Se cumplen cien años de la Revolución de Octubre, el aniversario de un hito histórico sin precedentes. El 25 de octubre según el viejo calendario (7 de noviembre, según el nuestro) y, en pocas horas, la insurrección bolchevique triunfó, decretó la paz unilateral sacando a Rusia de la guerra mundial y nacionalizó todas las tierras del imperio entregándolas gratuitamente a los que la trabajaban. El pueblo ruso apoyó masivamente y transformó la insurrección local en revolución contra siglos de despotismo zarista. Se concretó el vuelco de los valores de la sociedad antigua que se estaba gestando en Rusia desde las primeras décadas del siglo XX no solo en los planos social y político sino también en las artes.
Los años que precedieron la llegada de la dictadura del proletariado fueron animados por las más vivaces y estimulantes efervescencias creativas. La modernidad se desplegó en un bullicio de nuevas tendencias artísticas entre las cuales podemos recordar el simbolismo, el neo-primitivismo, el cubismo, el futurismo, el constructivismo, el social-realismo, el orientalismo… La historia mundial del arte queda marcada por grandes figuras rusas como Kandinsky (1866-1944), precursor de la abstracción, o el extremo Malevich (1878-1935), que encabezó el suprematismo, corriente enfocada en las formas geométricas fundamentales.
Entre las conmemoraciones que ocuparán la agenda cultural de los próximos dos meses, podremos escuchar en el TACEC, Centro Experimental del Teatro de la Plata, los próximos 28 y 29 octubre, la obra Cien años de Beatriz Sarlo y Martin Bauer. A través de un ciclo de canciones para barítono, conjunto de cámara y cinta, los autores atraviesan el siglo que nos separa de este acontecimiento mayor para evocar la compleja y enfervorizada atmósfera que reinaba en los círculos artísticos de las vanguardias. No dejan de remarcar la coincidencia por la cual 1917 fue también el año en que Marcel Duchamp expuso en Nueva York por primera vez su eternamente polémico mingitorio intitulado "La Fuente", obra emblemática del gran desplazamiento de valores del siglo XX por su definitiva ruptura con todo criterio de belleza estética. Si bien tardó hasta los años 60 en instalarse en muestras y museos oficiales, el más famoso de los ready-made abrió una perspectiva absolutamente nueva y revolucionaria demostrando que el arte puede hallarse en cualquier objeto mientras lo cambiemos de contexto.
Sin embargo, las músicas vanguardistas rusas conocieron un destino distinto, y en gran medida siguen siendo hoy casi desconocidas a pesar de la diversidad, riqueza y novedosas búsquedas que las caracterizan. Claro que Igor Stravinsky (1882-1971) y Serguei Prokofiev (1891-1953) son compositores claves de la modernidad musical, pero más cosmopolitas que soviéticos. El primero eligió definitivamente el oeste para desarrollar su carrera, y el segundo tardó más de 17 años en volver a su país natal. Aram Jachaturián (1903-1978), célebre por su talento en combinar los rasgos orientales de la música armenia con las formas occidentales, empezó recién en 1925 a estudiar composición en Moscú. La obra de Schostakóvich (1906-1975) también trascendió las fronteras, a pesar de las relaciones complicadas que llevó con el régimen. No obstante, otros compositores casi ignorados hoy inspiraron las tendencias musicales rusas más audaces y pioneras. Formas, timbres, armonías fueron desde las primeras décadas del siglo XX terrenos de exploraciones a veces inesperadamente sorprendentes y lamentablemente ocultadas por el peso del ulterior autoritarismo del régimen. El centenario de la Revolución de Octubre es la ocasión de recordar y volver a descubrir estas músicas olvidadas.
Nikolái Roslavets (1881-1944), compositor vinculado con la tendencia futurista, "El Schoenberg ruso" por musicólogos como Larry Sitksy (1934), inventó en paralelo y sin conexión con el gran vienés su propio principio de escritura musical por fuera de las convenciones de la tonalidad. Sin embargo, lo que denominó su "nuevo sistema de organización de sonidos" -basado en acordes de 6 a 9 tonos- es mucho más influenciado por su compatriota Scriabin (1872-1915) del cual prolonga la libre saturación cromática y el visionario dodecafonismo que por el serialismo austríaco.
