El Raid de los Andes, una aventura de 60 K entre las nubes

En primera persona, la carrera cuyo circuito pasa por las mismas vías del Tren de las Nubes, sigue por las tierras del majestuoso cerro de los Siete Colores y finaliza en las Salinas Grandes. El entrenamiento para hacer el duro recorrido en tres días y la belleza de un paisaje único

El Raid de los Andes y un recorrido único de 60 K en tres días

De repente todo se vuelve oscuridad. A esta hora no pasa el tren, pero el fantasma de una luz y un sonido fuerte de golpe coquetea en nuestras mentes. El terreno es irregular aunque firme.

Por las dudas, avanzamos por los laterales y sumamos confianza tanteando las paredes del túnel. Algunos llevan sus teléfonos en modo linterna a mano, y todo es más fácil. Disminuimos el ritmo pero tratamos de no aflojar demasiado. En definitiva estamos en una carrera, aunque a veces se nos olvida.

Se trata de la primera etapa de una carrera de Trail Running cuyo circuito pasa por las mismas vías del Tren de las Nubes, allí donde la altura dificulta la respiración pero compensa con paisajes de ensueño. Largamos con la certeza de que más allá del desempeño deportivo, poder participar y completarla sería ganar. Porque no siempre se puede. Hay que tener salud, ganas, recursos, y mucho entrenamiento encima para afrontar bien algo así: 60 kilómetros en tres días de recorridos de lo más variados, con el condimento de la altitud, las trepadas, y el plus que tienen siempre las carreras en etapas con poco tiempo entre largadas para recuperar el cuerpo.

Después de haber corrido en un sinfín de lugares, me animo a decir que El Raid de los Andes Columbia es una de las carreras más lindas que existen. Y que no se parece a ninguna. Está claro que no conozco todas las pruebas de aventura del país o del mundo, pero me cuesta creer que muchos otros circuitos cuenten con tanta belleza, diversidad, y la paleta de colores que regala esta joyita del Norte Argentino. Porque pareciera que el Raid no es una carrera. Son tres carreras. Cada día el escenario es totalmente distinto aunque igual de cautivante.

Y sin dudas, la energía del entorno, la calidez amable y tranquila de la gente, los aromas, los sabores, la música y los silencios, completan un combo que la convierte en una experiencia que trasciende lo deportivo, para atesorar en la cabeza y el corazón.

No por nada fue declarada de interés turístico provincial y nacional, y crece tanto: este año se inscribieron cerca de tres mil corredores, cinco veces más que en su primera edición del 2012 cuando contó con aproximadamente 600 participantes.

Corrí esta competencia de montaña cuatro veces y nunca me canso de volver. Cada vez que puedo convencer a otros para ir, lo hago: alumnos, colegas, amigos y amigas que este hermoso deporte me dio. Y todos siempre quedan encantados. En esta ocasión viajé con varios alumnos corredores de mi running team y participé en equipo mixto por primera vez con Juan Pablo, mi pareja. Era un sueño que tenía pendiente hace mucho; compartir mi carrera favorita con él.

Éramos una hermosa banda de más de veinte corredores en total, y todos completamos las tres etapas enteros y contentos.

Hacía dos años que la prueba se venía cancelando por la pandemia y algunos estábamos inscriptos desde el 2019, juntando ganas hace rato.

La previa siempre tiene cita en la ciudad de Salta, donde los corredores nos acreditamos y escuchamos la clásica charla técnica de la organización con presencia de música y danza de artistas locales que emocionan. Muchos de los ahí presentes coincidimos que eso no pasa en otras partes del país. En el centro o en el sur no se tiene una tradición semejante que inunde las calles, los bares y restaurantes, convirtiendo simples almuerzos o cenas, con sus melodías, en momentos mágicos.

La carrera en su segunda etapa con un paisaje único como telón de fondo

La primera etapa del Raid larga desde la estación Chorrillos a 2100 m sobre el nivel del mar. Desde allí el recorrido continúa por la ruta del Tren de las Nubes hasta llegar a Campo Quijano. Es una etapa muy rápida con poco ascenso y mucha bajada, para aprovechar a soltar las piernas y descontar minutos quienes se destacan más con la velocidad que con los circuitos trabados. El descenso acumulado suma casi 700 metros, y el ascenso, apenas 100.

Para mi coequiper y para mí fue sin dudas nuestro mejor día. Corrimos en 2 horas y 23 minutos con muy buenas sensaciones físicas. Juan Pablo venía de lesiones recurrentes que no lo dejaron entrenar el tiempo que una prueba de estas amerita. Pensar que hacía no tanto no podía correr siete cuadras seguidas a la plaza y que ahora completaba veintisiete kilómetros ondulados a todo ritmo, era sin dudas para celebrar. Estábamos contentos. En la llegada nos quedamos esperando a todos los demás miembros del team y después fuimos a almorzar al centro de convenciones de Salta. De ahí tuvimos un largo tramo en auto hasta Tilcara, Jujuy, donde pasamos esa noche y las dos próximas. Cenamos temprano y prolijo: una buena carga de carbohidratos y nada de alcohol. Y a dormir cansados pero felices.

