Desde marzo de este año, después de dejar a mi hijo en el colegio, tomo un café en Biblos, en la esquina de Ramsay y Echeverría, a unos diez minutos a pie de la cancha de River Plate.
En ese lugar, una cara me resultaba familiar: la de alguien que podía responder al nombre del ingeniero Jaime Stiuso. Como todos los parroquianos, el hipotético Stiuso tomaba café en la terraza de invierno, a veces con medialunas, casi siempre con una campera acolchonada. También tenía reuniones, saludaba, se paraba para hablar por celular, seguía con la vista la tevé, que alternaba los canales de aire con los de noticias. Podía ser un padre del Liceo Francés, pero sin la notoriedad del presidente Mauricio Macri, el cantautor Fito Páez o el juez Sebastián Casanello.
Como en Biblos se comparten los diarios, un día le pedí a esa cara conocida el Clarín; otro día, La Nación; un tercero, el Ámbito Financiero. Me los dio siempre con una sonrisa. La última vez que le pedí el Clarín me animé con un "buenas". Y me contestó con un "buenos días". Nacía una afinidad de café.
Esa mañana le conté a un amigo que creía estar a pocos metros del espía más buscado de la Argentina. Me pidió que le mandara una foto por WhatsApp. Le saqué una foto de lejos, con mi celular, mientras simulaba una selfie. Pensé que si hubiese sido el verdadero Stiuso, dos culatas, el mismo ingeniero o el mozo, que suele confundirse cuando pido tostadas, me dirían algo. O me sacarían el celular. O me pedirían explicaciones. Nada pasó.
No puede ser Stiuso, me convencí y convencí a mi amigo. La foto era tan mala y lejana que la borré de la galería del celular. Hoy comprobé, en La Nación, que he perdido el fuego sagrado y una primicia: ese parroquiano era, efectivamente, el ingeniero Stiuso.
Supongo que nunca más lo veré en persona. Ni en el café, ni en ningún lado. Quedarán los 50 desayunos compartidos a la distancia y los mismos diarios leídos.
El autor es periodista y escritor, autor de "Clarín, la era Magnetto"