El 11 de abril de 2008 el doctor Armando Perichón, titular del Instituto Nacional Central Coordinador de Ablación e Implante (Incucai), reveló que Roberto Sánchez se encontraba en la lista de espera para un trasplante cardiovascular. Una combinación de incredulidad y angustia se apoderó de una multitud que no se terminaba de acostumbrar a la gravedad de la situación: cada día recibía un nuevo golpe. Las fans insistieron con el atajo litúrgico: rezaban. Olga Garaventa enfrentó la situación: "En nombre de mi esposo quisiera decir que su estado de salud es estable, pero que estamos más cerca de considerar el doble trasplante. El trasplante es imprescindible para mejorar y prolongar su vida. Su capacidad aeróbica es del ocho por ciento. No es mi intención dramatizar y no queremos hacer sufrir a los que lo quieren. Les pido a los jóvenes que dejen de fumar ya y a la sociedad que tome conciencia y refexione sobre la importancia de la donación de órganos".
La entonces ministra de Salud, Graciela Ocaña, echó a Perichón por haber difundido sin autorización la noticia. Sandro se había quejado por la indiscreción y trató por todos los medios de calmar a la gente. "Estoy bien, venimos de festejar el primer aniversario de casados con Olga. La pasamos fenómeno. Hicimos una raviolada con amigos, en casa, por supuesto: acá, rodeado de tanques de oxígeno, me siento seguro. No estoy tan grave, pero esto avanza. Lo del trasplante fue una decisión mía. Sé que es peligroso, pero prefiero no perderme la vida. Quedar tirado en una cama con un tanque es lo mismo que estar muerto."
Las cadenas de oraciones eran como un mantra que envolvía la casa de Banfield. La oferta cotidiana de órganos se volvió una rutina truculenta: se había naturalizado que cualquiera hablara —en los medios, en las verdulerías— de trasplantes como si se discutiera de fútbol. ¿Qué es lo más conveniente? ¿Hay riesgo de muerte? Sandro necesitaba dos pulmones y un corazón, compatibles a su organismo, de grupo sanguíneo B negativo. En esa instancia, el fanatismo podía llegar a tener un costado temerario: había mujeres que declaraban estar dispuestas a quitarse la vida para salvar la de su ídolo. La martirización por una estrella de la música es un buen argumento para un cuento, pero la legislación es estricta y no permite esa clase de desvaríos. Sandro absorbió así una preocupación extra: "Recuerdo que en los Estados Unidos cuando murió Rodolfo Valentino, algunas de sus fanáticas se suicidaron. Quiero pedirles a mis nenas que se queden tranquilas. Estoy bien, esperando mi turno. Estoy en el puesto 27 de una lista de 35". Sabía que la divulgación de la noticia podía producir una suerte de psicosis colectiva: el manejo y la reacción de su público, la percepción del singular temperamento de sus fans, era un conocimiento adquirido en casi medio siglo de carrera. Por eso el disgusto con las declaraciones de Perichón. "Muchos de mis compañeros de la lista de espera van a pensar que como soy Sandro voy a recibir el trasplante primero. Pero los turnos se colocan según el grado de evolución de la enfermedad. Entonces tengo que pensar en esa gente que sufre lo mismo que yo. Y para eso era importante tener total silencio sobre mi nombre."
En los blogs dedicados exclusivamente al ídolo se cruzaba información que pasaba de la desesperación al optimismo sin sustento real. Un tono ciclotímico se instaló en ese tierno cambalache que propone el club de fan virtual, siempre ubicado entre el periodismo y el panegírico. Los grandes medios también estaban alertas. Otra vez, la ausencia de noticias generaba rumores. Apenas se sabía que estaba estable… pero ¿se puede estar estable con una enfermedad progresiva irreversible y terminal?
