Como podemos comprobar a nivel regional, el mapa de colores políticos de los países latinoamericanos cambia frecuentemente y seguramente es bueno que así sea. El problema surge cuando cada cambio de ideología política “arrastra” consigo la continuidad de proyectos y acuerdos relacionados con políticas de Estado fundamentales para el crecimiento de cada país.
En este sentido, se puede identificar fácilmente cómo aquellos países que han logrado establecer un rumbo claro y previsible para el desarrollo de sus infraestructuras logísticas y de sus relaciones comerciales con el mundo, no han dejado de crecer a pesar de haber cambiado de bandera política en el proceso, como son los casos, por ejemplo, de Chile, México o Brasil. Países que, aun con sus dificultades, van para adelante.
Mientras Argentina, con cada nuevo gobierno “vuelve a inventar la rueda”, pero finalmente nunca se pone en movimiento.
Gestionar en contextos de cambio continuo
El “adaptativo” argentino está necesariamente entrenado para la improvisación, ya que tanto empresarios como emprendedores deben adaptarse periódicamente a nuevos escenarios, con cambios normativos constantes y, en muchos casos, también de rumbo estratégico económico como país.
Pero el costo de esta capacidad de adaptación continua es demasiado alto para aquellas personas que, todos los días, asumen el desafío de gestionar sus negocios o emprendimientos en el marco de imprevisibilidad e inestabilidad que lamentablemente caracteriza a la Argentina.
Cualquier mañana, un cambio de normativa o de estrategia comercial a nivel país, puede poner en jaque la ecuación que hace rentable o posible un negocio, sobre todo para las pymes, obligando a sus líderes a cambiar sus proyectos, sus clientes, sus proveedores o, incluso, mudarse a otro rubro o resignarse a cerrar.
Para los profesionales del comercio exterior y la logística internacional, estos vaivenes muchas veces demandan el desafío de tratar de alinear las complejidades del mercado argentino con las prácticas habituales del comercio global.
A la vez que, de manera directa o indirecta, esta imprevisibilidad finalmente afecta a todos los trabajadores, cualquier sea su actividad.
Bienestar social y personal
De acuerdo con el INDEC, las pequeñas y medianas empresas generan el 70% del empleo en Argentina y, tras ellas, hay personas que, a la hora de liderar y gestionar, son plenamente conscientes de la relevancia que el sector tiene para el mundo del trabajo y para el bienestar social.
Estos líderes saben que en sus decisiones muchas veces se juegan no solo su negocio, sino el trabajo de muchas personas a las que conocen y con las que interactúan diariamente.
Desde luego que este contexto muchas veces ya normalizado en el país, atenta fuertemente contra el desarrollo de todos, ante la imposibilidad de proyectar y de planificar sumando eficiencia y competitividad a la gestión privada, valores que son fundamentales para crecer en un mercado internacional que no se detiene a esperarnos y que hoy tiene su foco en la innovación tecnológica y en potenciar el talento.
Pero también sería bueno visibilizar cómo nos afecta a todos en nuestra calidad de vida y en los vínculos, el tiempo y energías que, por atender los constantes cambios, dejamos de dedicarles a crecer como profesionales y como personas.
Hay equipo
Sin embargo, y más allá de todo, tanto Argentina como Latinoamérica, siguen siendo tierras de oportunidades donde todavía hay muchísimo por hacer y por desarrollar.
En nuestro caso y pese a todo, los argentinos también somos reconocidos en el mundo por nuestra creatividad y capacidad de adaptación, competencias que desarrollamos a la fuerza y que podrían ser un diferencial muy valioso y un aporte a nuestra competitividad internacional.
Pero, sin dudas, es necesario un contexto de madurez y políticas de Estado que marquen la cancha y definan condiciones de juego estables y capaces de trascender gobiernos y personalismos, para que finalmente podamos trabajar enfocando nuestras energías y talentos en construir un mejor presente y futuro para todos.