En la década del 1920, Roslavets elaboró su método más allá, expandiéndolo hasta abarcar el contrapunto, el ritmo y la forma musical. En el período que siguió inmediatamente a la Revolución, se convirtió en uno de los principales compositores del Movimiento de la Nueva Música y uno de sus más fuertes defensores. Desafortunadamente, cayó rápidamente bajo el fuego de la Asociación de Músicos del Proletariado que lo acusó de sucumbir ante las influencias de la burguesía. Intentó con poco éxito componer canciones de propaganda para las masas, difícil ejercicio de simplificación para su estilo altamente refinado. Su Cantata Octiabr (Octubre) es quizás la única en la cual logró combinar su estilo propio con los estándares vigentes de una música asimilable por el pueblo. A partir de los días más negros del stalinismo y por un largo período, su nombre desapareció de las enciclopedias rusas y referencias sobre los compositores soviéticos.
Vincent Arthur Lourié (nacido Naum Izraílevich Luria, 1892-1966) ferviente defensor de la revolución de Octubre, fue uno de los compositores más precoces del movimiento futurista ruso y sus versátiles creaciones merecen que nos detengamos en conocerlas y escucharlas. En 1910, compuso su primer cuarteto, microtonal. En 1915, las Formas en el aire para piano dedicadas a Pablo Picasso, son un singular y precursor prototipo de las partituras gráficas que aparecerán después de la Segunda Guerra Mundial. La composición intenta salir del corsé rítmico del compás tradicional. Ninguna indicación de tempo ni barra estructuran las tres piezas, sino que flotan células musicales dispersas, anotadas sobre fragmentos de pentagramas desalineados. En sus sonoridades suavemente disonantes y armonías austeras también se refleja el ímpetu experimental de Lourié.
El gran arquitecto y fundador de la cultura y estética temprana del estado soviético, el Comisario del pueblo (Ministro) de la Instrucción Pública, Anatoli Lunacharsky (1875-1933), nombró a Vincent Lourié responsable del área consagrado a la música. Lourié promovió activamente el crecimiento de las tendencias modernistas en los primeros años de la revolución. Participó de la apertura de la Asociación de Música Contemporánea, a través de la cual estableció contacto con el compositor francés Edgard Varèse (1883-1965); creó el Instituto Estatal de Investigación en Música que mantenía actividades abiertamente experimentales con un interés marcado en los nuevos sistemas de organización de sonidos y escalas y en las nuevas formas de notación. Pero su acción en las vanguardias cesó brutalmente en 1922 cuando, decepcionado por los eventos en la URSS tomó la decisión de no volver de un viaje oficial al exterior.
Conocido en Occidente como ex-funcionario bolchevique, encontró grandes dificultades para instalarse en París y terminó finalmente su vida en Estados Unidos. El poder soviético lo declaró traidor y lo presentó como un esteta decadente, ecléctico, con meras pretensiones a la innovación. Toda referencia a su música desapareció de los libros.
No podemos finalizar esta breve reseña sin citar las aventuras sonoras inspiradas por el auge de la modernización industrial, el gran desafío de la Rusia soviética y una de las preocupaciones centrales de sus dirigentes. En 1922, Arseny Avraamov (1886-1944) compuso y dirigió una sinfonía cuyo extraordinario despliegue sonoro no tiene nada que envidiarle al futuro cuarteto para cuerdas y helicópteros de Karlheinz Stockhausen (1928-2007). Alrededor del puerto de Baku, en Azerbaijan, reunió sirenas de fábricas, de buques del mar Caspio, dos baterías de artillería, siete regimentos de infantería, camiones, hidroaviones, veinticinco locomotoras a vapor, silbatos y coros: la ciudad entera cumplió con el desafío de hacer resonar su modernidad a través de esta inaudita orquestación. La fascinación por las máquinas recorrió igualmente el imaginario de varios compositores de vanguardia como en la Sinfonía del Donbass de Dziga Vertov (nacido David Abelevich Kaufman, 1896-1944) o la más famosa Zadov, la fundición de hierro, de Alexander Mosólov (1900-1973).
Cerramos esta nota recordando que será posible escuchar en vivo parte de este bello repertorio ruso de vanguardia en los próximos dos meses gracias a varios conciertos organizados en conmemoración de la Revolución de Octubre. Citemos por ejemplo los del pianista Claudio Espector junto al violinista Fabrizio Zanella y al violonchelista Nestor Tedesco, el 29 de octubre en la Biblioteca Nacional y el 3 de noviembre en el marco del ciclo de conciertos comentados Revoluciones en la Vidriera (Perú 374) durante los cuales presentarán sus interpretaciones de obras de música de cámara de Roslavets, Mosólov, Lourié, Schostakóvitch y Prokoviev.
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