"En la dulce espera", contestó, entre risueño y lacónico, cuando le preguntaron cómo estaba. Fue durante una nota con el programa Vivamos la vida, de Radio Mitre, en enero de 2009. "Le pido a Dios que me mande algo, un pechito de rana al menos, un corazón de pollo, algo." Después, serio, comentó: "Soy una persona muy arrogante, como todos los que fuman. Esta enfermedad me la merezco, me la busqué". Arrancaba el último año de su vida con otra muestra de ese humor inquebrantable que en su clásica dualidad Bruno Díaz/Batman puede ser visto como el respaldo anímico que el pibe de barrio le hacía a la estrella en crisis. Debió ser duro para un hombre como Sandro, cuya simbología siempre remitió a "un mundo de sensaciones" vitales —el erotismo, la pasión, la adrenalina— verse disminuido físicamente, desterrado de los escenarios, de internación en internación, hasta llegar al dramático 2009. El calvario reemplazó a 1993 como el peor año de su vida. Su residencia pasó de ser el búnker de Banfield a convertirse en hospital. En su comicidad terminal dejaba entrever la melancolía del que se siente resignado pero que por una ética de vida sabe que va a resistir. Tal vez tenía adherido a la piel el comienzo de "Como la cigarra", con el que solía abrir los conciertos de sus últimos espectáculos: el "tantas veces me mataron" portaba un subtexto de eternidad.
Adentrarse en las vicisitudes que determinaron la etapa final ayuda a comprender hasta qué punto su existencia estuvo signada por sucesos dignos de una ficción. El drama y la pasión alternan como sólo él podía hacerlo en sus canciones más desgarradoras. La salud es un tema ligado a la trayectoria de los héroes de la cultura popular argentina de la segunda mitad del siglo XX. Enfermedades, adicciones y tragedias sobrevuelan las vidas agitadas de, entre otros, Maradona, Charly García, Leonardo Favio. Momentos en que ídolos indestructibles demuestran una vulnerabilidad que en vez de derrotarlos los humaniza y los afianza en el corazón de su gente. Los medios han convertido estas situaciones en espectáculos de atracción masiva. El morbo más desvergonzado se funde en el amor más genuino. Al mismo tiempo, estas figuras son emergentes de la sociedad. Sus muertes y resurrecciones también son las nuestras. La diferencia es que Sandro siempre subrayó su condición de alter ego. "Soy un ser común con posibilidades anormales", le explicaba a Rodolfo Braceli en 1980. Quince años después retomaba la misma idea: "Mi posibilidad de vivenciar cosas es anormal dentro del contexto de la gente. ¿O no es así? Vos estás parado en el escenario y allí hay tres mil mujeres gritando. Una cosa anormal. Un tipo tiene que laburar cuatro meses por ahí para que una mina le dé bola. Y hay que ver si se la da. Y estas son mis condiciones anormales. Pero tengo que aprender a manejarme con eso como si fuera una normalidad. Lo anormal para mí es normal".
La omnipresencia de Roberto Sánchez nunca dejó de ser familiar, como lo demostraba su fisonomía crepuscular: excedido de peso, canoso, con las huellas del paso del tiempo en su cuerpo, como cualquier hijo de vecino y con el orgullo de esas huellas. Lo extraordinario es que aún en esa supuesta decadencia estética Sandro se las arregló para seguir siendo el símbolo sexual. Quizás porque los maridos de esas mujeres que lo iban a ver cada vez se le parecían más.
El 16 de febrero ingresó por primera vez en el año en el Instituto del Diagnóstico y Tratamiento porteño. Olga Garaventa habló con los medios y pidió en forma desesperada por el trasplante. Pocos días después fue dado de alta. Pero no por mucho tiempo. En medio de este vía crucis médico, y probablemente como forma de llevar a tranquilidad a sus fans, Sandro se comunicó telefónicamente con algunos programas televisivos y radiales. Fueron charlas breves que lo mostraron consciente de su delicado estado de salud y atento a temas de actualidad. A principios de marzo salió al aire en Bendita TV, el programa de Beto Casella. Reveló que al estar cuatro años sin tocar en vivo se encontraba viviendo de sus ahorros. Por esos días había sido asesinado el decorador personal de Susana Giménez. La diva enfrentó los micrófonos y lanzó algunas declaraciones que causaron una polémica nacional. La frase más recordada fue: "El que mata tiene que morir". La destemplada apología de la pena de muerte fue apoyada por Sandro. "A cualquier persona que se golpea el dedo con un martillo lo primero que se le ocurre es una puteada. A Susana le pegaron con un martillo y entiendo perfectamente lo que ha dicho", dijo, con una metáfora que no iba al hueso del tema.
