociedad en general.
El presidente Mauricio Macri ha definido a sus asesores y sus ministros como "el mejor equipo de los últimos 50 años". Muchos de estos son empresarios devenidos en funcionarios públicos, que saben mejor que nadie cómo se toma una decisión de inversión de largo plazo.
Es necesario generar las condiciones para que los inversores de la economía real decidan venir. No se puede pedir, ni reclamar, ni ordenar que inviertan. No funciona así. Las empresas tienen socios, accionistas, proveedores, reguladores, agencias de riesgo, que están permanentemente monitoreando su comportamiento. No pueden tomar decisiones caprichosas. Tienen que fundamentar su estrategia. Los directores de dichas empresas, especialmente si cotizan en bolsa o tienen oferta pública, pueden tener grandes dolores de cabeza por su mala o arbitraria gestión como administradores. No es tan sencillo.
El nudo que queda de 2001 a la fecha es una enorme traba para avanzar, especialmente por la herencia de los últimos años. Después de 12 años de populismo, existe una lista de deberes que Argentina debe hacer para garantizar un ambiente político, social y económico a aquellos que deseen invertir a largo plazo en nuestro país y generar así la riqueza que nos viene eludiendo. Debemos depender menos del capital financiero y más del capital de riesgo. Menos del Estado y más del privado.
Algunos ejemplos
La distorsión de precios relativos es uno de los primeros desafíos a solucionar. La economía debe ofrecer precios ciertos para poder tomar decisiones. Si un empresario no puede definir sus costos, ¿entonces cómo hace para tomar decisiones? El caso de las tarifas es el ejemplo típico: hoy se pagan precios bajos subsidiados y todos sabemos que van a subir. Entonces, ¿cuál sería el costo de energía para un proyecto de inversión? Incierto. Pero aún peor, ni siquiera hay garantías de que vayan a disponer del insumo en cantidades necesarias.
Lo inverso sucede con el combustible: pagamos la nafta más del doble que en Estados Unidos, un insumo básico en un país dominado por camiones y con pocos trenes. ¿Tomamos ese valor o en algún punto volverá a precios razonables?
Se analizan, por supuesto, el marco jurídico, es decir, el imperio del derecho, el libre flujo de divisas, tanto para invertir como para repatriar utilidades, la injerencia del Estado, la burocracia (red tape), etcétera.
Un tema fundamental es la presión tributaria: en líneas generales, la base es 35% de impuesto a las ganancias, 21% de IVA y del 3% al 5% de ingresos brutos. ¡La presión es muy fuerte, sobre todo incluyendo en la ecuación que estos impuestos se aplican también sobre la inflación! En los últimos 12 meses, la inflación estimada fue de alrededor del cuarenta por ciento. Sobre eso también se pagan los impuestos.
Y hay más: ¿Cómo se le explica a una firma multinacional que por cada cheque que firme debe pagar el uno por ciento? ¡Estamos gravando los flujos de fondos!
Otro tema fundamental es el costo laboral. Cuando comparamos salarios con otros países, es clave incluir los costos totales, las cargas sociales y previsionales, las licencias, las vacaciones y especialmente un párrafo aparte para la industria de los juicios laborales, donde la culpa es siempre del empresario, aunque la demanda sea absolutamente ridícula.
Hoy se puede invertir en cualquier lugar del mundo. La globalización y el internet de las cosas han facilitado el proceso. Competimos con decenas de países para atraer capital.
¿Y el tipo de cambio? Si buscamos un modelo exportador, el dólar está muy barato. Si queremos inversión local, para el mercado doméstico, entonces la tasa de interés interna y el consumo son relevantes. También aquí el tipo de cambio impacta de lleno: si el peso es muy fuerte, vuelve la duda eterna: el costo interno en dólares se hace imposible de afrontar.
En los dos extremos de política económica todavía tenemos distorsiones, producto de la lucha contra la inflación. Al empresario no le importa cuál es el signo político que gobierne. El empresario piensa más allá de 4 años, ya que va a tener que convivir con varios gobiernos.
La lucha contra la inflación es muy importante, especialmente para defender a los sectores de menores recursos. Pero si el objetivo es la confiabilidad en el peso, luego del desastre monetario que ha sido Argentina en las últimas décadas, incluyendo el corralito, no es algo que se logre en el corto plazo.
A pesar de todas las distorsiones y la enorme carga fiscal, seguimos con déficit abultado y recurrimos a financiamiento externo. Urge equilibrar el déficit fiscal y reducir el gasto público y aún así se deberá esperar muchos años para que el retorno esperado por invertir en el país baje a niveles razonables.
Generar confianza genuina en un país con nuestros antecedentes llevará muchos años de hacer las cosas bien. Pero mostrar una dirección coherente podría tener impacto en la toma de decisiones de muchos empresarios, que son los primeros en reaccionar y se anticipan a los cambios estructurales.
Depende del Gobierno señalar la ruta que quiere seguir y establecer diálogo con todos los sectores. Pero quien va a invertir lo quiere hacer en forma prescindente del Estado. Ningún empresario serio quiere ser un lobista o depender de la ayuda estatal.
El objetivo, entonces, debería ser recrear condiciones para que los esfuerzos que está haciendo el nuevo Gobierno logren que Argentina vuelva a ser un destino de inversión atractivo.
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El autor es director de Research for Traders. Especialista en mercados de capitales. MBA Universidad de Michigan.