Al día siguiente el despertador sonó temprano y lo acompañaban buenas noticias: ninguna alarma del cuerpo nos quitaba la tranquilidad para la etapa que tocaba enfrentar, conocida como la más dura por sus interminables subidas y falsos llanos come piernas.

Nos calzamos las polainas para ahuyentar las piedritas de las zapatillas, llenamos nuestros chalecos de hidratación con mucho Gatorade, ¡y a rodar!

En esta etapa caminamos bastante más de lo que me hubiese gustado. No voy a mentir. Quizás pecamos de demasiado conservadores considerando que era un circuito largo, y creo que eso nos hizo perder posiciones en la clasificación en relación al día anterior. De todos modos seguíamos acompañados por una sensación de gratitud inmensa. Fueron en total veintidós kilómetros con casi mil metros de ascenso y setecientos de descenso. Tardamos 2 horas y cuarenta y ocho minutos. Desde la largada en Tumbaya, Jujuy, hasta la llegada en Purmamarca transitando por las tierras del majestuoso cerro de los Siete Colores, las vistas son una fiesta para los ojos si uno es capaz de correr y mirar.

Cruzada la meta nos quedamos cerca del arco un buen rato y notamos que las llegadas ya no ofrecían tantas imágenes de entereza física como el primer día, se veía el desgaste por la acumulación de kilómetros y por la dureza del circuito más colorido del Raid.

Esa noche en Tilcara para nuestro grupo fue pura música, sabores y brindis con gaseosa y agua mineral. La pasamos muy lindo. Junto al team de una colega y amiga, Maria Inés Escudero, copamos un bodegón con peña y comimos y cantamos hasta no muy tarde. Al día siguiente había que madrugar de nuevo. Si bien la largada era a las diez de la mañana, nos esperaba un trayecto largo en auto hasta las Salinas Grandes donde correríamos diez kilómetros y seiscientos metros a casi 3500 mt sobre el nivel del mar. Con Juan Pablo tardamos cincuenta y ocho minutos para terminarlos, pero sin certezas de posiciones en la clasificación. Creemos haber quedado entre los cuatro o tres primeros equipos mixtos de la general, y primeros en nuestra categoría. Pero más allá del puesto y el tiempo estábamos muy conformes con nuestras carreras. Y yo, además, orgullosa por la performance de todos mis chicos. Algunos lloraban mucho en la llegada. Abrazos, gestos de dolor, de alegría, de bronca, más abrazos. Tras ese arco naranja de meta pasaba y se sentía de todo.

El Raid de los Andes en las Salinas Grandes

La etapa final del Raid es la más corta, pero para muchos, la más sufrida. Por esas altitudes cada zancada cuesta muchísimo porque los músculos y los pulmones padecen la falta de oxígeno. Sí o sí hay que correr más despacio. Es común que la adrenalina de la largada barra con la coherencia o estrategia y se salga disparado como si fuera el llano, pero al poco tiempo el arrebato cuesta caro. Y comienzan a verse muchos participantes, incluso a los de aspecto más atlético, caminando.

Apenas después de nosotros llegó el flaco Ale, un alumno que había sufrido bastante la segunda etapa y estaba preocupado por cómo le resultaría correr ahí tan alto. Estaba entero y con esa felicidad tan grande que casi duele. Abrazaba a su mujer sin parar de llorar. Me quedé un rato observándolos y después me acerqué a saludarlo. Nos abrazamos fuerte y me guardé sus palabras por siempre: “Gracias por entrenarme. Siempre voy a entrenar con vos, voy a tener noventa años y voy a seguir entrenando con vos”. Me preguntaba si merecía tanto, y para mi adentro agradecía a mi hermoso trabajo de entrenadora que me regala hace décadas este tipo de historias.

Correr sobre un mar de sal de casi doce mil hectáreas es algo que no se olvida. Parece una escena surrealista, porque nuestros ojos no están acostumbrados a una imagen de la vida real blanca hasta el infinito. Y esto sumado a la catarata de emociones que suscita completar un desafío personal tan grande, moviliza mucho.

Para cerrar un domingo perfecto, Igual de sorprendente en el medio de la nada, se lucía el espacio regenerativo tal oasis en el desierto del Banco Patagonia. Ese fue nuestro punto de encuentro y festejo para el after running: música, catering, elongación, y el marco ideal para el souvenir que todos nos queremos llevar: la foto con la medalla finisher que tanto esfuerzo y alegría costó.

Pero los que corrimos el Raid sabemos que no existe foto que plasme mejor que nuestras retinas y memorias lo vivido esos días en Salta y Jujuy.

Cierro los ojos y puedo ver a la perfección las vías, la sal, y los colores cálidos de los cerros.

Así como también resuenan legítimas las notas del Carnavalito de esa última noche con el team en Tilcara, bailando y riendo como chicos.

* Carolina Rossi es Entrenadora Nacional de Atletismo, Running Team Leader FILA Argentina, y corredora www.carolinarossi.com.ar / @CarolinaRossiFilaRt. Fotos: Gentileza Club de Corredores y Banco Patagonia . Más Info: www.raidandes.com

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