El 16 de marzo ingresó nuevamente en el Instituto del Diagnóstico. Tenía las piernas hinchadas, síntoma de un edema causado por el cóctel de pastillas que tomaba diariamente para atenuar los efectos de la EPOC (Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica). A diferencia de la de febrero, esta vez no hubo alta. No hubo resurrección pública, esa costumbre que Sandro cultivó desde mediados de los 90. Incluso antes de sufrir esta internación definitiva, que duró ocho meses y terminó con su muerte, su vulnerabilidad era total. La vida de Sandro pendía de un hilo. Estaba en tiempo de descuento. Contaba con un ocho por ciento de su capacidad aeróbica, un porcentaje insignificante. Tenía sesenta y tres años, y sesenta y cuatro era el límite para que se efectuara un trasplante de tal complejidad. A fines de marzo su salud empeoró por una infección en las vías urinarias e incluso hubo algunos rumores de muerte. A partir de ahí comenzó a gestarse un plan que incluía el viaje al Hospital Italiano de Mendoza, donde el prestigioso cardiocirujano Claudio Burgos y su equipo de más de cincuenta profesionales, especialistas en trasplantes, se harían cargo de la intervención vez encontrado el donante.
Era consciente del riesgo pero prefería una solución drástica, con serio peligro de muerte, a seguir viviendo una agonía interminable. No estaba en "situación de emergencia", todavía no contaba con asistencia mecánica para respirar. Sin embargo, en abril, Olga Garaventa viajó a Mendoza para reservar una vivienda. Se suponía que el traslado se iba a dar en esos días y que la recuperación se llevaría a cabo en San Luis o San Juan.
Esos pocos días se transformaron en unos cuantos meses. En mayo se agravó y finalmente ingresó en la lista de emergencia del Incucai. Se habían agudizado sus insuficiencias respiratorias. Por un lado, la espera parecía eterna; por otro, el tiempo se escurría vertiginosamente. La noticia fue manejada en un tono hermético: el año anterior la filtración de su nombre en la lista general había provocado la renuncia del titular del organismo. El clamor popular por una solución urgente llevó al cardiocirujano Burgos a aclarar que era probable que el hipotético donante todavía estuviese caminando por la calle.
La realidad daría otro cachetazo. A fines de mayo se conoció la noticia de que había sido excluido de la lista de espera del Incucai: una infección urinaria vinculada al colon descartaba la posibilidad de un trasplante inminente. Un cuadro de este tipo disminuía la capacidad de resistencia del sistema inmunológico.
En los primeros días de julio efectuó otra de sus comunicaciones telefónicas. Participó de A todo Sandro, un entrañable programa radial conducido por fans, dedicado exclusivamente al repaso de su obra. Contó su problemática con un nivel de detalles propio de un médico: "Se me complicó el tema del trasplante debido a una infección urinaria a través del colon. El colon perforó la vejiga, se hizo una fístula y hay que operarla".
Contra todos los pronósticos, se mostró optimista: "La semana que viene me operan del colon y una vez que esté perfectamente bien repuesto, entonces ahí otra vez volvemos a entrar al Incucai y a esperar el donante".
Su conducta durante la convalecencia fue estoica. Jamás se victimizó y aceptó las dificultades con la hidalguía de un Quijote. Resultaba un poco extraño escucharlo hablar profusamente de su intimidad justo a él, que se preocupó obsesivamente por mantener claros los límites entre lo público y lo privado. Pocos días después de estas palabras, el 15 de julio por la mañana, se llevó a cabo la operación, al mando del doctor Pedro Ferraina, aunque también estuvieron presentes su médico de cabecera, Juan Mazzei, y su cardiólogo, Sergio Perrone.
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