Yo lo leía, aunque en Cuba estaba prohibido

Por Martín Guevara

Yo leía a Borges porque mi madre aunque viviésemos en medio de esa locura de prohibiciones y alecciones, en eso fue tajante: aunque no entrasen libros a Cuba de los mejores escritores, a Borges y a Cortázar ella los tenía en casa, y de vez en cuando citaba un verso, un pasaje de un cuento, de una reflexión, de una novela, y eso me llevó a leerlos por ósmosis.

Mamá se mostraba neo-peronista después de que mi viejo la dejase varada en La Habana con los tres pibes, para así contravenir a los Guevara de la isla con mi abuelo en la cabeza, gorilas de corazón, pero matizado con que Perón era fascista, como también repite este humilde servidor, y otro tanto porque hizo muy buenos amigos argentinos que siguen y seguirán siéndole fieles, más allá de la vida. Pero aún así, me infundió cariño y respeto a ese hombre, que según ella me enseñó, al contrario de lo que los intelectuales argentinos de la izquierda de aquella época pensaban o propagaban, amaba y conocía profundamente el ser argentino.

En toda América y en Argentina en esos años en especial, se trataba de ubicar a Borges en las antípodas de la argentinidad, de lo más granado y puro de la literatura sureña, del ser nacional, mucho por intereses espurios y otro tanto por desconocimiento, por haber manifestado su deseo de morir en Suiza, por adorar las sagas nórdicas, porque impartió veinte años clases de literatura inglesa y norteamericana en la Universidad de Buenos Aires, por amar la poesía y la cultura inglesa, por saber tanto de filosofía sin ser filosofo, tanto de la grandeza y la miseria de la literatura germánica (e irlandesa si vemos a Yeats y sobre todo a Joyce como celtas), por similares razones que a Victoria Ocampo y Bioy Casares, aunque a éste con su trabajo como administrador de un campo de los Casares le concedían el perdón a merced de un barniz a lo Benito Lynch y Mujica Láinez que, a falta de otros más aggiornados matices, le bastaban para ser identificado como valedor de una Argentina, a la que por supuesto perteneció, pero ni de lejos fue sobre la que más escribió, y regresando a Borges, se lo escoraba también por su "apoliticismo", sospechoso en tiempos en que los intelectuales "debían" adscribir y suscribir ideologías, declaraciones , pasquines, corrientes de liberación, y lanzar zarpazos coquetos con garra de clase media pro Mayo del 68 francés a un hipotético enemigo oligárquico y extranjerizante, para lo cual, paradójicamente, se sirvieron más que nunca de los muy pampeanos: Marx, Lenin, Freud, Lacan, Bretón, Aragón, Hernández el español, Luxemburgo, Althusser o Mallarmé, en lugar de las nutridas fuentes nacionales con demasiado olor a alpargata, ya sea de estanciero o de peón.

Pero ni Borges ni Ocampo ni Bioy eran de clase media.

En los círculos en que me crié se daba por supuesto que Borges era lo menos argentino que tenía la Argentina.

Cuando leí "La Intrusa", me dije: ¿habrán leído a Borges? Todavía hoy no he encontrado un relato que me describa mejor al hombre de campo, al cuchillo en forma de facón, a los celos, al silencio, a la omertá telúrica, al viento al caballo y al hombre con sus extremos que ese corto y nutrido relato tan argentino.

¿Cómo no va a ser argentino de su época y de su clase si amaba el campo, el caballo, el héroe caído, el solitario, el gaucho, el maula del tango, sobre el que tanto sabía?, describía una pelea a cuchillos como sólo pueden hacerlo los norteamericanos después de Mark Twain, ¿Cómo no va a ser argentino de primera fila si sabía la obra de Xul Solar, de Evaristo Carriego, Martínez Estrada, Macedonio Fernández, Baldomero Fernández Moreno, y tantos más como nadie?

Si con todo lo que criticaba al idioma español hablado por los españoles, conocía Cervantes e interpretaba el Quijote dentro de la literatura hispánica y Universal como ningún pacato de los que más tarde fueron más argentinos que el ombú y la fainá.

Fue la guinda del que probablemente haya sido el mejor pastel literario de América, la revista Sur, dirigida por Victoria Ocampo quien desde el primer número dejó claro a quienes iba dirigida:

"Waldo, en un sentido exacto, esta revista es su revista y la de todos los que me rodean y me rodearán en lo venidero. De los que han venido a América, de los que piensan en América y de los que son de América. De los que tienen la voluntad de comprendernos, y que nos ayudan tanto a comprendernos a nosotros mismos."

Borges, además de haber encarnado al argentino de su clase en su imaginario y aparte de haber aportado a la literatura del mundo entero la posibilidad de conocer más a fondo sus antecedentes culturales argentinos, además de haber sido uno de los mayores exponentes del pensamiento, la poesía y la narrativa del siglo XX en Occidente, es apreciado también en Oriente por su sabiduría de viejo vizcacha, que dejó que Atahualpa Yupanqui lo admirase como a un paisano, que Cortázar resumiese la nostalgia a su tierra en la lectura a Borges, que Mick Jagger se levantara de una cena para sentarse junto al maestro y decirle que era un honor conocerlo, a lo que el maestro le replicó con su habitual cortesía: -"Ah, usted es el autor de esa canción"- la cual, cuenta María Kodama que se la reveló tarareándosela, para sorpresa y orgullo del Stone.

Borges, Borges y Borges.

Todo lo demás es aprendizaje.

@martingueva

Autor del libro "A la sombra del mito", sobre los años que pasó en Cuba